Archive for the ‘Espíritu Santo’ category

Donde está el Espíritu del Señor hay libertad

29 abril, 2018

2 Corintios 3.15-18

Una de las razones más frecuentes para la frustración pastoral es el tener que acudir, una y otra vez, al deterioro integral de la vida de algunas de sus ovejas. Saben, razonan, se proponen e inician una y otra vez la lucha por su santificación y, nada, permanecen o vuelven a lo mismo. Pero, esta es también la principal razón que no pocos creyentes enfrentan en su lucha por vivir en conformidad con su llamamiento. Entienden, se proponen, se esfuerzan y, no pocos terminan en una condición más compleja que en la que se encontraban.

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Sabiduría y Ciencia, Dones Trascendentes

25 septiembre, 2011

1Corintios 12.1-11

Como hemos dicho, los dones espirituales tienen una triple función: preventiva, capacitadora y correctiva. Consecuentemente, la relevancia de tales dones está determinada por el cómo contribuyen al bien de la Iglesia en cada una de dichas funciones.

Quizá el orden en que aparecen en las listas paulinas los diferentes dones espirituales sea un indicador de los que podemos considerar como los dones espirituales trascendentes. Es decir, los que son útiles tanto en la prevención de situaciones nocivas, la capacitación para la tarea integral de la Iglesia, así como la corrección de los errores y, sobre todo, las desviaciones en la enseñanza (doctrina), de Cristo. En la que sería la lista más elaborada, la de 1Co 12, el Apóstol empieza refiriéndose a la palabra de sabiduría, seguida de la palabra de ciencia.

Aunque algunos estudiosos pretenden que se trata de sinónimos, sabiduría y ciencia, son dos dones espirituales diferentes, aunque complementarios el uno del otro. Para Clemente de Alejandría, citado por William Barclay, la palabra de sabiduría es el conocimiento de las cosas humanas y divinas y de sus causas. Barclay propone que la palabra de ciencia, consiste en el conocimiento práctico que sabe cómo actuar en cada situación. Conviene considerar la conclusión que el mismo autor hace respecto de la interrelación existente entre ambos dones:

Las dos cosas son necesarias. La sabiduría que conoce por su comunión con Dios las cosas profundas acerca de él, y la ciencia que, en la vida y trabajo diario del mundo y de la Iglesia, puede poner en práctica esa sabiduría. (Barclay, W. 1973)

Así que se trata del conocimiento profundo de Dios: su carácter, su propósito y el cómo de su voluntad, llevado a la práctica en el aquí y ahora de la Iglesia. Conviene parafrasear al filósofo español José Ortega y Gasset y recordar que la Iglesia es ella y sus circunstancias. Ello porque la Iglesia es llamada a mantener su identidad y su fidelidad a Cristo bajo la presión que sus circunstancias (accidentes de tiempo, lugar, modo, etc., que está unido a la sustancia de algún hecho o dicho.), le ocasionan.

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Preparativos para la Conquista

7 noviembre, 2010

Josué 1.1-9

La historia de Josué es un buen ejemplo de cómo se alcanzan las victorias espirituales. Estas tienen que ver con las promesas que Dios ha hecho a los suyos. No con lo que uno desea, no con lo que uno cree necesitar, no con lo que a uno le gustaría lograr. No, las victorias espirituales son el cumplimiento del propósito divino en su pueblo. Es en el cumplimiento de tales promesas que el creyente encuentra su plena realización, el gozo de su vida y los recursos para que esta sea fructífera: para él, para los suyos y para quienes están a su alrededor.

Nuestro pasaje ha sido atinadamente titulado: Preparativos para la conquista. El tino resulta del hecho de que las promesas de Dios se conquistan. Es decir, se ganan, se consiguen, generalmente con esfuerzo, habilidad o venciendo algunas dificultades. Desde luego, el grado del esfuerzo o la habilidad requeridos, así como el de las dificultades a enfrentar, está directamente relacionado con la importancia y la trascendencia de la promesa recibida. Tal el caso del bautismo del Espíritu Santo. Si consideramos que el Espíritu Santo es Dios mismo habitando y obrando en y al través del creyente, resulta obvio que el ser llenos, bautizados, con el Espíritu Santo requiere de grados importantes de esfuerzo y valor de nuestra parte.

A Josué Dios, de manera reiterada, le mandó diciendo: Esfuérzate y sé valiente. Estos dos parecen ser los elementos comunes a toda conquista espiritual. Son los que caracterizan a las mujeres y los hombres que al través de la historia han hecho suyas las promesas de Dios. Todo acto de fe, todo milagro, es precedido y acompañado hasta el final de tales virtudes: Esfuerzo y valor.

Esfuerzo, nos dice el diccionario, es el: Empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades. Dios parte, para el cumplimiento de sus promesas, de lo que ya hay en nosotros. Conocimiento, fe, disposición, etc. Y nos ordena que explotemos al máximo los dones que ya hemos recibido. Como a Josué se nos llama a tomar ánimo; es decir, a invertir toda nuestra energía, nuestras capacidades, nuestros recursos, en la tarea que nos ocupa. A la conquista de la promesa recibida dedicamos el todo de nuestros recursos y lo hacemos hasta el extremo del agotamiento. Esto se refiere tanto al lugar, la importancia que le damos a lo que queremos alcanzar, como a los costos que estamos dispuestos a gastar en ello. San Pablo da buen ejemplo de ello cuando asegura: Y yo con el mayor placer gastaré lo mío,  y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas,  aunque amándoos más,  sea amado menos. 2Co 12.15 Otro buen ejemplo es el del reformador escocés John Knox, quien oraba diciendo: “Señor, dame Escocia o muero”.

El valor, es la cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. Es decir, como Josué hubo de hacerlo, nosotros debemos estar dispuestos a hacer cosas que nunca hemos hecho, a hacer lo que hacemos de manera que nunca antes lo habíamos hecho y a enfrentar peligros y riesgos que, de no estar ocupados en la empresa que perseguimos, no tendríamos que enfrentar. A Jesús, Pedro preocupado por los riesgos que enfrentaba al denunciar la injustica y el pecado, le rogaba que tuviera compasión de sí mismo y evitara el ir a Jerusalén. Jesús, no solo lo equipara a Satanás, sino que lo acusa de dejar de ver las cosas de Dios y ocuparse de las de los hombres. Es decir, Jesús reafirma su propósito de pagar los costos de su ministerio ante la consideración que Pedro hace de replegarse, de dejar de luchar por aquello que representa tantas dificultades y sacrificios.

Esto nos lleva a otra acepción más del término valor: La subsistencia y firmeza de algún acto. A Josué, y a nosotros, no sólo se nos pide coraje ante las dificultades y peligros; también se nos pide que perseveremos luchando hasta alcanzar el fin perseguido. Muchas de las tragedias, las frustraciones y los desánimos de los creyentes tienen que ver con el hecho de que dejaron de luchar. Matrimonios frustrados, hijos fracasados, trabajos empecatados, sueños abortados, etc., tienen como común denominador el que quienes creyeron posible y, por lo tanto, empezaron a luchar para obtener la victoria, dejaron de luchar y se sienten satisfechos apenas manteniendo el fuerte.

Nosotros queremos ser llenos del Espíritu Santo y sabemos que Dios ha prometido darlo a quienes lo pidan. Como esta, tenemos otras victorias a la vista: la sanación de nuestra iglesia, el crecimiento integral de la misma, el testimonio relevante a la sociedad mexicana. Y todo esto es posible porque Dios nos lo ha prometido y llamado a alcanzarlo. Así es que tenemos que esforzarnos y ser valientes.

Pareciera paradójico que algo en apariencia tan sencillo como la práctica de la oración, resulte tan difícil de ser logrado. Pero, resulta que en la conquista de una vida de oración está la raíz de todas las demás conquistas espirituales. La oración es poderosa, es poder. Se gana mucho más postrado ante el Señor, puertas cerradas, que con un activismo desgastante. Por lo tanto, es tiempo de que nos dediquemos a la oración con esfuerzo y con valor. Que hagamos de la oración, y nuestra súplica de ser bautizados con el Espíritu Santo, la prioridad principal de nuestra vida. Que dediquemos tiempos y lo hagamos de maneras que nunca antes hemos experimentado. Que organicemos nuestra vida alrededor del cultivo de la oración.

Y, debemos hacerlo con valor. Quien ora es como quien va a la guerra. Enfrenta riesgos y peligros reales porque atenta contra el orden del príncipe de este mundo. Así que se necesita fuerza, vigor para orar, pero también se necesita que seamos perseverantes. Que nunca sea suficiente lo que hemos orado y que siempre estemos dispuestos a ir por más en nuestra vida de oración.

A nosotros, como a Josué, se nos asegura que si nos esforzamos y somos valientes, si no tememos ni desmayamos, Dios estará con nosotros dondequiera que vayamos, hará prosperar nuestro camino y que todo nos salga bien. Tal nuestra promesa, tal nuestra esperanza.