Y no lo Deja dar Fruto

Mateo 13.22

Las parábolas nos enseñan que siempre hay algo más en lo que vemos a simple vista. Nos dicen que en lo cotidiano se hace presente lo espiritual. Jesús también nos enseña que no cualquiera puede ver lo espiritual de las cosas. De ahí la exhortación de Jesús, en el sentido de que “los que tienen oídos, oigan”.

A todas luces, la tercera tierra mencionada por Jesús, representa a los creyentes. A aquellas personas en las que la Palabra ha impactado, penetrado y empezado a obrar. No se trata, entonces, de los neófitos, sino de aquellos que ya están en relación –arraigados- y que, por lo tanto, están ya en condiciones de dar fruto. Tienen, cuando menos, raíces suficientes, a diferencia de los del segundo grupo, que tienen raíces “de corta duración”. Llegados a este punto, es cuando debemos aplicar el principio: “los que tienen oídos, oigan”.

Jesús está hablando de aquellos creyentes que no dan fruto, que no crecen integralmente: fortaleciéndose ellos mismos y reproduciéndose en otras personas. De ellos dice que están ahogados: literalmente, sin aire. Que hay algo en ellos que impide que lo que tienen les alcance, les sea suficiente. Además, explica que son “la preocupación por los negocios de esta vida” y “el amor a las riquezas”, la razón de tal incapacidad. Esto en contraste con el principio del “potencial biótico”, mismo que establece “la capacidad inherente de un organismo… de multiplicarse y reproducirse a sí mismo”. Es decir, que lo propio de cada nueva planta –de cada nuevo creyente-, es multiplicarse y reproducirse: llevar fruto.

Jesús indica que la preocupación, el afán, debilita dividiendo. El término elegido por Jesús para referirse al “afán por los negocios de esta vida”, implica la acción de “ser atraído en diferentes direcciones”, de “distraerse”. Se pierde el enfoque de aquello que es lo importante: llevar fruto. Son muchos y muy importantes los distractores: uno mismo, la familia, las obligaciones laborales, etc. Pero, ¿qué es lo que Jesús enseña respecto de tales afanes? “No os afanéis”, “no se preocupen, preguntándose”; es decir, no se distraigan con las cosas que les hacen falta. Aquí conviene destacar que el reclamo de Jesús no es porque menosprecie la importancia de tales cosas, sino su convicción de que el Padre sabe que las necesitamos, y que, si nos ocupamos de lo importante –y no nos distraemos-, él nos dará todas esas cosas, todas, por añadidura. Mateo 6  Es decir, en la medida y la oportunidad necesarias para que podamos cumplir con nuestra tarea.

No dejar ahogarnos por las cosas cotidianas resulta indispensable para cumplir nuestro cometido en la vida. También resulta muy difícil. Pero, Jesús se refiere a un cuarto tipo de personas que dan fruto: a ciento, a sesenta y a treinta por uno. Es decir, Jesús también nos invita a oír que se puede ser una semilla fructífera. Que se puede ir por la vida sin que las preocupaciones y el amor a las riquezas nos ahoguen.

Las personas de este cuarto grupo tienen, todas, algo en común: cicatrices de guerra. No se trata de personas a las que todo les sale bien, ni dan fruto porque no les faltaba nada. Son personas que, como la semilla de trigo, han caído en tierra, han muerto a sí mismas y, por lo tanto, llevan fruto.

Además, son personas que se distinguen por dos cualidades: tienen fe y son obedientes. W.E.Vine, dice: “La fe es del corazón, invisible ante los hombres; la obediencia pertenece a la conducta y puede ser observada. Cuando una persona obedece a Dios da con ello la única evidencia posible de que en su corazón cree a Dios”. Esta declaración nos permite identificar a los que tienen fe: son los que obedecen. Además, nos permite entender que la obediencia rompe el imperio de las emociones, los sentimientos y las presiones. Quien obedece lo hace no porque dejó de sentir, de desear, de sufrir, sino porque se ha comprometido a actuar en sujeción a su Señor y dueño: Jesucristo.

Tal el caso de Pedro, quien renuncia a su lógica, a su experiencia y a su sentir… para obedecer. Cuando Cristo le ordena que eche de nuevo las redes al mar, después de una larga noche de trabajo infructuoso, bien podría haber argumentado: “¿qué caso tiene?”, “ya tratamos mucho”, “estoy cansado”, “después”, etc. Sin embargo, “Simón le contestó: —Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes.” Lucas 5.5 Es decir, Pedro no estuvo dispuesto a permitir que las circunstancias lo ahogaran; así pudo llevar el fruto de la fe y encontrarse con la provisión divina traducida en el que “recogieron tanto pescado que las redes se rompían”.

Este obedecer tiene que ver con el dejar de lado aquellas cosas, relaciones y deseos que nos están deteniendo actualmente. Tiene que ver con el liberarnos para ir ligeros en el cumplimiento de la tarea integral a que hemos sido llamados: a amar al prójimo, a servirlo, a anunciarle las buenas nuevas del evangelio.

He descubierto, en mi propia experiencia, que resulta menos difícil obedecer mientras menos esperamos para nosotros mismos. Mientras menos necesitamos. El “mantenme de lo necesario”, es el principio que nos hace ir ligeros por la vida: necesitando poco y aprendiendo a agradecer lo que tenemos, Así, nunca nos hace falta algo, nunca estamos solos, nunca nada es tan poderoso como para desviarnos de nuestro propósito. Porque Dios en nosotros es, a fin de cuentas, nuestro todo.

No basta con que oigamos la palabra, necesitamos entenderla y dar fruto. En obediencia a Dios, y también a nuestros pastores y discipuladores, debemos hacer aquello a lo que somos llamados. No tenemos derecho a permitir que en nosotros se ahogue la Palabra; ni, mucho menos, a que en nosotros el Reino de Dios se vuelva estéril.

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