Frente a la esposa de Potifar
Génesis 39.7-9 NTV
Un exiliado es aquel que ha sido separado de su tierra. Tal el caso de José. Separado no sólo del terruño sino de los suyos. Separado de los suyos porque, simplemente, no encajó entre ellos. Incomodó a sus padres y a sus hermanos. A estos, al grado de que quisieron asesinarlo. Limitados por la culpa no lo mataron, lo vendieron como esclavo para que lo llevaran hasta Egipto. No sólo a otras tierras y con otras personas, sino lejos de ellos. El que sufrió el exilio es el mismo que había resultado un extraño, el que no había tenido parte en la vida de su propia familia.
La iglesia es, generalmente, tierra de extraños. Es tierra propicia para el encuentro de los extraños. Pero, también, cuando no atiende el origen de su unidad como cuerpo de Cristo: la gracia de la salvación; la iglesia tiene el poder para hacer extraños a los que son, han sido hechos uno en Cristo. Cuando las personas son marginadas o cuando se asumen diferentes, extrañas, a sus hermanos en la fe empiezan a vivir la condición de exiliadas. Aun cuando están en relación con sus hermanos, se asumen diferentes y, por lo tanto, lejanas. Sin embargo, dado el carácter gregario (la necesidad de estar en compañía de otros), de los seres humanos, terminan buscando, cultivando y fortaleciendo relaciones con otros, a los que perciben más cercanos a ellos.
Como con José, la conciencia de exiliado que enfrentamos cuando nuestra cosmovisión, nuestros intereses y afectos, nos apartan de nuestro grupo de origen, pone bajo una fuerte presión nuestro sentido de identidad. Es decir, nuestra la conciencia que tenemos de ser nosotros mismos y lo que nos distingue de los demás. Cuando nuestros grupos de pertenencia y de referencia cambian, ¿quiénes somos? En el caso de José, se trató de un hijo de una familia que no lo comprendía y no lo aceptaba del todo. Vendido como esclavo, se convierte en administrador de la empresa de Potifar, el segundo después de su dueño. Inmediatamente después se convierte en un prisionero. Dos años más tarde, José se convierte en el administrador del reino de Egipto, el segundo después del rey.
¿Un solo José o muchos Josés? ¿Cuándo era él y cuando era otro? ¿Cuál su punto de referencia? ¿Cuáles sus valores? ¿Qué le hacía trascendente? Esto resulta importante para nosotros porque la vida nos lleva a circunstancias en las que tenemos que aprender a ser nosotros mismos en ambientes desconocidos, retadores y confrontantes. Ortega y Gasset aseguró que el hombre es él y su circunstancia. ¿Significará esto que las circunstancias hacen a las personas? De ser así, ¿la identidad de la persona está determinada por las circunstancias que esta vive?
La experiencia de José con la esposa de Potifar nos enseña que José no permitió que las circunstancias definieran lo que él era en esencia. Cierto es que tuvo que aceptar las circunstancias que la vida le impuso y hubo de aprender a negociarlas, a administrarlas, día a día y una a una. Ortega y Gasset dijo: Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Como su tocayo español, José el hebreo, estuvo dispuesto a salvar su circunstancia. Es decir, a convertir el estímulo que la esposa de Potifar le ofrecía en la oportunidad para seguir siendo él mismo y afirmar de esta manera su identidad y la raíz de la misma.
La respuesta de José a su patrona fue simple y corta, al mismo tiempo que profunda y trascendente: ¿Cómo podría yo cometer semejante maldad? Sería un gran pecado contra Dios. Lo primero que José asume es que el mal, lo malo, no es propio de él. En él hay una prevalencia de los valores que dieron forma a su identidad en la casa de su padre. Además, y sobre todo, revela que si bien había tenido que ir por la vida dejando y estableciendo relaciones, mantenía una relación fundacional con Dios. Quizá la única relación que había trascendido sus distintas circunstancias: los accidentes de tiempo, de lugar, y de condiciones que había enfrentado. Quizá por ello mismo, la relación que no estaba dispuesto a perder bajo ninguna circunstancia.
Las circunstancias favorecen y empoderan las formas por sobre la esencia. Es más, ponen a prueba la consistencia, la calidad y la trascendencia de esta misma. Por ello debemos cuestionarnos acerca de si lo que somos está trascendiendo a nuestras circunstancias o si estas están transformando nuestra esencia. Quienes, por las crisis resultantes de sus circunstancias, están dispuestos a negociar su esencia, salvan la vida a costa de dejar de ser ellos mismos.
Constantemente enfrentamos circunstancias que ponen a prueba nuestro interés y disposición de seguir en relación con la iglesia, el cuerpo de Cristo, con Dios mismo. El rechazo, los excesos y las omisiones de nuestros hermanos nos decepcionan. Enfrentamos circunstancias de vida que nos afectan para siempre y que hasta siembran en nosotros la convicción de que Dios ha sido injusto, que nos ha llevado a situaciones extremas que no merecemos o que, cuando menos, niegan la realidad de su amor. Y, justo cuando enfrentamos tales pensamientos, sensaciones y conflictos, se nos aparece la esposa de Potifar.
Sí, a veces pareciera que al fin nos hace justicia la revolución. Como a José, si este hubiera estado dispuesto a sumar el poder de ser el siervo de Potifar y el amante de la mujer de este, ¡imaginen lo bien se la hubiera pasado! Quizá podría haber racionalizado la oportunidad como el ¡por fin Dios me ha dado la oportunidad de salir adelante! Que dado que incumplieron nuestras expectativas, que traicionaron nuestra confianza, podemos optar por las alternativas que la vida se esfuerza por ofrecernos. Podemos concluir que si nos vendieron como esclavos o dejaron que lo hicieran, bien podemos quitarle la mujer a Potifar.
Pero, preguntémonos: resolver nuestras circunstancias así, ¿nos permite afinar nuestra sintonía con Dios? Más aún, resolver nuestras circunstancias así, ¿nos permite ser cada vez más quienes somos o nos lleva a sacrificar nuestra identidad? ¿Alejarte de Dios, de tu iglesia, de tu cónyuge, de lo que has creído y practicado, te hace más tú? ¿Se cumple en ti aquello de que: La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo?
El hecho es que quienes somos no depende de nuestras circunstancias sino de nuestra relación con Dios. Es en función de esta relación que debemos tomar las decisiones torales de nuestra vida. Por ello, cuando la vida nos coloque delante de la mujer de Potifar, sigamos siendo nosotros mismos y mantengamos del honrar a Dios como el sentido, la razón fundamental, de nuestra existencia.
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