El divorcio, una concesión
Malaquías 2; Jeremías 3; Mateo 19
El divorcio es una realidad cotidiana que hemos aprendido a ver con normalidad. El número creciente de parejas que se
divorcian, las facilidades legales para hacerlo y, sobre todo, la aceptación social del divorcio como un mal menor, explican tal normalidad. Sin embargo, es un hecho que cualquiera que ha experimentado los efectos del divorcio, de facto o de jure, sabe del desequilibrio, el dolor y las consecuencias en cadena que este representa. No hay divorcio que no sea un fracaso. No hay divorcio que sea sólo ganancias. De ahí la necesidad de acercarnos al tema procurando prevenir las causas que pueden provocar un divorcio y, ante la realidad del mismo, hacer lo que corresponde para paliar los efectos negativos del mismo sobre todos aquellos que lo sufren.
La Biblia hace una sorprendente declaración respecto de la posición de Dios ante el divorcio. Asegura que Dios lo odia, lo aborrece. Esto significa que Dios no solamente lo rechaza, sino que está contra él. De nuestro pasaje en Malaquías podemos entender por qué es que Dios odia el divorcio: este separa a la persona de Dios, traiciona los votos matrimoniales e impide que la pareja tenga hijos o que estos vivan para Dios. Más aún, cuando quien toma la iniciativa de romper el vínculo matrimonial consagrado a Dios, lo hace por otra razón que no sea la infidelidad de su cónyuge, abruma a este de crueldad y, de acuerdo con la traducción Dios Habla Hoy, él mismo se convierte en depositario del odio de Dios.
Ya que hablamos de cuestiones sorprendentes, Jeremías nos revela otra más: Este Dios que odia el divorcio ha tenido que divorciarse de Israel. Dios asume su relación con Israel como la de un esposo con su esposa. Israel ha sido infiel, se ha prostituido. Pide perdón, pero sigue haciendo el mal. Por lo tanto, Dios le da carta de divorcio. Este hecho revela que, desafortunadamente, existen situaciones extremas que pueden llevar a la pareja al divorcio. Que no basta con el amor ni el interés de uno de los cónyuges para mantener el vínculo matrimonial. Se requiere de la mutua fidelidad, de la mutua disposición y del compromiso mutuo. Pero, también se hace evidente que la extensión de la carta de divorcio, la formalización del mismo, es la culminación de un proceso degradante, con graves efectos colaterales y causante de pérdidas en cadena que no tienen fin. El divorcio nunca es una cuestión de dos ni un evento limitado a un lugar y momento. En el caso de Israel afecta y condiciona a su hermana Judá, propiciando así el daño a todo el pueblo escogido de Dios.
Mateo nos revela una tercera sorpresa: Dios hace concesiones. Es decir, Dios cede. Nuestro Señor Jesús asegura: Moisés permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios. Esta sorprendente declaración revela el carácter comprensivo de Dios, sí, pero no la renuncia a sus altas estándares de santidad. Por ello es que Jesús advierte que quien se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, a menos que la esposa le haya sido infiel. De acuerdo con esta declaración, Dios está dispuesto a aceptar que quienes no pueden vivir en armonía se separen, pero esta separación no implica necesariamente la disolución del vínculo matrimonial. Este vínculo sólo se rompe cuando uno de los dos tiene relaciones sexuales con un tercero. Contra lo que nuestra cultura promueve, las relaciones sexuales son mucho más que sólo una actividad física. Las relaciones sexuales unen a las personas, las hacen una sola carne, una sola persona. De ahí que establezcan un vínculo que trasciende, de acuerdo con Jesús, el estado legal de los involucrados. Lo serio de este asunto se hace evidente con la declaración de los discípulos: Si así son las cosas, ¡será mejor no casarse! El Señor asume esta dificultad y establece que sólo pueden superarla aquellos que reciben la ayuda de Dios.
Esta declaración de Jesús resulta de primordial importancia. Primero, porque se refiere particularmente a la ayuda divina en cuestiones matrimoniales. Sí, Jesús asume que la vida matrimonial requiere de un factor externo a la pareja: la ayuda de Dios. Que sin tal ayuda… sería mejor no casarse. Además, la declaración de Jesús implica la importante necesidad de una relación adecuada entre Dios y los miembros de la pareja. Esta es una relación recíproca de acuerdo con 1 Samuel 2.30. A Elí, Dios le dice: aunque prometí que tu familia y la familia de tus antepasados me servirían eternamente, ahora —oráculo del Señor— retiro lo dicho. Porque yo respeto a los que me respetan, pero los que me desprecian se verán deshonrados. La honra de Dios, es decir su presencia, su ayuda y su provisión requiere de la honra de los hombres: su obediencia, su servicio, su alabanza.
Cuando una pareja consagra a Dios su matrimonio se establece una relación de pacto. Dios se dispone a honrar a la pareja y esta se compromete a honrarlo a él. La mayoría de los procesos de divorcio, si no es que todos, incluye un distanciamiento de Dios de uno o ambos cónyuges. La dinámica de degradación de la relación matrimonial requiere de un dejar de honrar a Dios. La honra a Dios es una barrera de contención que impide la degradación del matrimonio y le protege de los ataques del enemigo. A menor honra a Dios, mayor vulnerabilidad de la pareja. Dado que todos los matrimonios enfrentamos el riesgo del divorcio, conviene que asumamos la importancia de que nos comprometamos a honrar a Dios en el todo de nuestra relación, sobre todo en la cotidianidad de la misma. Quien no se ocupa de cerrar las grietas en su relación con Dios, causa o consecuencia de su relación conyugal, simplemente está abonando a un mayor deterioro de la misma.
Leí la sentida declaración de un hombre divorciado: Todos merecemos una segunda oportunidad. El menosprecio respecto del divorcio conduce a una consideración superficial del nuevo matrimonio. Dado que el divorcio acrecienta la necesidad de amor, de la complementariedad de la pareja, del rehacer la vida, resulta normal que asumamos que sólo se trata de encontrar, ahora sí, a la persona adecuada. La cuestión es que el ceder de Dios no da para tanto. Jesús fue enfático al establecer que el nuevo matrimonio sólo se justifica ante la infidelidad del otro cónyuge. Y esto nos plantea un serio predicamento: ¿Es bíblicamente válido el nuevo matrimonio de alguien cuyo cónyuge no ha sido infiel?
Por mi parte, quisiera decir que sí, que Dios es amor, que Dios comprende y que lo que Dios quiere es que seamos felices. Pero, nuestro Señor es firme y determinante: El que se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio, a menos que la esposa le haya sido infiel. Así que esto coloca las cosas en el terreno de la relación personal de los interesados con Dios. Estos deben asumir que su divorcio ha lastimado su relación con Dios y provocado una situación excepcional en la misma. Que para superarla necesitan, indudablemente, de la ayuda divina y que para obtener esta deberán abundar en el cultivo de la comunión con el Señor siendo consecuentes con la gracia recibida. Que esto significa que se ocuparán de procurar honrar al Señor en todo lo que hacen a partir de la coyuntura de su divorcio.
En algunos casos esto significa que optarán por no casarse por amor al reino del cielo. En otros casos, ¿significará que consagrarán día a día su nueva relación al Dios al que aman y sirven? Son preguntas que cada quién habrá de contestar en función del cómo de su comunión con Dios.
Como iglesia somos llamados a acompañar, amar y servir a quienes enfrentan el riesgo, y a quienes padecen las consecuencias, del divorcio. Asumiendo que, dado que somos un solo cuerpo, somos de alguna manera corresponsables con la situación que enfrentan. Cuando alguna pareja de creyentes se divorcia la iglesia misma ha fracasado. Por lo tanto, debemos ocuparnos de hacer lo necesario para restaurarlos en la fe. Gálatas 6.1 Que esto debemos ayudarlos a volver al camino recto con ternura y humildad. Esto implica el aceptarlos, el comprenderlos, el ver con ellos. Sobre todo, implica el ser respetuosos de sus decisiones y evitar cualquier juicio que no tenga como propósito su restauración.
Desde luego, el mejor aporte que podemos hacer es vivir nosotros nuestra relación matrimonial de tal manera que esta honre a Dios y sirva como ejemplo a los que quieren honrarlo en la suya. Ello nos llevará a tener mucho cuidado y no caer nosotros en la misma condición.
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29 agosto, 2015 a 13:59
UNAS PREGUNTAS:: EN CASO DE DIVORCIO, LA PERSONA Q COMETIO ADULTERIO, SE PUEDE VOLVER A CASAR SI SE ARREPIENTE Y PIDE PERDON A DIOS??.—LA PERSONA Q SUFRIO EL ADULTERIO, SE PUEDE VOLVER A CASAR??—ES LICITO QUE QUIEN COMETIO ADULTERIO EJERSA UN CARGO EN LA IGLESIA,, EN ESPECIAL EL DE PASTOR O EVANGELISTA??—BENDICIONES