Archive for the ‘Fruto del Creyente’ category

Y no lo Deja dar Fruto

26 julio, 2011

Mateo 13.22

Las parábolas nos enseñan que siempre hay algo más en lo que vemos a simple vista. Nos dicen que en lo cotidiano se hace presente lo espiritual. Jesús también nos enseña que no cualquiera puede ver lo espiritual de las cosas. De ahí la exhortación de Jesús, en el sentido de que “los que tienen oídos, oigan”.

A todas luces, la tercera tierra mencionada por Jesús, representa a los creyentes. A aquellas personas en las que la Palabra ha impactado, penetrado y empezado a obrar. No se trata, entonces, de los neófitos, sino de aquellos que ya están en relación –arraigados- y que, por lo tanto, están ya en condiciones de dar fruto. Tienen, cuando menos, raíces suficientes, a diferencia de los del segundo grupo, que tienen raíces “de corta duración”. Llegados a este punto, es cuando debemos aplicar el principio: “los que tienen oídos, oigan”.

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Jesús los convence, pero la Iglesia no*

15 enero, 2011

Juan 13.15; Hebreos 10.23-25

Dan Kimball ha escrito un libro con el título Jesús los convence, pero la iglesia no. Kimball verbaliza la que para muchos resulta una experiencia difícil, conflictiva y aun enajenante: La asistencia a iglesias que cada vez menos, resultan relevantes para la vida diaria de las personas. Diversos estudios muestran que el número de asistentes a las reuniones congregacionales está disminuyendo significativamente, especialmente entre los hombres y los jóvenes. Dichos estudios también muestran que un alto porcentaje de quienes todavía asisten a la iglesia se han convertido en consumidores pasivos de los bienes religiosos. Buscan diversos beneficios pero están lejos de comprometerse vitalmente con la vida congregacional. Como buenos consumidores y ante la variedad de ofertas religiosas a su alcance, cuando su congregación no recompensa sus expectativas, simplemente la cambian por otra. Muchos están más dispuestos a dar su dinero que su tiempo. Así, la pertenencia a una congregación suele convertirse en un problema complejo, costoso y no siempre satisfactorio.

¿Por qué habrían de comprometerse las personas con su congregación? ¿Qué razones podría tener un cristiano para hacer de su iglesia una de sus prioridades vitales? Desde luego, el Nuevo Testamento nos da muchas razones para ello. La primera tiene que ver con una cuestión ontológica, del ser mismo de la Iglesia: Esta es el cuerpo de Cristo quien al través de la misma actúa entre los hombres. Donde Cristo, la Iglesia; donde la Iglesia, Cristo. Además, la Iglesia es el espacio primario de servicio de los discípulos; en la misma crecen, maduran y se capacitan en el ejercicio de los dones espirituales, para así estar en condiciones de servir con el evangelio a los no creyentes e incorporarlos a la Iglesia. También, al contribuir de manera comprometida con sus recursos intelectuales, sociales, económicos, etc., los miembros de la Iglesia sirven como vasos comunicantes de la gracia divina, propiciando así la capacidad y la disposición de la comunidad de creyentes para realizar las tareas que se le han encomendado: la evangelización, el trabajo pastoral, la asistencia a los necesitados, el testimonio profético ante la injusticia social, etc. Una última razón a mencionar aquí es que la hermandad, otro nombre para congregación, facilita el fortalecimiento mutuo, es decir, para que los cristianos se animen (acicateen), mutuamente en la lucha espiritual a que son llamados.

Sin embargo, hay una razón fundamental para el compromiso congregacional. En Juan 13.35, nuestro Señor Jesús previene: Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos. El contexto del dicho de Jesús es de por sí relevante y revelador, Jesús está a punto de ser entregado a sus asesinos y, por lo tanto, la comunidad de sus discípulos surge como una comunidad distinta y alternativa a las multitudes que se ocuparán de destruir a Jesús y su obra. Como nunca antes en la vida y el ministerio de Jesús se hace evidente el contraste entre la luz y las tinieblas, entre el reino de este mundo y el Reino de Dios.  De ahí que Jesús encomiende a los suyos que desarrollen y fortalezcan un modelo de vida y de relaciones que, como hemos dicho, los distinga de, y sirva como a quienes viven sin Dios y sin esperanza.

La comunidad cristiana en general y cada congregación cristiana en particular tienen una doble tarea: Anunciar la realidad de Cristo, tanto de palabra como por obra; y, atraer a Cristo a quienes viven en tinieblas y bajo el poder del pecado. El Apóstol Pablo exhorta a los filipenses (2.15,16): Para que nadie encuentre en ustedes culpa ni falta alguna, y sean hijos de Dios sin mancha en medio de esta gente mala y perversa. Entre ellos brillan ustedes como estrellas en el mundo, manteniendo firme el mensaje de vida. Según el Apóstol, los cristianos brillamos como estrellas en el mundo; con tan poética frase, Pablo actualiza el dicho de Jesús, quien nos asegura (Mateo 5.13,14): Ustedes son la sal del mundoustedes son la luz del mundo. Resumiendo así a la doble función de la Iglesia: Su ser diferente y su encarnación en medio de los sin luz, para traerlos a Cristo.

Schökel y Mateos, en las notas de su traducción de la Biblia, salen al paso de quienes presumen que dado que la experiencia salvífica es una cuestión intimista e individual, el Reino de Dios no tiene por qué afectar el todo de nuestra vida, ni el de la comunidad en la que estamos insertos. Tales autores aseguran: El Reino de Dios no es pura interioridad, sino un hecho social con exigencias muy definidas; no se trata de proponer una ideología, sino de realizar un modo nuevo de vida… Jesús quiere realizarlo en un grupo que refleje las características del Reino de Dios, para que sea sal de la tierra y luz del mundo, por presentar de hecho la meta que él propone. Así, “entrar en el Reino de Dios” y hacerse discípulo de Jesús llegan a ser equivalentes.

Retomemos el núcleo de tal declaración: Un hecho social con exigencias muy definidas… [se trata] de realizar un nuevo modo de vida. Como creyentes somos llamados a ser agentes de cambio en un ambiente distinto y hostil a Cristo; y, para lograrlo debemos constituirnos en una comunidad alternativa cuya característica principal es el amor. El amor como mandamiento, como compromiso y no como mera sensación o sentimiento; mucho menos que como mera amistad. Juan 13.34,35

El amor de los creyentes es fruto de su unidad con Cristo y del cultivo de la unidad entre la comunidad cristiana. De ahí que el amarse de los discípulos no es otra cosa sino el que estos, procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Efesios 4.3 Desde luego, esto sólo es posible en la medida que los discípulos, (1) permanecen juntos (congregados); (2) en unidad de propósito; y, (3) procurando mutuamente el bien de cada uno. Hebreos 10.23-25 Es decir, los creyentes son llamados a desarrollar entidades sociales que contrasten con aquellas agrupaciones u organizaciones sociales carentes de Cristo; procurando convertirse en modelos alternativos y atractivos para estas últimas.

La actividad de la iglesia no puede limitarse exclusivamente a las reuniones de la misma. Los creyentes agrupados en cada congregación son llamados a desarrollar redes relacionales incluyentes de todos y cada uno de los espacios vitales de unos y otros. Pero, desde luego, resultan fundamentales para el desarrollo de tales redes relacionales, las reuniones cultuales, sociales y de crecimiento de la congregación. Mientras menos se reúna la iglesia, más débiles los cimientos del modelo alternativo. De hecho, los cristianos que tiene como costumbre el no congregarse, pueden, y en muchos casos sucede, terminar siendo asimilados por los modelos de vida ajenos a Cristo.

Es un hecho que a menor compromiso, menor fruto y, por lo tanto, mayor insatisfacción. Así que podemos sintetizar nuestra respuesta a las preguntas planteadas diciendo que hemos de comprometernos con la congregación a la que pertenecemos porque sólo así podremos ser el tipo de personas y de comunidad que puedan brillar como estrellas en medio de una generación perversa; al mismo tiempo que resultaremos un testimonio viviente de la realidad de Cristo y, por lo tanto, su palabra se volverá relevante y atractiva para quienes ahora viven vacíos de él.

En la medida que crezcamos en el propósito de ser cada vez más miembros los unos de los otros (Romanos 12.5); y en la medida que nos esforcemos para permanecer unidos, sostenidos y ajustados por todos los ligamentos, realizando la actividad propia de cada miembro, (Efesios 4.16), habremos de comprobar el valor y la importancia del compromiso con nuestra congregación y podremos alegrarnos al comprobar que honramos a Dios con nuestro fruto abundante y permanente. Juan 15.16

* Esta frase corresponde al libro del mismo nombre, escrito por Dan Kimball, Editorial VIDA

Amar a Dios Con Todo

8 enero, 2011
Marcos 12:30 Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

La Biblia declara que no es posible agradar a Dios sin tener fe, porque para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensa a los que lo buscan. Hebreos 11.6 Es esta una declaración radicalmente importante, pues apunta a una cuestión que resulta fundamental en el camino de la espiritualidad. En efecto, el meollo de dicha declaración es la parte que dice: uno tiene que creer que existe. El verbo creer se convierte en la clave del pasaje y, de hecho, en la clave de la espiritualidad cristiana.

En la Biblia creer es estar persuadido de algo y actuar en consecuencia. Persuadir, nos dice el diccionario es obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Quien cree asume la obligación de actuar en consecuencia con aquello que profesa, que cree y confiesa. Es decir, no se puede creer en Dios y vivir de cualquier manera, sino aceptando y llevando a la práctica lo que él ha establecido como propio para nuestra vida. De hecho, la indicación de nuestro Señor Jesús a sus discípulos incluye el que enseñen (a quienes acepten la doctrina de Cristo), a obedecer todo lo que él les ha mandado. Mateo 28.20

Resulta necesario entender lo que hasta aquí se ha dicho para poder comprender el pasaje que hemos leído. Por cierto, comprender es abrazar, ceñir, rodear por todas partes algo. Y, en efecto, de esto se trata: De hacer propia, parte esencial de nuestra intimidad, la instrucción bíblica de amar a Dios de manera totalitaria. De acuerdo con Vine, reconocido exégeta bíblico, el significado de los recursos con los que somos llamados a amar a Dios sería, en síntesis, el siguiente:

Corazón. Se refiere a toda la actividad mental y la calidad moral de los pensamientos y las acciones consecuentes.

Alma. Aquí se refiere al aliento de vida; el llamado es a amar a Dios con toda nuestra energía.

Mente. Se trata de la conciencia reflexiva. Es decir, con la forma en que percibimos y comprendemos las cosas de la vida, los sentimientos, el razonamiento y la determinación con la que enfrentamos cada aspecto de nuestras vidas.

Fuerzas (fortaleza). Es esta la virtud fundamental que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad.

Lo que resulta de la integralidad del llamado de Jesús es que somos llamados a desarrollar una fe con propósito. Primero, porque somos llamados a fortalecer nuestra intención de vivir para Dios. Ello implica que nuestra fe resulta, crece en proporción directa a nuestra determinación de amar a Dios. Nos esforzamos y aún nos sacrificamos, si ello es necesario. Nos negamos a nosotros mismos, somos humildes y entregamos aún aquello a lo que tenemos derecho con tal de que Dios sea glorificado en nosotros.

Pero, propósito también es meta, objetivo, algo que pretendemos conseguir. Quien ama a Dios, quien dice hacerlo, debe cultivar el propósito de llegar hasta el final, hasta la meta. Apocalipsis 2.10 hace un llamado: ¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida! La expresión hasta la muerte, no se refiere solo al final de la vida en el sentido de ser fiel hasta que se muera uno. Dado el contexto de persecución que enfrenta Juan y sus lectores, la expresión adquiere una dimensión diferente. Se trata de ser fiel hasta el extremo de la muerte. A preferir la muerte a dejar de amar (y servir a Dios).

Conviene aquí apuntar que amar a Dios con todo no implica una perfección de vida. Nadie es justo, sino solo Dios. Como bien expresa el Catecismo Menor de Westminster: Buscamos hacer lo bueno y castigar lo malo, pero sólo Dios es justo. Al igual que el que ama está consciente de sus limitaciones, pero, con todo se esfuerza por agradar a su ser amado, así nosotros somos llamados a perseverar en nuestro esfuerzo de agradar a Dios en todo lo que somos y hacemos.

Hacer nuestro tal propósito se convierte en garantía de una vida sana, de una vida plena. Quien ama a Dios, lo obedece; camina por el camino que Dios ha trazado. Efesios 2.20 Y, quien camina el camino de Dios nunca camina caminos desconocidos, porque siempre camina en Jesucristo. Él, nuestro Señor y Salvador, quien habita en nosotros por su Espíritu Santo, es el Camino, la Verdad y la Vida en y para todas y cada una de las áreas de nuestra vida.

¿Por qué nos ocupamos de estas cosas? La respuesta es sencilla, nuestra vida puede ser mejor de lo que está siendo. En algunas áreas de la misma, la forma en que pensamos y nos conducimos tiene el poder de deteriorar el todo de nuestra vida. En algunos casos se trata del cómo de la relación de pareja, en otros del cómo de las relaciones familiares en su conjunto, o del cómo de nuestro quehacer laboral, etc. La disfuncionalidad evidente en tales áreas está, nos consta y lo sufrimos, afectando el todo de nuestra vida y el todo de nuestras relaciones. La razón que explica en última instancia el por qué de tal circunstancia es sencilla y obvia: No nos estamos ocupando de amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas. En consecuencia, estamos viviendo a nuestra manera y no hemos escogido la forma de vida en la que hay dirección, firmeza, paz y satisfacción.

Todas las cuestiones importantes de la vida empiezan en el espacio vital que se da entre Dios y nosotros. Por ello, mientras más de Dios en nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas, mayor sabiduría y capacidad para hacer una vida plena y satisfactoria. Quienes viven lo que está acabando con ellos: con su amor, su paciencia, su esperanza, su paz, etc., no tienen que seguir viviendo lo mismo. Pueden vivir la vida que Cristo ofrece a los que le aman.

Por ello les animo a que hagamos un alto en nuestra vida y encaremos cada una de las circunstancias que nos están desgastando y nos propongamos enfrentarlas en el amor de Cristo. Es decir, que de manera consciente y proactiva nos propongamos mostrar nuestro amor a Dios en la manera en que encaramos y resolvemos las situaciones que nos afectan. Y así, a que obedezcamos el principio bíblico que nos exhorta: Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él. Colosenses 3.17