Vivir en toda clase de circunstancias
Filipenses 4.11-13 TLAI
Cuando iniciamos este ciclo de reflexiones, La Familia Bajo Fuego, propuse a ustedes la importancia de considerar qué de lo nuestro provoca, facilita o redimensiona las actitudes y los eventos que favorecen la disfuncionalidad de nuestras familias. En tal sentido les planteé considerar tres espacios de participación fundamentales: nuestra espiritualidad, nuestros valores y lo que llamé, nuestras expectativas relacionales. Si expectativa es aquello que tenemos la esperanza de conseguir, se trata entonces del tipo de relaciones familiares, primariamente, de las que esperamos participar.
Los estudiosos de las relaciones humanas proponen que las expectativas relacionales se aprenden en el entorno familiar primario de la persona. Se aprende a esperar lo que va a pasar o lo que debe ser. Esto tiene que ver tanto con los logros que pueden y deben esperarse, como las pérdidas, rompimientos o fracasos que pueden y deben suceder. Lo importante de tal propuesta es el hecho de que lo que se espera del y en el momento actual resulta de lo que sucedió o no sucedió en el pasado de la persona que construye e impone sus expectativas a quienes ahora forman parte de su sistema familiar.
He señalado dos cuestiones que, me parece, resultan fundamentales: las expectativas relacionales se aprenden y, las expectativas aprendidas en el proceso de vida de la persona se imponen a quienes ahora forman parte del nuevo, otro, sistema familiar. La primera cuestión explica el que las expectativas relacionales no siempre sean lógicas, viables o propias de las relaciones actuales. Como en el caso de aquellos que buscan en el cónyuge la restitución de la figura parental no satisfactoria de su infancia. La segunda cuestión explica el desgaste relacional, personal, emocional y afectivo cuando se pretende obligar al otro a que responda a las expectativas impuestas, a costa, desde luego, de la negación de su identidad, y del peso de la frustración creciente de quien espera infructuosamente que sea y actúe como, se pretende, es necesario y debido en aras del interés personal del expectante.
Podríamos abundar en la consideración de tales mecanismos relacionales. Sin embargo, propongo a ustedes que en la experiencia narrada por Pablo podemos encontrar principios relacionales que pueden ayudarnos al desarrollo de sistemas familiares más sanos, funcionales y satisfactores que aquellos de los que formamos parte actualmente. Lo primero que podemos rescatar de la experiencia del Apóstol es que, en la evaluación de su experiencia de vida, considera la presencia tanto de lo que podemos llamar cosas buenas como de experiencias negativas. En efecto, Pablo asegura que sabe vivir en la pobreza, y también sabe lo que es tener de todo. A diferencia de muchos, el acercamiento que Pablo hace a su experiencia de vida es equilibrado y no excluyente. Ha habido pobreza, sí, pero, también abundancia.
El segundo aporte paulino es el que encierra la expresión he aprendido. Se nos dice que la palabra aprender viene del término latino apprehendere, mismo que se refiere al perseguir y atrapar algo. Es decir, a hacer propio aquello que se ha obtenido. Pablo ha logrado comprender que le es propio tanto lo mucho, como lo poco. Es decir, que forma parte de su ser persona tanto el tener como el no tener. Esto resulta de especial significado pues quien asume, hace suya la vida tal como esta es, puede encontrar un punto de equilibrio que le permita ser siendo tanto en la abundancia como en la escasez. Además, la expresión paulina se refiere al conocimiento adquirido a fuerza de la práctica. Es decir, del proceso en el que a una determinada experiencia le sigue una reflexión sobre la misma. De la cual resulta un nuevo conocimiento que da lugar a un nuevo hacer o un dejar de hacer que contribuya al bien integral de la persona.
Un último aporte paulino, mismo que resulta de especial interés en el desarrollo de relaciones familiares sanas, funcionales y satisfactorias, está en la declaración: Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones. Hay quienes proponen que con tal declaración Pablo va más allá del ideal estoico de que la persona aprenda, a base de la práctica del desapego, a ser suficiente para sí misma. Es decir, que, sin negar la realidad de las necesidades reales y sentidas, la persona pueda aprender a ser suficiente para sí en lo que es y tiene. Pablo, quien conoce bien las limitaciones humanas, descubre una fuente de suficiencia superior y posible: Cristo. Asume que es en Cristo que lo que es y tiene le resulta suficiente.
Las expectativas relacionales impuestas a los que amamos resultan de nuestros vacíos existenciales. Queremos que otros llenen los huecos que la vida ha abierto en nuestros afectos y relaciones. Como los agujeros negros del Cosmos, estos huecos atrapan nuestro todo vital, destruyendo lo bueno que forma parte de nuestra vida. Ante la imposibilidad de encontrar en los otros la satisfacción de nuestros vacíos existenciales, vamos de relación en relación, de exigencia en exigencia, de insatisfacción en insatisfacción hasta que nos encontramos más solos, más dolidos y menos satisfechos. En el afán de atraer, destruimos.
Pablo no niega sus necesidades, pero, toma la decisión de que Cristo es suficiente para que Pablo sea Pablo. Ante los vacíos y las carencias reales, el Apóstol determina que él encuentra suficiente a Cristo como fundamento de su vida. No es que no tenga vacíos afectivos, materiales, o de cualquier otra clase, decide que mientras tenga a Cristo está completo. Obviamente, Pablo puede tomar tal determinación porque su relación con Cristo es real y vivificante. No es sólo una idea, un ideal, es real. Pablo se relaciona con Cristo y Cristo se relaciona con Pablo. Relación que resulta tan plena que alcanza para superar los vacíos existenciales presentes.
Pablo no ha sido el único que ha encontrado en Cristo la razón de su autosuficiencia de vida, su punto de equilibrio vital. Han sido, son y serán muchos los que se suman a esta lista. Personas que han decidido hacer de Cristo el todo vital de su existencia y que, en consecuencia, se ocupan de cultivar su relación personal con él mismo. Lo mismo podemos hacer nosotros, en Jesús, Dios ha venido a nuestro encuentro, él quiere nuestra comunión y gozar de nuestra intimidad al mismo tiempo que nos invita a que gocemos de la suya. Podemos, y a ello les invito, encontrar que Cristo es la fuerza con la que podemos enfrentar todas nuestras circunstancias.
A ello los animo, a ello los convoco.
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Etiquetas: Autosfuciencia, Autosuficiencia Emocional, Expectativas Familiares, Expectativas Relacionales, Familia Bajo Fuego
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