Eclesiastés 3.1, 5-6
Propongo a ustedes que el divorcio es mucho más que el acto de autoridad que declara inexistente la relación matrimonial. Es un proceso que inicia mucho antes de llegar ante un juez y que después de tal coyuntura genera nuevas dinámicas relacionales que no se extinguen, ni siquiera, con la muerte de uno de los cónyuges o la de ambos. Las relaciones de pareja disfuncionales son un continuo, un quehacer que se extiende sin interrupción. Se pueden identificar sus efectos aun cuando no se puede identificar su origen ni, mucho menos, anticipar la complejidad de sus consecuencias. Por ello es que no hay dos divorcios iguales ni con las mismas consecuencias particulares. De ahí que, si bien todo divorcio es un fracaso, este resulta y se manifiesta de maneras únicas y peculiares.
Podemos, sin embargo, considerar que todo divorcio inicia con un distanciamiento de la pareja. Este separar puede resultar de un no asumir desde el inicio de la relación la condición singular de la misma, su unidad, que no pueden dividirse sin que su esencia se destruya o altere: Por esa razón el hombre deja a su papá y a su mamá, se une a su esposa y los dos se convierten en un solo ser. Génesis 2.24 La otra expresión del distanciamiento resulta del desafecto, es decir de la separación afectiva, emocional y moral de la pareja. El desafecto consiste tanto en dejar de estimar al otro como el incurrir en la malquerencia, la antipatía, del mismo.
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