Ser pareja a la luz de la fe

IMG-20190412-WA0008Estudiosos de la conducta humana proponen que es la mente el principal campo de batalla de las personas. Joyce Meyer, conocida escritora, asegura: Nuestros pensamientos nos meten en problemas más que ninguna otra cosa. Esto es porque nuestros pensamientos son las raíces de cada palabra y hecho. A Mahatma Gandhi se le atribuye haber dicho: La persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero. Y, nuevamente Joyce Meyer asegura: Preocupación, duda, depresión, enojo y sentimientos de condenación: todos ellos son ataque a la mente.

Propongo a ustedes que el segundo campo de batalla más importante para las personas es de las relaciones de pareja. Podría decir: relaciones matrimoniales, pero, no todas las relaciones de pareja son matrimonio y aun así son un campo de batalla. Para comprender esto nos sirve el tomar en cuenta la teoría de la dinámica de grupos. Esta implica que las relaciones humanas están determinadas tanto por las fuerzas -dinámicas-, internas de los individuos que participan en ellas, como por las que resultan de las interrelaciones dadas. Frecuentemente sucede que el resultado de tales interrelaciones altere el equilibrio del grupo, en este caso de la pareja, y el equilibrio individual de quienes la forman. Sin embargo, la calidad de dichas interrelaciones de pareja estará, siempre, determinado, por el equilibrio interior de las personas activas en tales relaciones.

Así como en la relación de pareja podemos identificar a los participantes de la misma y reconocer los elementos constitutivos de cada uno (su carácter, su cultura, su nivel académico, etc.), también podemos hacer lo mismo en tratándose de las personas en lo particular. La Biblia nos ayuda en esto cuando nos recuerda que cada persona está compuesta de espíritu, alma y cuerpo. El espíritu, primariamente, es el aliento de vida, lo que podríamos llamar la energía vivificante insuflada por Dios en nuestro cuerpo. Al alma también se le llama psique y se asume como el asiento de los pensamientos, las emociones, los afectos de la persona. El alma es otra distinta al cuerpo que es finito y al espíritu que vuelve a Dios cuando el cuerpo muere. Lo que es el cuerpo, me parece, no requiere de mayor explicación.

Espíritu, alma y cuerpo son interdependientes entre sí. Es decir, se afectan mutuamente sin perder su carácter independiente. El carácter de la persona estará siempre determinado por la manera en que su espíritu, su alma y su cuerpo se interrelacionan entre sí. Desde luego, aunque hay un modelo de interrelación subyacente, habrá factores que afectarán la relación de manera circunstancial. Cuando el cuerpo enferma, la manera de pensar y sentir de la persona se altera. Y, desde luego, se alterará también el modo en que la persona se relaciona con Dios.

Dado que, como Joyce Meyer propone: nuestros pensamientos son las raíces de cada palabra y hecho, es que la fe, aquello en que creemos y que regula nuestra existencia diaria, resulta importante y determinante en nuestra relación de pareja. Aunque no todos creemos en Dios, todos tenemos fe (un asentimiento personal a una determinada creencia), todos creemos algo y en alguien o en algo. Hay quienes proponen que nuestra fe es una y muchas, es decir, que podemos creer simultáneamente distintas cosas sobre un mismo asunto. De cualquier modo, es nuestra fe, nuestras creencias, la que anima, define y dimensiona nuestras relaciones de pareja. Quien maltrata, desatiende, a su esposa, es animado por lo que cree: que él es superior y tiene el derecho de hacerlo. Quien es infiel, es animado por su convicción de que primero está su placer y después su responsabilidad. Etcétera.

El problema de la mayoría de las fes que practicamos es que son sumamente endebles, frágiles y débiles. No resultan suficientes para enfrentar los grandes retos de la relación de pareja. Por lo general, sólo funcionan cuando parecen beneficiarnos individualmente, pero no lo hacen en sentido contrario. Cuando el otro actúa de manera diferente a la que nosotros asumimos como la debida, de acuerdo con nuestra fe o cuerpo de creencias, ello nos confunde. Al igual que las cuatro patas de una silla confunden a los leones y a los tigres. A final de cuentas, nos quedamos en el aire, porque ¿quién decide cuál es el punto de equilibrio de nuestra relación? ¿Tu fe o la mía? Peor todavía, si consideramos que, en muchos casos, lo que pensamos o creemos no resulta de un proceso pensante conscientemente elegido, sino que, como propone Raquel Aldana, la conducta o actitud negativa del otro: A lo mejor, no es algo personal contra nosotros, sino que es posible que estén lidiando una gran batalla consigo mismos. Lo mismo podríamos decir respecto de nosotros mismos.

Toda relación de pareja requiere de una estructura y esta de un punto de equilibrio, de un referente. Todavía se practica, cuando se inicia una nueva construcción, el celebrar la colocación de la primera piedra. En los antiguos sistemas de construcción esta era la piedra que servía como referente para el desarrollo de toda la construcción a edificar. En tratándose de la identidad de las personas, el punto de equilibrio de su estructura toda, su piedra principal, es, precisamente, su alma. Es decir, el cómo se mantiene la persona conscientemente en relación con Dios, con su Creador. Gracias a que la persona decide sus pensamientos, sus emociones, sus afectos, etc., es que puede mantenerse en sintonía con él o puede mantenerse en conflicto con él. De cualquier forma, la manera en que la persona relaciona con Dios afecta el todo de su identidad personal y de sus relaciones todas.

Por eso es por lo que la Biblia da tanta importancia a nuestra manera de pensar. De hecho, cuando la Biblia llama a que nos volvamos a Dios utiliza en término muy importante: metanoia, que puede ser traducido tanto como arrepentirse como, cambiar de opinión. Esto explica porqué nuestro enemigo espiritual, el diablo, siempre está tratando de controlar nuestra manera de pensar, de sentir, de discernir. Es decir, la manera en la que juzgamos tanto las cosas que nos suceden como las actitudes, las conductas y los sentimientos de los demás. Esto resulta doblemente importante en lo que se refiere a nuestras relaciones de pareja. De hecho, los conflictos con nuestra pareja empiezan o son dimensionados dentro de nosotros mismos. Juzgamos a nuestra pareja y a las cosas que suceden respecto de ella, animados principalmente por la dinámica interior que nosotros mismos estamos viviendo. Proceso que va del qué le habrá pasado al con quién andará esta tal por cual.

Las parejas sabias son aquellas que deciden poner su fe en el Dios de Jesucristo. Son las que hacen de Dios su Señor, al que sirven, el que las dirige y las restaura. Deciden que sea Dios su punto de referencia. Se vuelven a él con sus alegrías y tristezas, con sus triunfos y sus fracasos. Se ocupan de estar en comunión con él tanto en lo personal como en pareja. En este orden, personal, primero y luego como pareja. Quien hace del Dios de Jesucristo la razón de su fe, recupera su equilibrio integral. Porque es perdonado, puede perdonar. Porque es guiado por el Espíritu Santo, puede tomar decisiones sabias. Porque Dios está con él tiene el valor y la fortaleza para enfrentar las presiones que resultan de la vida y, en particular, las que resultan de su relación de pareja.

Lo mismo pasa con la pareja. Al estar en Cristo, la pareja tiene un cimiento a prueba de cualquier circunstancia. Al proponerse honrar a Dios en su relación, la pareja puede verse a sí misma y al todo de su relación desde una perspectiva confiable, apropiada y oportuna. Puede cultivar su relación y establecer un marco familiar saludable para ellos y para los suyos, sus hijos en particular. La pareja que vive su relación a la luz de la fe en Jesucristo se descubre sabia, fuerte y trascendente. Además, se convierte en una fuente de bendición e inspiración para muchos otros.

Termino diciendo que la restauración de las relaciones de pareja inicia en la restauración de las personas que la componen. Y que esta restauración sólo es posible cuando entregamos nuestra vida a Jesucristo y somos hechos unas nuevas personas. Por ello, hoy les animo a que nos volvamos a Dios, a que le consagremos o a que renovemos nuestra entrega a él. Así, nuestra relación de pareja estará en camino de ser plena, estable y fuente de gozo para nosotros y para muchos otros.

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