No lo que haces, sino quién eres

Efesios 1.3-11

No pocos cristianos han aprendido que su salvación, el obtenerla y el mantenerla, depende de lo que ellos hacen. Han aprendido que, para ser hijos de Dios, deben hacer o dejar de hacer aquello que entienden como condición para ser salvos. Este conocimiento se traduce en temor constante de no dar la medida y, por lo tanto, en la no confianza en la suficiencia de la gracia. La expresión visible de tal convicción es el moralismo. Es decir, la exaltación y defensa de valores que son resultado de una selección consciente e inconsciente altamente influenciada por factores culturales antes que bíblicos.

Caminar el camino de Cristo animados por tal presunción, la de la importancia de las buenas obras, pervierte el propósito divino y, en buena medida, lo impide. Dos son las razones para ello. Empecemos por la segunda. Presentar un evangelio que se sustenta en las buenas obras como condición para ser aceptado por Dios atenta contra el interés y la disposición de los no creyentes para oír a, y de Cristo. Ello se debe al hecho de que los no creyentes están conscientes de la imposibilidad de cumplir con estándares tan altos como los que se les presentan. Además de que perciben el fariseísmo de los creyentes que han aprendido a maquillar su propia incapacidad para hacer buenas obras sustentados en su propia capacidad y deseo al mismo tiempo que exigen de los catecúmenos el cumplimiento de los estándares de aceptación que ellos mismos no pueden cumplir.

La primera razón, y la más importante, es que creer así y actuar en consecuencia, desconoce el quehacer de Dios en Cristo y pervierte la importancia y el sentido de la gracia divina. El meollo de esta es el hecho mismo de que la salvación nuestra, tanto en su origen como en la conservación de la misma, no depende de lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. Nuestra salvación no depende de nuestras obras sino de la obra de Cristo. Es por lo que Dios ha hecho en Cristo que somos salvos. La muerte y la resurrección del Hijo de Dios son los elementos constitutivos de nuestra redención.

La doctrina bíblica de la salvación, expresada por Pablo en nuestro pasaje, establece que la iniciativa de nuestra redención es exclusiva de Dios quien nos amó antes de haber hecho el mundo y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos. Insiste Pablo en el hecho de que Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo.  Lo que esto implica es que todo lo que tenía que hacerse y pagarse por nuestra redención lo hizo Dios en Jesucristo. Nosotros nada podemos hacer y nada se necesita que hagamos. Vs7 Somos salvos por gracia.

Desde luego, Dios no nos impone la salvación, no nos obliga a que estemos en comunión con él. Dirían los abogados que el hecho de su amor no resulta vinculante para nuestra redención. Juan tiene esto bien presente cuando asegura que Dios amó tanto al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel en él cree, no se pierda. Juan 3.16 De ahí la importancia de la expresión, nos eligió en Cristo. Vs 4 Porque Cristo es la Buena Noticia, sí, pero también es invitación que debe ser aceptada y respondida favorablemente por aquellos a los que Dios ha amado aún antes de haber hecho el mundo. Vs 4

Pablo abunda en la importancia de este acercamiento cuando reitera que, dado que estamos unidos a Cristo, hemos recibido una herencia de Dios. Vs 11 Dios no sólo compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados. También ha desbordado en nosotros su bondad junto con toda la sabiduría y el entendimiento. Vs 8 También nos ha hecho herederos. En tal condición – la de suyos, unidos a Cristo-, es que hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones espirituales en los lugares celestiales. Vs 3 Y esto es lo que explica que ahora podamos ser santos e intachables a sus ojos. En consecuencia, que podamos hacer las cosas buenas que Dios preparó para nosotros tiempo atrás. Efesios 2.10

Que seamos amados y aceptos –agradables, bien recibidos y admitidos con gusto- por Dios Efesios 1.6 RVR, no sólo no depende de nosotros, sino que nos capacita y apodera para vivir la vida abundante que Dios nos ha dado en Jesucristo. Pero, no basta con que lo sepamos y con que desaprendamos la doctrina de la salvación por las obras. Se trata de qué interioricemos tal verdad en nuestra vida, que la hagamos nuestra. Somos amados incondicionalmente, somos hijos de Dios, somos aceptos. Luego, entonces, podemos ser quienes somos.

Abundar en tal verdad y confianza requiere del cultivo de nuestra comunión personal con Dios por medio de Cristo y de su Espíritu Santo. Requiere de nuestra humildad que renuncia a creer en el poder de nuestras buenas obras y de nuestro asumirnos débiles en él y por él. A esto los invito, a cultivar la relación que confirma nuestro ser sus hijos y así vivir honrando el amor que hemos recibido y permitiendo que Dios sea alabado en nosotros.

 

 

 

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