Isaías 43.19
Frente a casa hay un árbol alto y frondoso. Sus ramas están tan tupidas de hojas que, muchas veces, cuando llueve uno puede permanecer seco a la sombra de las mismas. Sin embargo, cuando llega el invierno, las hojas caen y las ramas quedan desnudas. Pero, sabemos que la primavera se acerca cuando, poco a poco, pero sin descanso, brotan nuevas hojas hasta que el árbol recupera su espléndido follaje. Me gusta este árbol, se ha convertido en una parábola de la vida. Me ha enseñado que, en esta, siempre hay algo más que lo que ahora vemos. Que el término de una etapa sólo marca el inicio de otra nueva.
La Biblia nos enseña que la vida está llena de los llamados puntos de inflexión. Es decir, de coyunturas, positivas y negativas, que cambian el curso de la misma. Dada su naturaleza e impacto, sirven como un parteaguas que divide la vida en el antes y el después. Establecen el final de una forma de vida y, desde luego, anuncian el inicio de una nueva manera de vivir la vida. Resulta interesante destacar que el diccionario define la palabra coyuntura, como ocasión, tiempo oportuno para algo.
Especialmente, en tratándose de cuestiones trágicas, de pérdidas, hemos aprendido a considerar tales coyunturas sólo como final y pocas veces como principio. Cuando mi madre murió, la vida acabó para mí. Cuando mi esposo me abandonó, todo se terminó. Cuando enterré a mi hijo perdí mi propia vida. Son estas expresiones que hemos oído, y quizá dicho, en momentos torales de nuestra existencia. Cuando algo deja de ser, asumimos que con ello ha llegado el final del todo.
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