Génesis 39.7-9 NTV
Un exiliado es aquel que ha sido separado de su tierra. Tal el caso de José. Separado no sólo del terruño sino de los suyos. Separado de los suyos porque, simplemente, no encajó entre ellos. Incomodó a sus padres y a sus hermanos. A estos, al grado de que quisieron asesinarlo. Limitados por la culpa no lo mataron, lo vendieron como esclavo para que lo llevaran hasta Egipto. No sólo a otras tierras y con otras personas, sino lejos de ellos. El que sufrió el exilio es el mismo que había resultado un extraño, el que no había tenido parte en la vida de su propia familia.
La iglesia es, generalmente, tierra de extraños. Es tierra propicia para el encuentro de los extraños. Pero, también, cuando no atiende el origen de su unidad como cuerpo de Cristo: la gracia de la salvación; la iglesia tiene el poder para hacer extraños a los que son, han sido hechos uno en Cristo. Cuando las personas son marginadas o cuando se asumen diferentes, extrañas, a sus hermanos en la fe empiezan a vivir la condición de exiliadas. Aun cuando están en relación con sus hermanos, se asumen diferentes y, por lo tanto, lejanas. Sin embargo, dado el carácter gregario (la necesidad de estar en compañía de otros), de los seres humanos, terminan buscando, cultivando y fortaleciendo relaciones con otros, a los que perciben más cercanos a ellos.
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