Archive for the ‘Pueblo de Dios’ category

Y no dejemos de congregarnos

22 febrero, 2015
Hebreos 10.24 y 25

Mientras más veces leo los versos 24 y 25, mientras más pienso en ellos, más convencido estoy que lo que da razón al llamado contenido en ellos es un par de elementos fundamentales: la conciencia de lo importante del quehacer de Dios en Cristo y la gratitud que de tal conciencia resulta. En efecto, el autor de Hebreos ha venido destacando tanto el quehacer salvífico como los beneficios que el mismo nos representa. Podemos entrar directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y plena confianza en él, nos asegura. Así que le, y nos, debemos el mantenernos firmes y sin titubear en la esperanza que confesamos. Esta firmeza de nuestra convicción se manifiesta, según el autor, en que nos motivemos unos a otros a la bueno y a que no dejemos de congregarnos sabiendo que el día de su regreso se acerca.

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Perfectamente Santos

27 abril, 2014

Que Dios mismo, el Dios de paz, los haga a ustedes perfectamente santos, y les conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 1 Ts 5.23

 

Cuando el Pastor Armando Águila me invitó a compartir este pasaje con ustedes, vinieron a mi mente dos experiencias. La primera vivida en la década de los años setenta en Cuba. Tuve la oportunidad de hacer una visita pastoral a las iglesias cubanas. En un encuentro con jóvenes cristianos universitarios les pregunté cómo habían sido aceptados en la Universidad, siendo creyentes, y cómo hacían para permanecer escalando posiciones de reconocimiento académico, como era el caso en la mayoría de ellos. Después de un embarazoso silencio, uno de los jóvenes me dijo: Simplemente, nos ocupamos de ser los mejores en todo. Y, cuando alguien nos pregunta el porqué de nuestro esfuerzo y dedicación, les hacemos saber que nuestra condición de discípulos de Cristo nos obliga a dar testimonio de su Reino en todas y cada una de las áreas de nuestra vida personal.

La segunda experiencia la viví en esta Ciudad. Fui invitado como ponente ante un grupo de catedráticos universitarios, artistas e intelectuales y empresarios. Al terminar mi exposición, uno de los empresarios ahí presentes expresó su desconfianza y poco aprecio hacia los cristianos evangélicos. Disculpándose conmigo, explicó que su negocio es la renta de equipo de luz y sonido para eventos masivos. Por ello, nos dijo, conoce bien a los más reconocidos artistas evangélicos. No pocos les han recomendado a jóvenes para que trabajen con él, enfatizando que se trata de personas honestas por ser cristianas. Sin embargo, su malestar se debe a que se trata de jóvenes sin ambiciones ni deseos de superación. Jóvenes que con el pretexto de servir a Dios, abandonan trabajo y estudios a la menor provocación. Jóvenes que prefieren ser despedidos a trabajar los días que en sus congregaciones hay actividades. Terminó asegurando que la fe cristiana-evangélica convierte a los jóvenes en personas sin propósito ni sentido en la vida. En personas que no trascienden y no pueden tener una influencia positiva en la sociedad.

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Que se porten como deben hacerlo

12 enero, 2014

Efesios 4.1

En Cristo, nosotros, los cristianos, somos diferentes. Diferentes a como éramos nosotros mismos antes de Cristo y, desde luego, diferentes a quienes no sirven a Cristo. La Biblia enseña que hemos renacido, es decir, que hemos sido creados de nuevo y, por lo tanto, no sólo somos creaturas nuevas (2 Co 5.17), sino que tenemos una nueva manera de pensar (2 Ti 1.7). Esta nueva manera de pensar tiene que ver con el propósito que da sentido a nuestra vida. Requiere de una constante renovación del espíritu de nuestra mente, de la manera en que juzgamos todas las cosas (Ef 4.23), así como de una forma de vida que tiene como característica principal el llamamiento que hemos de parte del Señor. En esencia, lo que nos hace diferentes es que hemos sido llamados por Dios para que seamos su pueblo.

Ser el pueblo de Dios es una cuestión privilegiada que garantiza la disposición de los recursos necesarios para vivir una vida equilibrada, plena y fructífera. En la historia del pueblo de Israel encontramos, una y otra vez, promesas de bendición que abarcaban el todo de la vida de los israelitas. Desde luego, una relación privilegiada con Dios, pero también bendiciones de prosperidad personal, familiar y como nación. Sin embargo, al acercarnos a la historia sagrada descubrimos que Israel fue incapaz de alcanzar la plenitud de las promesas recibidas. En consecuencia, no sirvió para el propósito divino y tampoco fue el instrumento para que Dios bendijera a las naciones todas. La razón última de tal fracaso fue la falta de integridad del pueblo de Dios.

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