Creada en igualdad
Génesis 1.26-31 NTV
Hace quince días propuse a ustedes la relectura de tres pasajes bíblicos, que al ser interpretados fuera de su contexto y bajo presupuestos ideológicos, sirven como justificantes de la violencia en contra de las mujeres. Hoy nos ocupamos de abundar en el primero de tales pasajes, Génesis 1.26-31.
Debo insistir aquí en el uso de dos términos utilizados en la propuesta hecha a ustedes. El primero, relectura. Este ejercicio es mucho más que volver a leer lo ya leído. Se trata de acercarse de nuevo al texto buscando un sentido diferente del mismo. Hay que establecer un diálogo con el mismo. Reflexionar, preguntar, ver desde una perspectiva diferente lo ya leído. Leer de manera diferente a como lo hemos leído antes, digamos.
El segundo término que considerar es deconstruir. En esencia, se trata de analizar nuestras creencias vitales y procurar identificar el sustento de las mismas. Particularmente, debemos preguntarnos si lo que creemos acerca de las mujeres, y como mujeres, desde la perspectiva bíblica, se sustenta en los presupuestos bíblicos o en la cultura del pecado que domina el orden ajeno al Reino de Dios.
La fe requiere de nuestras preguntas. Tanto al texto bíblico, como a nuestras creencias. Hacer preguntas, tener dudas, no es una ofensa a la fe cristiana. Por el contrario, la fortalece y nos permite purificar nuestras creencias para que estas sean acordes, estén de acuerdo, con lo que la Palabra de Dios dice.
No basta con creer sinceramente algo, o estar convencidos de ello, para que nuestras creencias sean acordes al propósito divino. Creyendo sinceramente, podemos estar equivocados. Hay hombres que, sinceramente se creen superiores a las mujeres. Y mujeres que están convencidas de su inferioridad respecto de los hombres.
Creer algo de todo corazón no garantiza que lo que creemos sea correcto. Así, te propongo que nos acerquemos a este pasaje preguntándonos si lo que los hombres creemos respecto de la mujer y lo que las mujeres creen acerca de sí mismas, es, además de sincero y firme, correcto desde la perspectiva bíblica.
Empecemos proponiendo que nuestro pasaje establece que, contra la culturalmente aceptado, los derechos de las mujeres son derechos naturales. Es decir, son derechos propios a su condición de ser humanos. No les son otorgados, ni ellas tienen que ganarlos. Dado que las mujeres son personas, imagen y semejanza de Dios, son dignas, tienen los mismos derechos que los hombres.
Desafortunadamente, en nuestra cultura no se honra este principio. A las mujeres se les regatean sus derechos. En su condición de mujeres se les exige un doble esfuerzo, una actitud agradecida y el cumplimiento de muchos, muchos, méritos, para que, finalmente, se les reconozcan algunos derechos.
Esto sucede hasta en las mejores familias. Los hombres han sido formados con una actitud complaciente hacia las mujeres. Aun los que, en apariencia, no violentan los derechos de las mujeres, en no pocos casos son movidos por la idea de que son ellos los que dan, los que permiten, los que ayudan. En muy pocos casos están los hombres capacitados para reconocer a las mujeres como sus iguales, sin verse o sentirse en riesgo ante ellas.
Lo malo es que no son pocas las mujeres que piensan igual de sí mismas. Viven esforzándose para ganarse el derecho a ser, a ser tomadas en cuenta, a ser respetadas. Ellas mismas, conciente e inconcientemente, se repliegan y renuncian a sus derechos. Aun cuando se lamentan por ser marginadas, ellas mismas contribuyen al despojo de su dignidad, de su integridad y de su libertad.
Hay dos declaraciones bíblicas que ayudarán tanto a los hombres como a las mujeres que estén interesados en descubrir y transitar por los principios eternos que garantizan relaciones más sanas, satisfactorias y productivas entre los hombres y las mujeres.
La primera declaración la hace el mismo Dios, en Génesis 1.26-28: Llenen la tierra y gobiernen sobre ella, les dice a Adán y a Eva. La declaración incluye dos principios que trascienden cualquier cultura y forma de pensar. Ambos principios se sustentan en el derecho que Dios otorga en un plano de igualdad tanto al hombre como a la mujer. Derecho es: la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor, o que el dueño de uno cosa nos permite en ella.
Dios, el dueño y Señor de todo lo creado, ha otorgado tanto a la mujer como al hombre, la facultad de hacer o exigir todo aquello que él ha establecido en su favor. De acuerdo con el pasaje bíblico, esta facultad (capacidad), tiene que ver con llenar el mundo y gobernarlo.
En el llenar el mundo, encontramos un principio de plenitud. Mujer y hombre tienen el derecho a la plenitud: tanto a ser plenos, como a generar plenitud. Es decir, no hay límites para ellos dentro de la Creación. Lo que ellos se propongan alcanzar, dentro del orden divino, les es propio.
En segundo lugar, encontramos un principio de gobierno, de autoridad. Ambos están facultados para hacer aquello que les es propio… en igualdad de autoridad. Es decir, ni la mujer tiene que pedir permiso al hombre, ni este tiene que hacerlo con la mujer. No existe, de entrada, un principio de subordinación jerárquica. En un plano de igualdad lo que se hace necesario es el acuerdo entre iguales.
Aquí conviene destacar que el primer derecho de la mujer es ser lo que ella es. En el entorno familiar se tiene la responsabilidad de acompañar a las mujeres en la búsqueda y definición de su propia identidad, de su individualidad. Los familiares deben respetar los espacios de las mujeres, desde niñas, y contribuir al desarrollo de su potencial biótico; es decir, de su capacidad innata para ser y alcanzar lo que se propongan.
Lo que la mujer es, igual que en el caso del hombre, está determinado inicialmente por el desarrollo de su propia visión. En un complejo proceso, lleno de dolor y de aventura, los seres humanos maduramos. Desarrollamos nuestro carácter identificando aquellas peculiaridades que nos son propias: deseos, habilidades, inquietudes, el llamado, la vocación, etc.
Conforme nos vamos conociendo a nosotros mismos podemos mirar hacia el futuro. Podemos ver desde aquí el allá. Derecho de las mujeres es el compromiso de los suyos para que, desde pequeñas, cuenten con los recursos para conocerse a sí mismas y poder engendrar y tejer sus sueños, su visión de sí mismas.
Engendrar, en cuanto contar con los elementos de información, formación y fortalecimiento que les permitan hacer elecciones adecuadas y oportunas. Tejer, en cuanto se les apoye y acompañe en el cumplimiento de las tareas y etapas que les permitan alcanzar lo que se han propuesto. Tienen derecho, las mujeres, a contar con los recursos espirituales, intelectuales, afectivos, materiales y económicos que les permitan realizar la doble tarea de engendrar y tejer sus sueños.
La segunda declaración para releer y deconstruir la encontramos en labios de Pedro, el pescador: dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida. 1 Pedro 3.7. En México, el 70% de las mujeres aseguraron sufrir violencia por parte de su pareja. Abuso físico, sexual, emocional, económico, moral. El abuso de la mujer es cimiento y expresión de nuestra cultura hedonista, de la doctrina que proclama el placer como el fin supremo de la vida.
En efecto, en esta cultura de pecado, la mujer ha sido convertida en un objeto de placer y, al mismo tiempo, en un instrumento para el confort del hombre. La mujer, se piensa, tiene la responsabilidad de satisfacer al hombre tanto directa como indirectamente. Por lo tanto, la mujer debe vivir en función de, y para el servicio del hombre.
De ahí que se le niega el derecho a ejercer su voluntad, a satisfacer de manera prioritaria sus necesidades y, sobre todo, a decir no a las exigencias explícitas e implícitas del hombre. No siempre tales abusos se expresan de manera explícita y grosera, en no pocos casos se manifiestan de manera socarrona y aún sutil. Pero no importa el empaque, toda violación a la dignidad de la mujer es violencia.
La mujer tiene el derecho a ser tratada dignamente, con honor. En la cultura bíblica este derecho tiene un doble sustento: primero, porque se considera a la mujer como un vaso más frágil. La expresión es difícil de comprender, pero el término usado por Pedro puede ayudarnos. Significa tanto débil, como enfermo. Luego entonces, podemos asumir que la mujer ha sido debilitada por la cultura de pecado.
Tanto dentro de las estructuras familiares, como de las sociales. La mujer ha venido a ser lo que no era cuando fue creada en igualdad con el hombre: débil y enferma en su carácter, en sus capacidades, en su facultad para ejercer el gobierno de sí misma y en la Creación. Por ello los hombres, sus esposos, les debemos un trato deferente, no áspero.
Finalmente, hay una razón toral para que la mujer sea tratada con honor por su esposo, por los hombres en general: ella es coheredera de la gracia de la vida. Lo que la cultura de pecado ha hecho a la mujer no ha sido capaz de despojarla de su dignidad creacional. Sigue siendo igual al hombre, sigue siendo coheredera junto con el hombre.
El hombre que menosprecia a su mujer está declarando su menosprecio a sí mismo. El hombre que ama a su mujer, como Cristo ama a la Iglesia, se ama a sí mismo y entonces puede reconocer la dignidad, el honor, de su mujer y actuar en consecuencia.
Preguntas para reflexión
¿Cuáles son las violaciones a los derechos de las mujeres en mi familia?
¿De qué manera y qué áreas resulta menos fácil respetar la dignidad de la esposa, la madre, las hermanas, dentro de mi familia?
¿Qué cosas concretas podemos hacer para respetar el derecho de las mujeres de la familia a ser ellas mismas y a ser tratadas con honor?
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