Se ha dicho que con las palabras pasa lo mismo que con el dinero, a la inflación de las mismas le sigue la devaluación. La celebración del Día Internacional de la Mujer parece sufrir lo mismo. Por diversas razones, las mujeres se han convertido en protagonistas de la vida pública. El incremento de la violencia en contra de las mismas forma parte de las conversaciones cotidianas. El feminismo surge como la denuncia de los sistemas culturales, religiosos, ideológicos, políticos, económicos, etc., que hacen de la mujer un objeto en detrimento de su ser persona. Mientras más fuerte y poderosa la voz de las mujeres que denuncian la injusticia que sufren y demandan el reconocimiento de su dignidad, más mentirosa, manipuladora e indigna la respuesta de quienes, a pesar de su discurso, siguen considerando a las mujeres como seres de segunda clase. Propiedad de la cual puede disponerse tanto colectiva como personalmente.
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En el Día Internacional de la Mujer
8 marzo, 2020Dios y las mujeres
19 mayo, 2019Por lo que sé, ser mujer es una experiencia inigualable. Conlleva los más grandes privilegios del ser humano, y los más crueles menosprecios. La mujer es al mismo tiempo eje que convoca: a la vida, a los hombres, a la familia; y es también la extraña, a la que, cuando conviene, se le margina, se le ignora, se le usa.
Desafortunadamente, este desigual trato a las mujeres se justifica con una particular interpretación del mensaje bíblico. La mujer, nos dicen, es segunda, va después del hombre, al ser formada del hombre es menos que el hombre. Además, la mujer tiene la culpa de que el pecado haya marcado a la humanidad, pues ella engañó a Adán. Finalmente, la mujer es un ser emocional, con poca capacidad para pensar racionalmente, por lo que es necesario que esté bajo el cuidado –y la consecuente subordinación-, del hombre. La mujer no puede ser persona, si no cuenta con la compañía y la cobertura masculina, dirían algunos.
esposa, madre, Mujer
17 mayo, 2015Lucas 13.34
Nunca será suficiente lo que se diga en reconocimiento a las madres. Ellas encierran el misterio de la vida misma y son, junto con Dios, co-creadoras de la humanidad. De distintas maneras y, siempre animadas por su amor, forman y deforman a los hijos. Detrás de cada una de sus acciones, aún detrás de aquellas que puedan confundir y doler, está siempre presente el propósito de que la vida de sus hijos sea, si no mejor, sí diferente a la de ellas mismas.
Como sabemos, existe un menosprecio a las mujeres que hacen de la maternidad la tarea principal de su vida. Tener, educar y formar hijos parece una tarea menor, por lo tanto, no significativa. Para muchos, los hijos parecieran ser una carga, un obstáculo en la búsqueda de la realización femenina. Personalmente pienso que quienes así piensan están equivocados. Creo firmemente que no hay tarea más trascendente, importante y valiosa que la de traer al mundo hombres y mujeres que impacten y transformen a la sociedad. Como creyente, considero que no hay nada más grande que tener y formar hijos que, temerosos de Dios, se sepan llamados y capaces de transformar a los hombres y mujeres que les rodean, con el poder del evangelio de Jesucristo.
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