Cuando un ser humano tiene un para qué
Efesios 3.10, 11; 4:17ss
Dicen los que dicen que saben que la Iglesia es una institución en crisis. Aseguran que característica del postmodernismo, es el reconocimiento que se da a la importancia de la espiritualidad; al mismo tiempo que se menos-precia la importancia de la Iglesia en el cultivo y la manifestación de las cuestiones espirituales. Ante esta realidad destaca la importancia que el Apóstol Pablo da a la Iglesia cuando asegura que esta responde al propósito de Dios de utilizarla para mostrar la variedad de su sabiduría a todos los gobernantes y autoridades invisibles que están en los lugares celestiales. De tal manera, para Pablo, lo que la Iglesia es en su aquí y ahora humano y terrenal, trasciende hasta convertirse en el argumento de la verdad y el poder divinos ante el diablo y sus legiones espirituales.
No deja de llamar la atención que, apenas unas cuantas líneas adelante, Pablo describa la realidad de la iglesia de Éfeso, como una similar a lo que viven los que no conocen a Dios. De estos dice que están irremediablemente confundidos. Pero, asegura, los efesios no lo están menos. De ahí que los llame a recordar lo que han aprendido de Cristo y a que se pongan la nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios. Lo que Pablo describe es a una iglesia que ha sido desgarrada por la guerra de la vida cotidiana.
Hoy encontramos que un número creciente de congregaciones cristianas se encuentran igualmente desgarradas por la guerra y, por lo tanto, imposibilitadas de vivir la vida es propia de los que conocen a Dios y, por lo tanto, incapaces de mostrar la variedad de la sabiduría divina a todos los gobernantes y autoridades invisibles que están en los lugares celestiales. Es decir, la iglesia está dejando de ser lo que es y, por lo tanto, dejando de hacer lo que le corresponde. Tenemos, entonces, un problema de identidad y de misión.
He retomado el término: desgarradas por la guerra, de un estudio que se ocupa del PTSD en los soldados que regresan de la guerra. Este síndrome de estrés post-traumático provoca una alteración en el todo de la vida de tales soldados. Se expresa, y debemos recalcarlo, después del momento traumático y altera el orden de la vida que sigue al evento de la guerra. Es decir, los soldados quedan marcados –con cicatrices en el alma-, y atrapados en lo que vivieron. Así, lo que viven y hacen años después de regresar a casa sigue estando afectado por lo que experimentaron en el campo de batalla. En tales condiciones pierden el sentido de la vida. Así, atrapados por los recuerdos, la amargura, la desesperanza y las relaciones disfuncionales, no sólo no pueden trascender sino que se sumen más y más en su disfuncionalidad, dejando de ser lo que son y de alcanzar lo que les es propio.
Experiencia similar viven no pocos cristianos, miembros de nuestras congregaciones. Por diversas razones han enfrentado guerras afectivas, emocionales, relacionales, físicas, etc., y las han perdido. Su hoy está desgarrado por tales guerras. Sin embargo, su mayor tragedia no es lo que vivieron y padecieron, sino que consciente e inconscientemente siguen atrapados no sólo en las batallas que enfrentaron sino en los resultados de las mismas. Sus pensamientos, sus emociones y sus decisiones están condicionados por lo que vivieron y así resultan atrapados en dinámicas que ya no son y situaciones que fueron. Algunos de manera activa y otros de manera pasiva, pero unos y otros permanecen viviendo lo que ya no es. Por lo tanto, dejan de ser quienes son ahora y son incapaces de encontrar el sentido de su vida y, por lo tanto, se ocupan de cuestiones secundarias –por muy importantes que parezcan- en lugar de aquellas que corresponden a su verdadera identidad y su llamado real.
Cuando los creyentes, miembros de una congregación, viven atrapados por lo que fue, la identidad y el propósito de la iglesia se pervierte. La fe se convierte en la agarradera, el pretexto, la justificación del seguir patinando en lo que fue. Entender y arreglar el pasado se convierten en la razón de ser de la fe del creyente. La tarea pastoral se limita a tratar de ayudar a quienes llevan cicatrices en el alma. De tal suerte, la identidad y la tarea de la iglesia dejan de tener como referente a Dios para ocuparse de los traumas y las tragedias de sus miembros.
Infancias trágicas, abandono y/o traición del cónyuge, infidelidades, hijos disfuncionales y/o desagradecidos, crisis de salud o económicas, entre tantas otras cosas, se convierten en la agenda de las personas… y de la iglesia. Se pretende superar lo que ya pasó al mismo tiempo que se procura e invierte en aquello que lo mantiene vivo. Pablo dice: Si eres ladrón, deja de robar. Sin embargo, no pocos que sufren el desgarro de la guerra porque robaron, pretenden que las cosas cambiarán aún si ellos no dejan de robar.
Desde luego, ser libres de la maldición del pasado es una aspiración legítima. La cuestión es que mientras sigamos atrapados por los mismos cómo, difícilmente podremos ser libres y estar en condición de ser y hacer lo que nos es propio. Viktor Frankl propuso: Cuando un ser humano tiene un para qué, puede atravesar cualquier como. La iglesia, las congregaciones, los cristianos que quieren atravesar y dejar atrás lo que ahora los atrapa deben recordar que ellos sí tienen un para qué.
El Catecismo Breve de Westminster, en respuesta a la pregunta: ¿Cuál es el fin principal del hombre?, responde: El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios, y gozar de él para siempre. Sal. 86:9; Is. 60:21; Rom. 11:36; 1 Cor. 6:20; 1 Cor. 10:31; Apoc. 4:11; Sal. 16:5–11; Sal. 144:15; Is. 12:2; Lu. 2:10; Fil. 4:4; Apoc. 21:3–4.
La Biblia asegura que Dios, honra a los que lo honran. 1 Samuel 2.30 El término honra es, de por sí, interesante: saludable, fuerte, rico, honorable, glorioso, honrado. Cristo asegura que: mi propósito es darles una vida plena y abundante. Juan 10.10 NTV. Además, Juan, por su parte, asegura que, el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo. 1 Juan 3.8 NTV Todo ello para que los cristianos, los congregantes de las iglesias de Cristo, estemos capacitados y completamente preparados para hacer toda clase de bien. 2 Timoteo 3.17 DHH
Mis amados hermanos en Cristo, somos Iglesia. El poder del Espíritu Santo reposa en nosotros. Tenemos un llamamiento eterno y los recursos para vivir una vida plena. En los tiempos que vivimos, somos llamados a ser luz y a no participar de las tinieblas que sólo son propias de quienes viven irremediablemente confundidos. Somos llamados a ser sal y no a participar de la descomposición que sólo es propia de quienes no pertenecen al Señor. Somos llamados y podemos hacer en consecuencia. Dejemos, entonces, que el Espíritu Santo renueve nuestros pensamientos y nuestras actitudes. Propongámonos no entristecer al Espíritu Santo que reposa en nosotros y revestidos de la nueva naturaleza, honremos a Dios haciéndolo la razón, el sentido y el cómo de nuestra existencia.
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