Posted tagged ‘Vida Cristiana’

Poniendo toda Diligencia

6 noviembre, 2011

2 Pedro 1.3-11

Poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

San Pedro

La vida del creyente es, dice el escritor bíblico, como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto. Proverbios 4.18 San Pablo, por su lado, nos invita a olvidar lo que queda atrás y proseguir al blanco de nuestra soberana vocación, Cristo. Filipenses 3.13 Por ello resulta tan importante el dicho de nuestro Señor Jesús, en el sentido de que los creyentes sin fruto se secan, son cortados y echados al fuego, donde arden. Juan 15.6

Tales aseveraciones hacen claro el hecho de que los cristianos somos llamados a crecer, progresar y alcanzar, día a día, niveles más altos de conocimiento, amor y servicio. Es en este contexto que iniciamos el estudio de la exhortación de San Pedro para que, poniendo toda diligencia, nos esforcemos por añadir virtud sobre virtud a nuestra vida toda.

Nuestro punto de partida es el hecho incontrovertible de que los creyentes somos llamados a vivir una vida nueva. Nueva en su calidad, en su propósito y en su sentido. Quienes hemos renacido en Cristo somos, dice la Escritura, nueva creación. 2 Corintios 5.17 Siendo nosotros mismos diferentes a lo que éramos antes de Cristo, no resulta válido el que nuestra vida nueva sea una mera extensión de nuestra pasada manera de vivir.

(más…)

Un Eterno Peso de Gloria

27 noviembre, 2010

Romanos 8.16-18; 2 Corintios 4.16-18

Entre 1997 y 2005, la venta de los analgésicos en los Estados Unidos aumentó un 90%. Uno solo de los cinco más vendidos, la oxicodona, incrementó su venta seis veces en el mismo período. Es tal la demanda de la misma que, a cincuenta centavos de dólar por miligramo, resulta de 30 a 60 veces más cara que el oro. Una de las razones que explican tales cifras es, en mi opinión, que para las generaciones presentes el dolor, el sufrimiento y aun la mera incomodidad resultan ser los principales enemigos de la humanidad. La propuesta hedonista que nos asegura que hemos venido a la vida para ser felices, reduce de manera significativa nuestra disposición y capacidad para enfrentar las dificultades de la vida.

Diversos estudios han demostrado que el umbral del dolor, es decir, la intensidad mínima de  un estímulo que despierta la sensación de dolor, es similar a los seres humanos sin importar las diferencias de raza, nacionalidad o cultura. Lo que sí varía de persona a persona es la reacción que se tiene ante el dolor. Lo que afecta a unos no necesariamente conmueve a otros. Al lugar que los factores sicológicos, culturales y aun físicos que explican el que unos enfrenten las desgracias con mayor coraje y éxito que otros, quiero anteponer la primacía de un factor determinante que explica tales diferencias: El factor de la fe.

En la carta a los Romanos encontramos un nuevo par de conceptos a los que conviene prestar atención. En efecto, el Apóstol contrapone a las aflicciones, lo que él llama la gloria venidera. A los corintios, les recuerda que el sufrimiento presente es pasajero, comparado con la gloria eterna (lo presente es una tribulación momentánea, que produce un eterno peso de gloria). Cabe destacar que de ninguna manera el Apóstol menosprecia la importancia y el grado del dolor que las desgracias presentes acarrean. Tampoco propone que, en razón de su fe, el creyente se complazca en los maltratos o humillaciones. Lo que el Apóstol hace es animar a sus lectores a que comparen las circunstancias presentes, su grado de tribulación y el tiempo de las mismas, con aquello que da testimonio de la presencia de Dios en el pasado, en el futuro y, desde luego, en el aquí y ahora de los creyentes.

A los romanos Pablo les asegura que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. En su carta a los corintios amplía y explica mejor su idea cuando asegura que esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. El término peso, utilizado por el Apóstol mantiene el sentido hebreo de la palabra que se refiere a la presencia de Dios. Así que, podemos concluir, la propuesta paulina consiste en el hecho de que las leves y momentáneas tribulaciones que enfrentamos en el tiempo presente, provocan una manifestación mayor y más significativa de la presencia de Dios en nosotros. Por lo que, comparadas con el poder, la consolación y el perfeccionamiento que Dios nos da mientras sufrimos, nuestras tribulaciones son apenas leves y momentáneas.

Leves y momentáneas. Términos que, indudablemente, pocos podrían utilizar para explicar o calificar las tragedias y desgracias que enfrentan. Hay quienes han padecido toda la vida. Otros, no salen de una cuando ya están en otra. Y, otros más, acuden incapaces al permanente y hasta acelerado deterioro integral de su ser persona: enfermedad, pérdida de las capacidades mentales, afectación de las relaciones familiares primarias. ¿Cómo puede llamarse a esto leve (ligero, de poco peso e importancia), y considerarlo momentáneo (que solo dura un momento)?

A lo que Pablo nos invita es a que comparemos. Comparar no es otra cosa sino fijar la atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o semejanza. La invitación es a que enfrentemos nuestra realidad presente desde la perspectiva correcta. La perspectiva correcta es la perspectiva de la fe. Si tu fe no te alcanza para mantenerte firme en las circunstancias que estás viviendo, tienes que examinarte a ti mismo para saber si estás firme en la fe. 2 Corintios 5.13 ¿Por qué?, porque la fe nos ayuda a saber quiénes somos, cuáles son los propósitos implícitos en nuestras experiencias vitales y qué es aquello que nos espera y que debemos anhelar.

En Romanos, Pablo, destaca el quehacer del Espíritu Santo en nuestras vidas. Este es quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y, por lo tanto, herederos de Dios y coherederos de Cristo; por lo que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.  Nosotros, como el mismo Cristo, también al través del sufrimiento aprendemos la obediencia. Hebreos 5.9 La razón es que el sufrimiento coadyuva a nuestra perfección por cuanto nos libera de aquello que nos estorba al obligarnos a tomar conciencia de nuestra fragilidad y, por lo tanto, de la importancia de vivamos limpia y santamente para Dios. Puesto que, si alguno se limpia de estas cosas,  será instrumento para honra,  santificado,  útil al Señor,  y dispuesto para toda buena obra. 2 Timoteo 2.21

La fe, también, nos capacita para ver más allá de nuestras circunstancias actuales. El eterno peso de gloria se hace visible cuando vemos lo que generalmente no se puede ver en medio de las dificultades. Lo que Dios ha hecho y está haciendo, así como lo que Dios ha prometido que hará a favor nuestro. Y resulta que esto, las obras de Dios y no las circunstancias que enfrentamos, es lo que da sentido a nuestra vida. Ni la más terrible de nuestras desgracias es capaz de borrar la realidad de las bendiciones que hemos recibido, ni de disminuir importancia de estas. El tiempo de nuestras tribulaciones ha sido, también, el tiempo de la misericordia. Bien cantaba el salmista: Mas Jehová me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza. Salmos 94.22

Y la fe también nos ayuda a recordar que la vida es más, más que la comida, más que el vestido; sí, pero también más que la vida terrenal. En este sentido, la fe es el sustento de nuestra esperanza bienaventurada. La fe cristiana nos asegura la realidad de la eternidad, entendida esta como una forma de existencia plena, perfecta y gozosa en la presencia y compañía del Señor. A Timoteo se le recuerda que este mensaje es digno de crédito: Si morimos con él, también viviremos con él; si resistimos, también reinaremos con él. 2 Timoteo 2.11,12

Y, cabe destacar aquí, la Biblia indica que estando en Cristo, es precisamente el deterioro de nuestro cuerpo la evidencia irrefutable de la renovación ya iniciada de nuestra alma eterna. Por eso es que podemos creer lo que la Palabra promete a futuro, porque ya ha empezado a cumplirse en nuestro aquí y ahora. Por lo que Dios está haciendo en medio de nuestras tribulaciones presentes, podemos aceptar como cierta la promesa del Apocalipsis: Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.» El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.» Apocalipsis 21.3-5

Esta es nuestra fe y por ello es que podemos enfrentar nuestras desgracias sabiendo que somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Una Iglesia En el Poder del Espíritu Santo

4 julio, 2010

Hechos 1.8; 2.1-4; 4.29-31

La principal característica, y por lo tanto la principal enseñanza, de la Iglesia Primitiva, es que se trata de una Iglesia que vive y hace en el Espíritu Santo. Utilizo esta expresión, en el Espíritu Santo, porque es sabido que la preposición en, denota en qué lugar, tiempo o modo se realiza lo expresado por el verbo a que se refiere. Así, la Iglesia Primitiva estaba inmersa, sumergida y por lo tanto llena por fuera y por dentro, en el poder del Espíritu Santo.

Nuestro Señor Jesucristo prometió a sus discípulos que recibirían poder cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos. Hechos 1.8 A partir de tal realidad, los discípulos habrían de convertirse en testigos de Cristo en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta en las partes más lejanas de la tierra. El estudio del tema, sobre todo en el libro de Hechos, nos permite entender que lo que el bautismo del Espíritu Santo habría de provocar o producir en los discípulos, nosotros entre ellos, es un apoderamiento. Es decir, que Dios habría de poner en ellos poder y darles posesiones que hasta entonces no tenían. Al ser un bautismo del Espíritu Santo tal poder no sería otro sino el mismo poder de Dios, que quedaría bajo la administración de los discípulos con el fin de que ellos pudieran cumplir con la tarea de evangelizar y hacer nuevos discípulos en todo el mundo.

El estudio bíblico nos permite descubrir que el poder del Espíritu Santo apodera al creyente dándole tres capacidades particulares: la capacidad de recuperar el equilibrio interior; la capacidad para hacer señales milagrosas que evidencien el poder y la presencia de Dios en y al través de ellos; y, lo que podemos llamar la capacidad de la palabra convincente, misma que es creída aun por los más pecadores.

Cuando hablamos de la capacidad para la recuperación del equilibrio interior, estamos hablando del poder para desaprender una forma de vida bajo la influencia del pecado y re-alinear nuestros pensamientos, sentimientos, emociones y acciones en el orden de Cristo. Ante el poder del pecado y sus consecuencias, poco podemos hacer por nosotros mismos. Pero, el Espíritu Santo en nosotros nos capacitad y fortalece de tal forma que podemos actuar como nuevas criaturas… en todo. Más aún, podemos enfrentar los ataques del diablo que van certeramente dirigidos a nuestras áreas débiles, y salir victoriosos ante los mismos. Esta capacidad se incrementa en la medida que nos llenamos constantemente del Espíritu Santo.

Los discípulos en equilibrio interior pueden disponer del poder delegado por Dios para hacer milagros y señales en su nombre. Resulta obvio el que una persona sin equilibrio interior puede ser superada por un poder tan extraordinario como el que nuestro Señor prometió a los suyos en Marcos 16.16. Pero el discípulo en equilibrio, aquel que ha logrado superar sus conflictos internos y de relación, puede usar sabia y oportunamente el poder derivado de los dones espirituales a su servicio. Por ejemplo, puede orar por los enfermos y ver que estos sanan, sin olvidar que no es él quien los ha sanado, sino Dios que mora en él por su Espíritu Santo. Sobre todo, el discípulo que sabe quién es, que cultiva su comunión personal con Dios haciéndose responsable de la misma y que se relaciona adecuadamente con sus semejantes, sabe que los milagros y las señales que él hace tienen como exclusivo propósito el que Dios sea glorificado en todo.

El Espíritu Santo capacita al discípulo para que la suya sea una palabra convincente. De manera extraordinaria, sobrenatural, prueba lo que dice e incita a sus oyentes para que acepten como verdad lo que le escuchan decir. En las palabras del discípulo lleno del Espíritu Santo hay un poder que clarifica la verdad, la hace sencilla y comprensible y anima al oyente a que la siga. Bien lo dijo el Señor, cuando prometió que cuando sus discípulos fueran llevados ante los jueces -cuando sus palabras estuvieran bajo juicio-, el Espíritu Santo les enseñará lo que deben decir. Lucas 12.12

Ahora bien, el estudio del libro de los Hechos nos muestra que el poder del Espíritu Santo no fue lo único, ni el único poder, que explica el éxito de la Iglesia Primitiva en su tarea de proclamar fielmente el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Además del poder del Espíritu Santo encontramos el que podemos identificar como el poder del compromiso de los primeros discípulos. Por su amor y gratitud a Dios por la salvación recibida y animados por la manifestación del poder del Espíritu Santo en y al través de ellos, los primeros cristianos contrajeron la obligación, de vivir al límite con tal de ser hallados fieles en la tarea que se les encomendara.

Hechos 2 nos relata el cómo fueron llenos del Espíritu Santo en el día de Pentecostés y cómo la señal de las lenguas despertó el interés inicial de miles de nuevos creyentes. Pero, la historia no termina en ese capítulo. Al impacto inicial provocado por las manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo, habría de seguir el testimonio: [la] prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo. Debían probar con su propia vida y no nada más en su propia vida, la presencia real del Reino de Dios entre los hombres. Para ello debían vivir de una manera diferente a quienes no tenían el poder del Espíritu Santo; y debían hacerlo en oposición a lo que ellos mismos habían sido y a lo que eran los incrédulos.

El poder del compromiso resulta de la determinación para cambiar y convertirse en agentes de cambio. Es fruto este poder, de la experiencia convencida y cotidiana de la presencia del Espíritu Santo en ellos. Como se cree que el Espíritu Santo los ha hecho capaces, entonces se esfuerzan y viven de acuerdo a tal realidad. No siguen haciendo lo que los aleja de Dios, no siguen practicando el pecado… en fin, no siguen la inercia de formas de vida sin poder y sin propósito. Contraen la obligación de vivir de manera diferente y su vivir diferente se convierte en testimonio que impacta a los no creyentes.

Estando concientes que vivir la vida de Cristo implica graves dificultades y riesgos peligrosos, los discípulos se comprometen a ser fieles al Señor y a su llamado. Por eso oran diciendo: Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos que anuncien tu mensaje sin miedo. Hechos 4.29

De la Iglesia Primitiva aprendemos que necesitamos ser llenos del poder del Espíritu Santo. Que nada o muy poco podemos hacer si no tenemos el poder de Dios en nuestras vidas. Así que, como la Iglesia Primitiva lo hizo, debemos ocuparnos de manera intencional y prioritaria en la búsqueda de la llenura del Espíritu Santo. Mismo que, el Señor ha prometido, Dios habrá de dárselo a quienes se lo pidan. Lucas 11.13 Toca a nosotros, en lo individual y como iglesia, abocarnos a la tarea de ser llenos del Espíritu Santo, no hacerlo nos condenará a una vida mediocre, llena de frustración e impotente en todos los sentidos.

Pero, de la Iglesia Primitiva también aprendemos que se requiere de nuestro compromiso para vivir y desarrollar las capacidades que el Espíritu Santo pone en nosotros. Lamentablemente, hay quienes siguen atrapados en las mismas circunstancias que vivían cuando vinieron a Cristo. Sus vidas siguen estando llenas de insatisfacción; sus relaciones matrimoniales siguen igualmente enfermas; viven bajo el poder de la amargura, la depresión y los conflictos relacionales. En fin, sus vidas no son en nada, o en casi nada, diferentes a lo que eran antes de Cristo. ¿Qué les falta? Les falta compromiso, les falta el denuedo, la libertad, para predicar y vivir la Palabra de vida que han recibido.

Dos tareas tenemos por delante, entonces: la primera, buscar la llenura del Espíritu Santo en nuestras vidas. No es suficiente con lo que tuvimos o las veces que nos llenamos, hoy y aquí necesitamos llenarnos nuevamente de su Espíritu Santo. La segunda, debemos salir de nuestras zonas de confort espiritual y entregarnos a la tarea de ser testigos fieles de Jesucristo. Debemos pagar los precios que ello significa: tomar las decisiones que hemos relegado; hacer lo que es adecuado y oportuno; quedarnos solos, si es necesario; asumir que nuestra fidelidad a Cristo implica la enemistad del mundo. Podemos hacerlo y así experimentar la novedad de vida que es propia de las criaturas nuevas, al mismo tiempo que nos convertimos en agentes de cambio en medio de la generación perversa entre la que vivimos y que tanta necesidad tienen de las buenas nuevas del Evangelio de Cristo.