Como a ti mismo
Mateo 22.39
Eso que llamamos moral cristiana está bajo ataque. Y, pareciera que está perdiendo la batalla. Cada día son más las personas que aceptan como normales prácticas que contradicen el fondo y la forma de lo que la Biblia llama bueno… y lo que llama malo. Cuestiones que antes parecían estar lejos del interés inmediato de las comunidades cristianas hoy forman parte de su agenda cotidiana. Cada vez más familias cristianas tienen entre sus miembros a quienes practican el aborto, distintas expresiones de la homosexualidad, diversas formas de las relaciones de pareja y a quienes consumen substancias adictivas de manera frecuente.
Para los creyentes que todavía insisten en la conservación de los valores y principios bíblicos esto representa un doble reto. El primero, del que nos ocuparemos en otro momento, consiste en el cómo hacer prevalecer tales valores como válidos y relevantes en el momento actual. El segundo se refiere al cómo de la relación con quienes han asumido valores diferentes, tanto con los no forman parte de la comunidad cristiana: Amistades, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, etc., como con los de casa.
Aquí propongo que en el cómo de nuestra relación con los diferentes resulta indispensable considerar que ellos son, al mismo tiempo, otros y prójimos. Lo primero significa que no son nosotros, que son diferentes a nuestro yo individual y a nuestro yo comunitario. Por lo tanto, no es posible valorarlos como lo hacemos con nosotros mismos. Su otredad nos obliga al respeto, es decir, a la consideración de su valor intrínseco como personas, como individuos. También su otredad nos obliga a validar sus elecciones como las que resultan de su historia de vida. Es decir que, en el cimiento de nuestra relación con los diferentes debemos asumir que ha una experiencia de vida que explica su aquí y ahora. En síntesis, el sustento de nuestra relación consiste en asumir su otredad y en validar los factores que la explican.
Pero, también son nuestros prójimos. Es decir, nuestros cercanos. Desde luego, esta cercanía se define por los lazos de consanguinidad, de afecto y, sobre todo, por su condición de seres humanos. De acuerdo con los estudiosos bíblicos el concepto de prójimo en nuestro pasaje se refiere a cualquier persona, independientemente de su nacionalidad, religión, con la que convivimos o con quien pudiéramos llegar a encontrarnos. En nuestro pasaje, Jesús establece, como mandamiento, que el principio de la relación con nuestro prójimo es el amor ágape, independientemente, debemos acotar, de su condición de otro.
Ante la otredad tan evidente de tantos, muchas comunidades cristianas han optado por una estrategia de retraimiento. Pareciera que si negamos la realidad de los otros estos desaparecerán. Que si no hablamos del problema este no existe. Ante el fracaso de tal estrategia, se ha optado por la condenación, que aún se convierte en persecución, de los diferentes. Se piensa que, si se segrega a los diferentes, especialmente a quienes se asume como los más depravados, el problema podrá contenerse y se evitará un contagio moral de la sociedad. El activismo político tan común entre la comunidad cristiana en prácticamente todo el mundo, responde a tal pretensión: Si los creyentes puros logran hacerse del poder político podrán detener la descomposición moral que tanto les aflige.
Otras comunidades cristianas han optado por legitimar la otredad moral como válida y coincidente con los que consideramos los valores cristianos. Así, partiendo del supuesto de que la normalidad establece la legitimidad, están incorporando a la cotidianidad de la iglesia aquello que contradice los fundamentos bíblicos. Desde luego, asumen que en tal legitimación se expresa el amor al prójimo al que se refiere Cristo. Sin embargo, propongo a ustedes, Cristo nos llama a amar a la persona, pero no a la aceptación de su otredad como sustituta de los mandamientos, las cosas, que él ha enseñado y que nos ha encargado anunciar a sus discípulos. Mateo 28.19ss
Este es un punto importante, somos llamados a amar y respetar a las personas. Lo que no implica que amemos o respetemos las opiniones, las elaboraciones lógicas, las posiciones morales o ideológicas no acordes con los principios evangélicos. En este terreno somos llamados al análisis de nuestros propios presupuestos lógicos en la relación con los otros. Esto porque no siempre lo que consideramos como lo apropiado responde a los principios bíblicos sino a nuestros prejuicios culturales. Asumir esta vulnerabilidad propia empodera nuestra comprensión de las razones por las que las personas asumen como válidas corrientes de pensamiento y las prácticas consecuentes. Más aún, nos permite estar en condiciones de tender puentes de acercamiento a quienes, siendo otros, siguen siendo nuestro prójimo y sujetos de nuestro amor ágape.
Dada la cercanía con estos otros-prójimos, tenemos que preguntarnos sobre el cómo de nuestra relación. Lo primero que debemos asumir es que la iglesia es el lugar de encuentro primario tanto con los otros más cercanos, como de los otros en general. La iglesia tiene el deber no sólo de aceptarlos en su espacio fraternal y espiritual (por llamarlo de alguna forma), sino de atraerlos para que en su regazo conozcan de manera práctica y relevante del amor de Dios en Jesucristo. De acuerdo con Jesús, amar al prójimo es, también, darle la bienvenida, aceptarlo como persona y caminar junto con él los caminos de la vida: Sus alegrías, sus tristezas, sus convicciones y sus dudas, etc.
Ahora bien, los cambios legales y sociales que nuestra sociedad está experimentando nos colocan, cada vez más, en la disyuntiva del cómo participar en la aceptación de la otredad de nuestros prójimos. Cuestiones tales como la celebración de ceremonias religioso-civiles que legitiman modelos alternativos de matrimonio y paternidad. Ceremonias sociales que implican la validación de modelos éticos ajenos a la santidad cristiana. Modelos alternativos de sexualidad prematrimonial que implican los espacios habitacionales de las familias de los involucrados en los mismos, etc. ¿Cuáles son los criterios a tomar en cuenta como parte de nuestro testimonio cristiano?
Considero que la consideración básica consiste en que tengamos cuidado de que nuestra aceptación de la persona no legitime su conducta cuando esta contravenga los principios bíblicos. Así, al proponérsenos alguna forma de participación o colaboración en la otredad asumida como válida por nuestro prójimo, debemos preguntarnos si al participar o colaborar con la misma contribuimos a su legitimación. De ser así, nuestra responsabilidad cristiana es negarnos a ello. Esta consideración debe hacerse tanto respecto de la aceptación a participar de ceremonias religioso-civiles, celebraciones, etc., que sirvan para legitimar moralmente lo que atenta contra la santidad y la preeminencia de los considerandos bíblicos.
Una excepción, sin embargo, debe hacerse cuando se trate de los que son nuestros cercanos en razón de los lazos de sangre que nos unen a ellos. Tradicionalmente se pretende que los creyentes sean más severos con sus familiares respecto de la aplicación de los principios bíblicos. Sin embargo, es el espacio de la familia, en particular de los familiares en primer grado, donde mayo cuidado debe tenerse en la distinción entre la persona y sus elecciones de pensamiento y conducta. Deber de los familiares es preservar la unión familiar sin dejar de lado el asumir el rechazo de lo que no puede ni debe ser moralmente aceptado. Ello implica la presencia en los actos resultantes de las decisiones tomadas por los nuestros como testimonio de nuestro amor; pero no la participación directa en aquellos actos que contribuyan a la legitimación de lo que no puede ser asumido moralmente como bueno. Mateo 10.37
Somos llamados a amar a nuestro prójimo. Así que asumir la otredad del otro no resulta en un impedimento para que lo amemos. Por el contrario, amar al otro al estilo de Cristo abre la puerta para que este pueda revelarse en los diferentes y convocarlos a la comunión perfecta consigo mismo. Por eso, a amar al otro como a nosotros mismos es que somos llamados.
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