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Lamentaciones 3
Las personas que escribieron la Biblia no sabían que lo estaban haciendo. Mucho menos pudieron imaginarse que, a miles de años, los estaríamos leyendo. Muchos de ellos escribieron para sí mismos, registrando sus pensamientos, sus emociones, sus derrotas y sus anhelos. Ello nos permite, primero, apreciar la sinceridad de sus sentimientos. Además, nos permite apreciar la fortaleza de sus convicciones, ya que el dejar constancia de estas no responde a un propósito proselitista pues, al no saber que los leeríamos, no tuvieron razón alguna para tratar de convencer a nadie.
Sólo podemos acercarnos a entender la crudeza de nuestro relato si conocemos la condición que vivía la ciudad de Samaria, la capital del reino de Israel. Esta, la ciudad real, después del asedio sufrido por parte de Siria, enfrentó la hambruna, la enfermedad y la muerte. Muestra de ello es que hubo quienes comieron a sus propios hijos. El sitio de Samaria es una de esas experiencias humanas que no parecen tener sentido. Que sorprenden no sólo por la crudeza del sufrimiento vivido, sino por el hecho de que este no distingue entre clases sociales, buenos y malos, razas, etc. Afecta a todos y a todos los hace iguales ante el embate de la tragedia. Situaciones que provocan situaciones que, si las llegamos a imaginar, supones que les pasarán a los otros, pero no a nosotros. Y que, cuando se manifiestan descubren que, en efecto, todos somos iguales ante la tragedia.
En 1986, como consecuencia del apoyo que prestamos a las organizaciones populares de damnificados por los sismos del 85, sufrimos de presiones, intimidaciones y de diversas amenazas desde diversos sectores gubernamentales. En algún momento, las intimidaciones se convirtieron en amenazas de muerte. Al comentar una de tales llamadas con una persona que había pasado por lo mismo en su país, esta me miró calmadamente y me dijo: No te dijeron nada que tú no sepas, te vas a morir. A casi treinta y cinco años de distancia sigo agradeciendo la sabiduría de tal declaración, misma que me ha ayudado a ver la muerte, y, sobre todo, la vida desde una perspectiva diferente.
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