Efesios 6.1-9
Generalmente, los hijos descubren a sus padres cuando llegan a la adolescencia. En la adolescencia dejan atrás la imagen idealizada propia de los niños y aprenden, a veces dolorosamente, la verdad que hay en sus padres. Es a partir de tal circunstancia que honrar a los padres, respetarlos y tener para ellos un temor reverente (obediencia), se convierte en una difícil elección. Una elección que, por lo demás, deberá hacerse día a día por el resto de la vida y que estará condicionada por el amor, la confianza y la fe que los hijos puedan cultivar en favor de sus padres.
Cuando iniciamos este ciclo de reflexiones, La Familia Bajo Fuego, propuse a ustedes la importancia de considerar qué de lo nuestro provoca, facilita o redimensiona las actitudes y los eventos que favorecen la disfuncionalidad de nuestras familias. En tal sentido les planteé considerar tres espacios de participación fundamentales: nuestra espiritualidad, nuestros valores y lo que llamé, nuestras expectativas relacionales. Si expectativa es aquello que tenemos la esperanza de conseguir, se trata entonces del tipo de relaciones familiares, primariamente, de las que esperamos participar.
Estudiosos de la conducta humana proponen que es la mente el principal campo de batalla de las personas. Joyce Meyer, conocida escritora, asegura: Nuestros pensamientos nos meten en problemas más que ninguna otra cosa. Esto es porque nuestros pensamientos son las raíces de cada palabra y hecho. A Mahatma Gandhi se le atribuye haber dicho: La persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero. Y, nuevamente Joyce Meyer asegura: Preocupación, duda, depresión, enojo y sentimientos de condenación: todos ellos son ataque a la mente.
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