El Que Golpea a Una…

El que Golpea a Una, nos Golpea a Todas, es la campaña que en el año 2007 promovió el Instituto Nacional de las Mujeres, en un intento de superar uno de los más grandes males de nuestros días, la violencia en contra de las mujeres. Las cifras que registran el abuso contra las mujeres son dramáticas y nos obligan a no desentendernos más del tema de la violencia intrafamiliar.

En distintos momentos he asegurado, con no poca ironía, que las familias que sufren violencia son familias solidarias. Somos familias que protegen a sus miembros abusadores guardando silencio respecto de sus excesos, justificándolos y, aún, protegiéndolos cuando la violencia es tal que ya no puede ser disimulada. No hace mucho tiempo, uno de los periódicos de mayor circulación nacional registraba las palabras de una mujer golpeada por su marido: “No le hagan nada, es mi esposo [decía], si él quiere matarme puede hacerlo, pues para eso soy su mujer”. En otros casos, las personas abusadas, particularmente las mujeres, explican los abusos de sus agresores buscando en sí mismas la razón y/o culpa de tales excesos. “No sé que habré hecho o dicho, pero seguramente lo molesté y tuvo que castigarme”. En tratándose de los abusos de los padres, que incluyen la violencia sexual, en no pocos casos se explica tal violencia bajo el pretexto del derecho paterno a hacer con sus hijos lo que se quiera, pues “nuestros padres lo son hasta la muerte”.

De cualquier forma, la violencia intrafamiliar daña, a veces irremediablemente, a las personas. Marca de por vida al abusado y al abusador, dando pie a cadenas de maldición que se transmiten por generaciones. Quienes han sido abusados se convierten, generalmente, en abusadores. Unos y otros procuran establecer relaciones con quienes, pueden estar seguros, les ayudarán a desempeñar el rol aprendido. El abusador buscará relacionarse con una persona sumisa, y esta clase de personas procurará relacionarse con abusadores.

La violencia intrafamiliar no reconoce límites sociales, académicos, raciales ni, aunque nos cueste aceptarlo, religiosos. Desafortunadamente, en no pocos casos la conversión a Cristo no parece incluir necesariamente, el término de las relaciones de abuso intrafamiliar previas a la regeneración de las personas. Más aún, en no pocos casos, la ideología religiosa sirve como un argumento definitivo que establece como lo propio de esa familia en particular, la existencia de abusadores y abusados. Los primeros, encuentran en su nueva fe una presunta justificación de sus actitudes y conductas y quienes padecen la violencia, sublimizan su sufrimiento y lo equiparan con el de Cristo. Siendo así las cosas, están, entonces, dispuestos “a llevar su cruz hasta que el Señor así lo quiera”.

Pero, debemos saber, la violencia intrafamiliar es un problema complejo que tiene sus raíces en el pecado. Por lo tanto, nadie que ejerce o sufre tal violencia en particular, puede presumir que la misma corresponde a la voluntad de Dios. Todo lo contrario, cualquier expresión de violencia, y de violencia intrafamiliar especialmente, atenta contra la dignidad del ser humano y, por lo tanto, contra la dignidad misma de Dios. Cualquier agresión en contra de nuestro prójimo resulta en una agresión en contra de nuestro Señor y Salvador.

Paradójicamente, como ya hemos dicho, muchos de los que ejercen la violencia intrafamiliar y de los que la sufren viven en un estado de ignorancia al respecto. No saben que viven una realidad de violencia. Asumen como natural el modelo de relación que les degrada. Aquí se cumple aquel lamento divino, cuando el Señor asegura: “mi pueblo perece por falta de conocimiento”. Y es que, además de que es mentira que alguien tiene el derecho de lastimar a su pareja, hijos, hermanos, padres, abuelos, etc., la violencia intrafamiliar es mucho más que la violencia física. En no pocos casos, esta, aunque más dramática y escandalosa, palidece ante la frecuencia, grado y trascendencia de otras expresiones de la violencia doméstica.

De acuerdo con los estudiosos del tema, son cinco los tipos de violencia doméstica: el abuso físico, el emocional, la negligencia o abuso por descuido, el abuso sexual y el abuso económico. Un acercamiento al tema nos dice, entre otras cosas: que las madres son las principales abusadoras físicas de los niños menores de diez años; que las mujeres recurren con mayor frecuencia al abuso emocional, que los agresores sexuales son, generalmente, familiares cercanos de las víctimas.

Quizá usted que me está escuchando, lo está haciendo “en tercera persona”. Es decir, está pensando más o menos así: “eso le pasa a fulanita”, “sí, a mi vecino le pegaba su mujer”, “pobre gente, ¿qué podrá hacer? Pero, déjeme preguntarle lo siguiente: “usted, ¿es un abusador, o abusadora?”, “¿sufre violencia de parte de su pareja?” Para ayudarle a una mejor reflexión permítame hacerle algunas preguntas más:

  • ¿Su pareja continuamente critica la ropa que usted usa, lo que usted dice, la forma en que usted actúa, y su apariencia?
  • ¿Su pareja a menudo le insulta o le habla en forma denigrante?
  • ¿Siente usted que necesita pedir permiso para salir a ver a sus amistades o familia?
  • ¿Siente usted que, haga lo que haga, todo siempre es culpa suya?
  • Cuando usted se retrasa en llegar a casa, ¿su pareja le interroga insistentemente acerca de dónde anduvo y con quién estuvo?
  • ¿Su pareja le ha amenazado con hacerle daño a usted o a sus hijos si usted la deja?
  • ¿Su pareja le obliga a tener relaciones sexuales aunque usted no quiere?
  • ¿Su pareja ha amenazado con pegarle?
  • ¿Su pareja alguna vez le ha empujado, abofeteado o golpeado?

Si usted ha respondido sí a alguna de estas preguntas. O si usted se descubre actuando de acuerdo con alguna de tales conductas, usted y los suyos están en violencia intrafamiliar.

Así como las causas que originan la violencia intrafamiliar son complejas, superar la misma es, también, una tarea compleja, lenta y difícil. Exige cambios, tanto en la persona misma, como en la dinámica de las relaciones familiares. Exige la toma de decisiones difíciles y costosas, así como el pago de precios altos y dolorosos. Pero, si hemos sido llamados a vivir la realidad de la nueva creación, somos llamados a dejar atrás cualquier expresión de violencia que nos haya sido propia antes de venir a la luz de Cristo.

Primero, tenemos que identificar y aceptar aquellas formas y dinámicas de violencia intrafamiliar en las que participamos o participan las personas a las que conocemos. Por más dolor y vergüenza que ello implique, debemos encarar nuestra realidad y confrontar aquello que nos lastima y degrada.

En segundo lugar, debemos arrepentirnos por lo que hacemos y/o permitirnos. Es decir, debemos cambiar nuestra manera de pensar al respecto. No hay justificación alguna para ningún tipo de violencia intrafamiliar. Esta es siempre, contraria al propósito divino al crear al ser humano a su imagen y semejanza.

En tercer lugar, debemos pedir ayuda. La violencia intrafamiliar genera cadenas tan fuertes que resulta casi imposible superarlas sin ayuda de otras personas. Desde luego, el primer tipo de ayuda es la ayuda espiritual. Hemos dicho que detrás de todo problema de relaciones familiares, hay un problema espiritual. Pero, también, necesitamos del apoyo profesional: de consejería pastoral, o sicológico, siquiátrico, legal, etc., que corresponda a nuestra problemática en particular. Pedir ayuda rompe la condición básica que alienta y alimenta la violencia intrafamiliar: el secreto, el silencio.

En cuarto lugar, debemos pagar el precio para conservarnos dignos. Todo cambio genera dolor; el dolor al cambio nos lleva a renunciar al mismo. Pero, renunciar al cambio siempre provoca más dolor. No puedes ser tratado, o tratada, con mayor dignidad con la que tú mismo te trates.

“El que golpea a una, nos golpea a todas”, dice el lema de la campaña antes referida. Yo cambiaría el género de la última palabra, porque los abusadores no solo golpean a todas las mujeres, nos golpean y agraden a todos. Por ello es que debemos hacer nuestra la lucha en contra de esta terrible expresión del pecado. Déjame decirte algo, si estás sufriendo cualquier forma de violencia doméstica, no te quedes en silencio. No le creas a quien te intimida diciéndote que estás solo o sola, que a nadie le importas. Dios está contigo y le importas a él., también nos importas a nosotros y estamos contigo, queremos y podemos ayudarte. Llámanos o escríbenos (5528-8650 y casadepan@yahoo.com), y ya no dejes que te golpeen.

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