Se ha dicho que con las palabras pasa lo mismo que con el dinero, a la inflación de las mismas le sigue la devaluación. La celebración del Día Internacional de la Mujer parece sufrir lo mismo. Por diversas razones, las mujeres se han convertido en protagonistas de la vida pública. El incremento de la violencia en contra de las mismas forma parte de las conversaciones cotidianas. El feminismo surge como la denuncia de los sistemas culturales, religiosos, ideológicos, políticos, económicos, etc., que hacen de la mujer un objeto en detrimento de su ser persona. Mientras más fuerte y poderosa la voz de las mujeres que denuncian la injusticia que sufren y demandan el reconocimiento de su dignidad, más mentirosa, manipuladora e indigna la respuesta de quienes, a pesar de su discurso, siguen considerando a las mujeres como seres de segunda clase. Propiedad de la cual puede disponerse tanto colectiva como personalmente.
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En el Día Internacional de la Mujer
8 marzo, 2020Pastores Machistas
8 noviembre, 2010Hace algunos años recibí en la iglesia que pastoreaba a una familia numerosa, procedente de otra zona de la Ciudad. Al pasar las semanas pude apreciar que la esposa se mostraba retraída, molesta e incómoda durante las actividades de la iglesia. La abordé y le pregunté la razón de su malestar. Su razón fue breve, contundente: Juan me pega para que venga a la iglesia. Cuando encaré al marido y le reclamé el que golpeara a su esposa me contestó: El pastor que me bautizó me dijo que yo debía obligar a mi esposa a que asistiera a la iglesia; que si era necesario golpearla para que entendiera, lo hiciera, porque así estaría yo ayudando para que ella fuera salva.
Fui invitado a compartir la Palabra en un desayuno de parejas. Al terminar mi participación, el Pastor de esa iglesia pidió a un hombre que estaba sentado en la misma mesa que nosotros, que tuviera una palabra de bendición para las familias ahí representadas. Pude observar el inmediato malestar reflejado en el rostro de la esposa de tal hombre; la verdad es que no oré y mejor la observé con atención. Había amargura, coraje y desesperanza en su mirada. Al terminar la reunión se acercó a mí y me pidió que habláramos. Me contó que desde el inicio de su matrimonio su marido había sido sistemáticamente infiel. Le pregunté si el Pastor estaba enterado de ello y me dijo que sí, pero que cada vez que ella buscaba el consejo y la pastoral, se le recomendaba que comprendiera a su marido, que fuera paciente y lo ayudara, pues alguna razón tenía él para actuar de la manera en que lo hacía.
Recientemente conocí del caso de una mujer quien, habiendo descubierto que su marido tiene otra familia, buscó la intervención de su Pastor. Este no solo no quiso hablar con el marido, también le prohibió a ella que le reclamara a su esposo por su conducta; le advirtió que debía seguir estando sometida a él pues, a pesar de sus errores, él seguía siendo la autoridad espiritual de ella y de su familia. La previno advirtiéndole que si ella denunciaba públicamente a su marido, o si iniciaba cualquier intento de separación, no contaría más con la bendición de Dios pues, le aseguró, al quedar fuera de la autoridad de su esposo, quedaría automáticamente fuera de la cobertura divina.
Si bien no todos los pastores reaccionan de maneras similares a las aquí mencionadas ante el abuso que sufren las mujeres a manos de sus esposos, sí tenemos que reconocer lamentablemente que muchos, quizá la mayoría de los pastores, terminan poniéndose del lado de los esposos abusadores cuando estos son denunciados por sus mujeres. En no pocos casos, son las mujeres abusadas quienes sufren el castigo pastoral y quienes resienten las presiones de la congregación que ha aprendido a no aceptar, ni a hablar de la violencia intrafamiliar que se da a su interior.
Desde luego, el de la violencia intrafamiliar, como hemos dicho, es un asunto complejo y multifactorial. La manifestación de tal fenómeno en los ambientes fuertemente religiosos se complica más en tanto que se explica y justifica con argumentos espirituales. Una mujer me decía: Por años intenté defenderme del abuso de mi marido. Pero, cuando nos hicimos cristianos, y él me mostraba que la Biblia enseña que yo debía obedecerle en todo, tuve que aguantarme ante su maltrato, pues, ¿cómo poder ir contra lo que Dios ha establecido? — ¿De veras la Biblia enseña que los hombres tenemos el derecho y hasta la obligación de disciplinar a nuestras mueres, aún al extremo de la violencia física? ¿De veras tienen razón los pastores que se ponen del lado de los maridos abusadores y exigen que las mujeres lastimadas se sigan sometiendo incondicionalmente a sus maridos?
La respuesta para tales interrogantes y otras semejantes a estas, es una, simple y categórica: No, ni la Biblia enseña que los hombres tienen el derecho de abusar de sus mujeres; ni tienen razón los pastores, ni otros líderes espirituales, que justifican a los abusadores y lastiman aún más a las mujeres lastimadas.
La Biblia enseña, en efecto, que las esposas deben estar sujetas a sus maridos. Tal es la enseñanza paulina en Efesios 5.22ss, por ejemplo. Pero, cualquier estudioso de la Biblia, sabe que tal admonición bíblica empieza en el verso 21 del mismo capítulo, cuando la Palabra de Dios ordena: Someteos unos a otros en el temor de Dios. Es decir, la mujer se somete a su marido, cierto; pero, también el marido debe someterse a su mujer. Desde luego, quienes leen la Biblia con anteojos machistas sólo destacan lo que conviene a su condición de machos. Terminan haciendo lecturas parcializadas y descontextualizadas; ejercicio que termina en una temeraria manipulación del texto bíblico a favor de sus propios intereses.
¿Qué es lo que las mujeres abusadas o en riesgo de serlo, deben hacer ante tal aproximación machista a los textos bíblicos? Primero, y aunque parezca una contradictoria ofensa a las mujeres que me escuchan o leen, debo pedirles que aprendan y se decidan a pensar por sí mismas. Que no compren lo que los hombres, sus esposos y pastores, les dicen, sin asegurarse que tales enseñanzas tienen un real sustento bíblico. Para ello, las mujeres deben convertirse en cuidadosas lectoras de la Biblia y en dedicadas estudiantes de la misma. Para tal tarea, cuentan con la inspiración del mismo Espíritu Santo que guía a los hombres sinceros y obedientes a la Palabra.
En segundo lugar, conviene que las mujeres hagan un inventario de los recursos con los que cuentan para enfrentar las situaciones de abuso que las oprimen. Espirituales, intelectuales, económicos, familiares y, aún, los recursos legales a su disposición. Y, siguiendo la instrucción de nuestro Señor, antes de tomar cualquier decisión, antes de empezar a construir su torre o de salir a la guerra, deben considerar si están dispuestas a perseverar hasta la victoria en el proceso de su liberación integral. De su propio éxodo, que no sólo consistió en salir de Egipto, sino en llegar a la Tierra Prometida. No empiecen lo que no están dispuestas a hacer hasta el final, y de la manera correcta. Porque, quienes empiezan y luego vuelven atrás, terminan fortaleciendo aún más las ataduras en manos de sus maridos.
Y, finalmente, ante la actitud de los líderes espirituales que actúan bajo prejuicios machistas, conviene, primero, que las mujeres distingan entre ellos y Dios. Cosa difícil, pero necesaria. La decepción que sientan ante los errores de sus pastores no tiene que llevarlas a alejarse, ni a decepcionarse, de Dios mismo. Deben saber que Dios está del lado de quienes sufren opresión y violencia, se trate de los pobres, de los huérfanos… y de las mujeres que no son tratadas como vasos frágiles por sus maridos. Además, como lo hiciera nuestro Señor ante el alguacil que lo golpeaba injustamente, las mujeres que sufren de la incomprensión pastoral deben estar dispuestas a encarar a sus pastores y pedirles que actúen con fidelidad y lealtad a la Palabra de Dios. Con caridad y firmeza, las mujeres que sufren abuso pueden convertirse en agentes de cambio que contribuyan a la sanación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, que por ahora está siendo dañado por tanta violencia en contra de las mujeres que forman parte de la misma.
Es tiempo de que la Iglesia de Cristo se detenga para que, en oración y con un espíritu humilde, se dedique al estudio de la Palabra de Dios a la luz de tantos males que le aquejan, entre ellos el del estado deplorable de muchos de sus matrimonios. De ahí mi invitación a mis compañeros pastores y demás líderes espirituales para que corramos el riesgo de acercarnos, desde una perspectiva diferente, a los pasajes bíblicos que habiendo siendo tan mal entendidos y tan mal enseñados, causan tanto dolor a aquellos por quienes Cristo se entregó, para que tuvieran vida en abundancia y gozaran la paz que es fruto de la justicia.
El Que Golpea a Una…
11 octubre, 2010El que Golpea a Una, nos Golpea a Todas, es la campaña que en el año 2007 promovió el Instituto Nacional de las Mujeres, en un intento de superar uno de los más grandes males de nuestros días, la violencia en contra de las mujeres. Las cifras que registran el abuso contra las mujeres son dramáticas y nos obligan a no desentendernos más del tema de la violencia intrafamiliar.
En distintos momentos he asegurado, con no poca ironía, que las familias que sufren violencia son familias solidarias. Somos familias que protegen a sus miembros abusadores guardando silencio respecto de sus excesos, justificándolos y, aún, protegiéndolos cuando la violencia es tal que ya no puede ser disimulada. No hace mucho tiempo, uno de los periódicos de mayor circulación nacional registraba las palabras de una mujer golpeada por su marido: “No le hagan nada, es mi esposo [decía], si él quiere matarme puede hacerlo, pues para eso soy su mujer”. En otros casos, las personas abusadas, particularmente las mujeres, explican los abusos de sus agresores buscando en sí mismas la razón y/o culpa de tales excesos. “No sé que habré hecho o dicho, pero seguramente lo molesté y tuvo que castigarme”. En tratándose de los abusos de los padres, que incluyen la violencia sexual, en no pocos casos se explica tal violencia bajo el pretexto del derecho paterno a hacer con sus hijos lo que se quiera, pues “nuestros padres lo son hasta la muerte”.
De cualquier forma, la violencia intrafamiliar daña, a veces irremediablemente, a las personas. Marca de por vida al abusado y al abusador, dando pie a cadenas de maldición que se transmiten por generaciones. Quienes han sido abusados se convierten, generalmente, en abusadores. Unos y otros procuran establecer relaciones con quienes, pueden estar seguros, les ayudarán a desempeñar el rol aprendido. El abusador buscará relacionarse con una persona sumisa, y esta clase de personas procurará relacionarse con abusadores.
La violencia intrafamiliar no reconoce límites sociales, académicos, raciales ni, aunque nos cueste aceptarlo, religiosos. Desafortunadamente, en no pocos casos la conversión a Cristo no parece incluir necesariamente, el término de las relaciones de abuso intrafamiliar previas a la regeneración de las personas. Más aún, en no pocos casos, la ideología religiosa sirve como un argumento definitivo que establece como lo propio de esa familia en particular, la existencia de abusadores y abusados. Los primeros, encuentran en su nueva fe una presunta justificación de sus actitudes y conductas y quienes padecen la violencia, sublimizan su sufrimiento y lo equiparan con el de Cristo. Siendo así las cosas, están, entonces, dispuestos “a llevar su cruz hasta que el Señor así lo quiera”.
Pero, debemos saber, la violencia intrafamiliar es un problema complejo que tiene sus raíces en el pecado. Por lo tanto, nadie que ejerce o sufre tal violencia en particular, puede presumir que la misma corresponde a la voluntad de Dios. Todo lo contrario, cualquier expresión de violencia, y de violencia intrafamiliar especialmente, atenta contra la dignidad del ser humano y, por lo tanto, contra la dignidad misma de Dios. Cualquier agresión en contra de nuestro prójimo resulta en una agresión en contra de nuestro Señor y Salvador.
Paradójicamente, como ya hemos dicho, muchos de los que ejercen la violencia intrafamiliar y de los que la sufren viven en un estado de ignorancia al respecto. No saben que viven una realidad de violencia. Asumen como natural el modelo de relación que les degrada. Aquí se cumple aquel lamento divino, cuando el Señor asegura: “mi pueblo perece por falta de conocimiento”. Y es que, además de que es mentira que alguien tiene el derecho de lastimar a su pareja, hijos, hermanos, padres, abuelos, etc., la violencia intrafamiliar es mucho más que la violencia física. En no pocos casos, esta, aunque más dramática y escandalosa, palidece ante la frecuencia, grado y trascendencia de otras expresiones de la violencia doméstica.
De acuerdo con los estudiosos del tema, son cinco los tipos de violencia doméstica: el abuso físico, el emocional, la negligencia o abuso por descuido, el abuso sexual y el abuso económico. Un acercamiento al tema nos dice, entre otras cosas: que las madres son las principales abusadoras físicas de los niños menores de diez años; que las mujeres recurren con mayor frecuencia al abuso emocional, que los agresores sexuales son, generalmente, familiares cercanos de las víctimas.
Quizá usted que me está escuchando, lo está haciendo “en tercera persona”. Es decir, está pensando más o menos así: “eso le pasa a fulanita”, “sí, a mi vecino le pegaba su mujer”, “pobre gente, ¿qué podrá hacer? Pero, déjeme preguntarle lo siguiente: “usted, ¿es un abusador, o abusadora?”, “¿sufre violencia de parte de su pareja?” Para ayudarle a una mejor reflexión permítame hacerle algunas preguntas más:
- ¿Su pareja continuamente critica la ropa que usted usa, lo que usted dice, la forma en que usted actúa, y su apariencia?
- ¿Su pareja a menudo le insulta o le habla en forma denigrante?
- ¿Siente usted que necesita pedir permiso para salir a ver a sus amistades o familia?
- ¿Siente usted que, haga lo que haga, todo siempre es culpa suya?
- Cuando usted se retrasa en llegar a casa, ¿su pareja le interroga insistentemente acerca de dónde anduvo y con quién estuvo?
- ¿Su pareja le ha amenazado con hacerle daño a usted o a sus hijos si usted la deja?
- ¿Su pareja le obliga a tener relaciones sexuales aunque usted no quiere?
- ¿Su pareja ha amenazado con pegarle?
- ¿Su pareja alguna vez le ha empujado, abofeteado o golpeado?
Si usted ha respondido sí a alguna de estas preguntas. O si usted se descubre actuando de acuerdo con alguna de tales conductas, usted y los suyos están en violencia intrafamiliar.
Así como las causas que originan la violencia intrafamiliar son complejas, superar la misma es, también, una tarea compleja, lenta y difícil. Exige cambios, tanto en la persona misma, como en la dinámica de las relaciones familiares. Exige la toma de decisiones difíciles y costosas, así como el pago de precios altos y dolorosos. Pero, si hemos sido llamados a vivir la realidad de la nueva creación, somos llamados a dejar atrás cualquier expresión de violencia que nos haya sido propia antes de venir a la luz de Cristo.
Primero, tenemos que identificar y aceptar aquellas formas y dinámicas de violencia intrafamiliar en las que participamos o participan las personas a las que conocemos. Por más dolor y vergüenza que ello implique, debemos encarar nuestra realidad y confrontar aquello que nos lastima y degrada.
En segundo lugar, debemos arrepentirnos por lo que hacemos y/o permitirnos. Es decir, debemos cambiar nuestra manera de pensar al respecto. No hay justificación alguna para ningún tipo de violencia intrafamiliar. Esta es siempre, contraria al propósito divino al crear al ser humano a su imagen y semejanza.
En tercer lugar, debemos pedir ayuda. La violencia intrafamiliar genera cadenas tan fuertes que resulta casi imposible superarlas sin ayuda de otras personas. Desde luego, el primer tipo de ayuda es la ayuda espiritual. Hemos dicho que detrás de todo problema de relaciones familiares, hay un problema espiritual. Pero, también, necesitamos del apoyo profesional: de consejería pastoral, o sicológico, siquiátrico, legal, etc., que corresponda a nuestra problemática en particular. Pedir ayuda rompe la condición básica que alienta y alimenta la violencia intrafamiliar: el secreto, el silencio.
En cuarto lugar, debemos pagar el precio para conservarnos dignos. Todo cambio genera dolor; el dolor al cambio nos lleva a renunciar al mismo. Pero, renunciar al cambio siempre provoca más dolor. No puedes ser tratado, o tratada, con mayor dignidad con la que tú mismo te trates.
“El que golpea a una, nos golpea a todas”, dice el lema de la campaña antes referida. Yo cambiaría el género de la última palabra, porque los abusadores no solo golpean a todas las mujeres, nos golpean y agraden a todos. Por ello es que debemos hacer nuestra la lucha en contra de esta terrible expresión del pecado. Déjame decirte algo, si estás sufriendo cualquier forma de violencia doméstica, no te quedes en silencio. No le creas a quien te intimida diciéndote que estás solo o sola, que a nadie le importas. Dios está contigo y le importas a él., también nos importas a nosotros y estamos contigo, queremos y podemos ayudarte. Llámanos o escríbenos (5528-8650 y casadepan@yahoo.com), y ya no dejes que te golpeen.
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