No se inquieten por nada
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No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4.6,7 NVI
No conviene olvidar que cuando Pablo anima a los filipenses a que no se inquieten por nada, él está en la cárcel y ellos están llevando su vida de manera normal. Algo debe haber en esas personas que, aun cuando están enfrentando situaciones tan adversas, pueden ocuparse de consolar y animar a quienes están en mejores condiciones que ellas.
Como hemos visto, Pablo había aprendido a estar contento, con lo que tenía. Filipenses 4.11 Pero, no se trataba del contentamiento de una persona conformista, sino, por el contrario, se trataba de alguien, Pablo, que encontraba en sí mismo, en lo que era, lo suficiente para enfrentar la vida. Creo que Pablo había llegado a tal conocimiento gracias a que aprendió a distinguir entre las circunstancias (es decir, accidentes de tiempo, lugar, modo, etc.), y su propia identidad. Pablo pudo distinguir entre la circunstancia de su prisión física y la libertad que le era propia como ser humano. La cárcel era una circunstancia que, por más dolorosa y limitante que resultara, no tenía el poder para deformar lo que Pablo sabía de sí mismo, así como lo que sabía de las causas y razones de su prisión y de los recursos con los que, aún en estando en ella, contaba.
Creo lo anterior por el cuidadoso uso que el Apóstol hace de las palabras dirigidas a los filipenses. NVI traduce el término merimnao, como no se inquieten… por nada. Contra lo que algunos piensan, el llamado bíblico no es a que neguemos las circunstancias que enfrentamos. En este caso, no se trata de que los filipenses nieguen la realidad de las circunstancias que enfrentan. Pablo, por su parte, se asume, se reconoce, preso, solo y en necesidad. Esa es su realidad, tiene fe, confía en Dios, Dios lo ama, pero, está preso, solo y en necesidad. Con su invitación a que los filipenses no se inquieten por nada, lo que el Apóstol destaca que de lo que se trata es de no permitir que las circunstancias hagan perder el sosiego, el equilibrio integral de la persona.
En Cristo, quien está en medio de cualquier circunstancia también puede verla, analizarla y tomar decisiones al respecto… desde fuera de la misma. Es decir, en Cristo tenemos la posibilidad de dimensionar en su justa medida las circunstancias que vivimos. En Cristo adquirimos la capacidad para, estando inmersos en las circunstancias, poder verlas y analizarlas desde el lugar en el que estamos en Cristo. Pablo nos recuerda que, en Cristo, Dios nos sentó con él en los lugares celestiales. Efesios 2.6 NTV Este estar sentados en los lugares celestiales nos permite tener una perspectiva diferente del todo de nuestra vida. Como dijera Adriana Murillo, estando en Cristo podemos ver nuestro aquí desde allá.
Un ejemplo de ello es la declaración paulina que aparece en 2 Corintios 4.8-10 (por su contundencia prefiero usar aquí la traducción RVA):
… que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
Tal perspectiva se amplía en la declaración paulina de 2 Corintios 6.7ss:
… por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo.
Ahora bien, dicen los que saben que conviene que quien enfrenta una crisis haga dos cosas: la primera, un recuento de sus recursos: espirituales, afectivos, materiales, económicos y relacionales. Ello le permitirá dimensionar la circunstancia que está enfrentando. La segunda cosa por hacer es ocuparse de adquirir las herramientas necesarias y apropiadas para enfrentar su crisis. Primero los espirituales, después los emocionales y afectivos, así como los que tienen que ver con los conocimientos, las habilidades y alternativas necesarias.
El Apóstol Pablo hace un recuento de su debe y de su haber. Así, el saber dónde está, qué tiene y qué necesita, le lleva a orar con sabiduría y con gratitud. Pide por lo que le hace falta, al mismo tiempo que agradece por lo que tiene. Además, el balance de su propia vida, así como el de la circunstancia que enfrenta, le permite establecer y/o recuperar sus prioridades. Sabe qué está dispuesto a perder y qué no. Esto, me parece, resulta especialmente relevante. Alguien dijo que vivir es saber elegir y elegir es, siempre, renunciar a, perder, algo. ¿Sabes lo que estás dispuesto o dispuesta a perder? Sólo lo sabe quien conoce qué es lo que no está dispuesto a perder. Pablo se niega a tirar el niño junto con el agua sucia. Es decir, se asegura de no añadir pérdidas y destrucción a las que la crisis que enfrenta ya han propiciado.
Por el contrario, quienes ante la crisis se tornan ansiosos (se desmayan, se estresan, se agitan), no pueden conservar el juicio. Es decir, no pueden distinguir ni entre el bien y el mal, ni entre lo verdadero y lo falso. Sucede tal cosa porque tienen una visión parcializada, y por lo tanto deformada, de la realidad que enfrentan. No hay equilibrio, les falla el giroscopio. Generalmente asociamos el término ansiedad con la actividad irrefrenable. Aquí propongo que hay quienes viven una ansiedad pasiva. Es decir, su falta de equilibrio les lleva a permanecer atrapados en sus circunstancias negativas. Permiten, consciente e inconscientemente, que tales circunstancias los entrampen y les haga permanecer pasivos, sin rumbo, sin destino, sin actividad.
Esto es cada vez más evidente en hombres y mujeres relativamente jóvenes. Entre los treinta y los cuarenta y tantos años. No sólo no tienen futuro, tampoco tienen presente. Realizan actividades improductivas: juegos electrónicos, redes sociales, Netflix, lecturas improductivas, relaciones tóxicas. Pero, poco o nada que tenga sentido y haga de ellos personas útiles y funcionales. Cuando uno les escucha descubre que carecen de sentido de vida porque están atrapados, atrapadas, en sus carencias, temores y tensiones no resueltas.
Pablo asegura que quien se mantiene en equilibrio descubrirá que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4.7 El término cuidará resulta interesante: se refiere a la guardia militar que protege los campamentos de avanzada en las campañas militares. Primero, lo hace no dejando salir lo que no conviene que salga. Quien está en equilibrio aprende a discernir cuándo hay que guardar silencio, a no culpar a los demás de lo que está dentro suyo. Reconoce su enfermedad y entiende que es responsabilidad suya resolverla.
Segundo, no permite que entre lo que no conviene. Los ansiosos, las crisis de afuera, lo que tiene que ver con lo externo, las resuelven adentro. Generalmente, los ansiosos, permiten que situaciones externas y ajenas les afecten. Sean estas reales o no. Al respecto, el proverbista dice que el perezoso afirma: ¡Hay un león allí afuera! ¡Si salgo, me puede matar! Proverbios 22.13 A cuántos escuchamos hacer declaraciones similares. Explican su vida en lo que podría ser y asustados por tales posibilidades se quedan más y más atorados. Por el contrario, la paz de Dios, el equilibrio que Dios trae, impide que salga lo que no debe salir. Pero, también impide que entre al corazón y la mente de la persona en crisis lo que no conviene: pensamientos, juicios, determinaciones animadas por terceros y/o las circunstancias.
Toda crisis representa la oportunidad de volvernos a Dios, y la de reencontrarnos con nuestro verdadero yo. Con quienes somos: imagen y semejanza de Dios. Es, por lo tanto, una oportunidad de purificación, de alivio de las cargas que nos limitan y deforman. Las crisis representan tales oportunidades, porque nos recuerdan que la vida es mucho más que la crisis que enfrentamos. Que esta pasará, mientras que nosotros seguiremos adelante. Que nosotros mismos somos más que la crisis, pues aunque esta nos afecta, no tiene el poder para definirnos.
En Cristo podemos ir más allá de nuestra circunstancia, y estar quietos en cualquier circunstancia. Salmos 46.10
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