Se dice que uno de los valores más apreciados por los seres humanos es el de la estabilidad. Valoramos el poder mantenernos ajenos al peligro de cambiar, preferimos permanecer en el mismo lugar o circunstancia antes que enfrentar los riesgos aparejados a los cambios. Más vale viejo por conocido, que bueno por conocer, aprendimos desde muy pequeños. Y, es cierto, nos sentimos más a gusto en los territorios y en las circunstancias que conocemos… hasta que las mismas resultan tan costosas que permanecer en ellas representa cada vez más sufrimiento, frustración y resentimiento.
Especialmente en lo que se refiere a las relaciones humanas, casi todos anhelamos el que las mismas sean lo más cómodas y placenteras posible. Sobre todo, cuando se trata de relaciones que son de gran importancia para nosotros en lo sentimental, lo emocional y aún en los laboral, aprendemos que es mejor conservar lo que se tiene aún a costa del precio que mantenernos en ellas representa. Ello explica, por ejemplo que haya parejas que en la práctica están separadas e insisten en vivir creyendo que permanecen unidas. O que en los ambientes laborales aparentemos que no pasa nada, cuando la verdad es que la relación con nuestros compañeros lejos está de ser, ya no digamos placentera, sino llevadera al menos.
En alguna medida, todos apreciamos la que los estudiosos de la conducta humana han llamado nuestra zona de confort. Raúl Hernández González cita la siguiente descripción respecto de la zona de confort: Esta es definida como el conjunto de creencias y acciones a las que estamos acostumbrados, y que nos resultan cómodas. Aquello que está dentro de nuestra zona de confort lo podemos hacer muchas veces sin mayor problema y no nos produce una reacción emocional especial; en cambio, lo que está fuera de nuestra zona de confort nos incomoda, nos produce un cierto rechazo, nos provoca ansiedad o nerviosismo, nos da palo.
Gráficamente la zona de confort puede ser representada como un vado. Es decir, como una especie de cuneta o depresión del piso, misma que permite ir de un lado al otro sin tener que salir de ella. Nosotros haríamos las veces de una pelota que se desliza hacia atrás y hacia adelante, pero siempre teniendo el cuidado de no salirnos de ella. Aprendemos a llegar al límite, pero siempre nos aseguramos que permaneceremos dentro de la realidad que conocemos. Como la mujer que le pone las peras a catorce al marido desobligado, lo amenaza con que lo abandonará si no cambia, pero siempre encuentra justificación para darle una segunda oportunidad. O el empleado cansado de los malos tratos del jefe, o del mal ambiente de la oficina, que se pone fechas para dejar ese trabajo, pero siempre encontrará una razón para permanecer en el mismo un poco más.
Lo curioso, y trágico al mismo tiempo, es que en la mayoría de los casos sabemos, o cuando menos intuimos, que ni debemos permanecer en tal condición, ni está bien que nos mantengamos haciendo lo mismo. Hay un testimonio interior, al que conocemos como la voz de la conciencia, que nos recuerda que ni ese es nuestro lugar, ni esa la vida que hemos sido llamados a vivir. Esa voz de la conciencia nos recuerda que vivir en ansiedad, desperdiciando la vida y llenándonos de amargura no es, de ninguna manera, la voluntad de Dios para nosotros. Pues, como asegura el Profeta Jeremías, los planes que Dios tiene para nosotros son planes de bienestar y no de calamidad, como traduce la Nueva Versión Internacional de la Biblia.
¿Qué es lo que explica, entonces, que nos resulte tan difícil abandonar nuestra zona de confort y tomar las decisiones apropiadas y hacer lo que conviene? Permítanme proponerles que son tres las causas de nuestra resistencia al cambio benéfico:
La Confusión. Esta consiste en un estado de desorden de las cosas o los ánimos. Es decir, la persona se equivoca en cuestiones fundamentales, aprende a creer que lo que siente es más importante que lo que sabe. Así, le confiere a sus sentimientos y emociones un papel determinante para la toma de sus decisiones. La Biblia nos enseña, sin embargo, que el cambio en nuestra vida empieza cuando cambiamos nuestra manera de pensar. Cuando pensamos a la luz, debo insistir en esto, a la luz de la Palabra de Dios, de lo que Dios nos ha dicho. Quienes permanecen en situaciones indignas han aprendido a pensar que no valen, que no merecen y que, por lo tanto, deben soportar lo que están viviendo. Dios nos dice otra cosa, él nos ha hecho personas dignas, valiosas y merecedoras del respeto y de una vida plena. Para ello es que envió a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, para buscar y salvar lo que se había perdido; para destruir las obras del diablo y llevarnos a una vida plena… aquí en la tierra.
La Ignorancia. Muchas veces permanecemos en nuestra zona de confort porque no sabemos cómo salir de ella. Hemos vivido tanto tiempo haciendo y padeciendo lo mismo. A veces cambiamos: de personas, de lugares, de circunstancias, para descubrir que seguimos en lo mismo. ¿Cómo saber lo que debemos hacer? ¿Cómo hacer lo que sabemos debemos hacer? Cosa difícil esta, cierto; pero menos difícil cuando creemos lo que Dios nos dice en su palabra. Otra vez, el Profeta Jeremías viene en nuestra ayuda, nos recuerda el llamado de Dios: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Dios no solamente es sabio, es la Sabiduría misma. Y, Dios no juega a las escondidillas. Siempre que lo buscamos, lo encontramos. Siempre que clamamos a él, él nos responde. Así que cuando no sabemos, él sí sabe. Cuando dudamos, él tiene la respuesta segura.
El Temor. Temor es la pasión del ánimo, que hace huir o rehusar aquello que se considera arriesgado o peligroso… es el recelo de un daño futuro, dice la Real Academia de la Lengua. Es resultado del hecho de que nosotros no podemos ver el futuro desde nuestro presente. No sabemos qué nos espera del otro lado de la curva. Es comprensible, por lo tanto, que prefiramos mantenernos donde estamos; al fin y al cabo, aquí ya sabemos qué y cómo hacer. La verdad es que nunca sabremos lo que está al otro lado de la curva, hasta que demos vuelta. Así que la razón de nuestra confianza no puede descansar en lo que sabemos, sino con quién estamos. Nuestro Señor Jesucristo prometió que él estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Eso significa que está con nosotros de este lado, y al otro lado, de las curvas de la vida. Él está donde nosotros todavía no hemos llegado. EL Profeta Isaías nos recuerda que el Señor ha prometido: Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.
Lo que aquí quiero decirte es que no tienes que permanecer en la circunstancia que, ni es propia de ti, ni te está haciendo bien. Puedes, y si me dejas ir un poquito más allá, debes salir de ella. Tomar las decisiones adecuadas y oportunas; hacer lo que conviene en el momento preciso, es lo único que alimentará tu estima propia. Porque solo cuando asumes la responsabilidad de tu propia dignidad y pagas el precio de ser tú mismo, tú misma, puedes recuperar el equilibrio de tu vida. La buena noticia es que puedes, podemos hacerlo. La razón es sencilla, contamos con la comprensión, la disposición y la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, mismo que dijo: Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Corre el riesgo, sal de tu zona de confort y vive la vida abundan que nuestro Señor Jesucristo ha hecho posible para ti.
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