Marcos 7
Jesús no deja de sorprender al lector atento de Marcos. Sorprende por su amor, su empatía, su integridad, etc. Pero, también nos sorprende ese rasgo de provocador incómodo que lastima a su audiencia y nos hace preguntarnos qué pretende cuando lo hace. Tal el caso de la madre de nuestra historia. Se acerca a Jesús necesitada, dispuesta a humillarse –al grado de tirarse a los pies de Jesús-, intercediendo por su hija y encuentra como respuesta a su súplica un descolón (menosprecio, viejitas dixit). Es decir, enfrenta el hecho de que Jesús la equipara, a ella y a su hija, con los perros de una familia.
De hecho esto resulta un giro sorprendente en el carácter y la actitud mostrada por Jesús hasta el momento. De pronto, estando en el extranjero –en la región de Fenicia (Líbano y Siria)-, Jesús parece recuperar el orgullo nacionalista y parece actuar con los mismos prejuicios de sus enemigos, los líderes religiosos judíos. Establece que su prioridad son los judíos y que estos son los destinatarios primeros de la bendición que él representa. Parecería que Jesús estuviera de acuerdo con el sentido de la oración que muchos judíos elevan cada mañana: Gracias Dios por no haberme hecho un gentil, una mujer o un esclavo. Y, sobre todo, la declaración de Jesús pareciera ignorar la promesa hecha a Abraham de que en él serían benditas todas las naciones.
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