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Por envidia o por celos

19 febrero, 2017

Santiago 3.13-16 TLAD

Empecemos diciendo que los celos no tienen que ver, necesariamente, con el amor. Mucho menos, cuando se trata de los celos obsesivos, de la celotipia. Desde la perspectiva neo testamentaria, los celos son una excitación de la mente, fervor en favor de alguien o algo, o una envidiosa y contenciosa rivalidad que busca castigar a alguien. Desde luego, el fervor que favorece a alguien lleva a desear a la persona y a experimentar dolor cuando esta se distancia afectivamente o, de plano, traiciona a quien le ha entregado su amor. Tal el caso de Dios, que entre sus atributos tiene el de ser celoso con los que ama. Éxodo 20.5, esto implica que dado que nos ama él no está dispuesto a compartirnos con nadie más.

Desafortunadamente, los celos que nos agobian, insisto, poco tienen que ver con el amor. Antes que ver con el ser amado (pareja, hijos, hermanos, amigos, etc.), tiene que ver con las inseguridades y prejuicios de quien cela a otros. Los celos obsesivos poco tienen que ver con la actitud o conducta del otro, son resultado de los temores, la experiencia de vida y la necesidad de explicarse a uno mismo en función de los demás. Los relatos bíblicos que tratan de los celos como factor de relación entre las personas: Caín y Abel, Jacob y Esaú, Lea y Raquel, etc., así lo confirman.  En la historia bíblica, como en la historia de muchos, quienes resultan animados por los celos son personas que llevan a sus relaciones actuales las amarguras, las heridas y los temores resultado de experiencias vitales desafortunadas.

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Solo como una concesión

6 diciembre, 2014

Marcos 10

Mucha de la comprensión que tenemos del carácter y del mensaje de Jesús se lo debemos a los fariseos. Si estos no hubieran cuestionado tanto al Señor quizá no tendríamos respuestas y explicaciones tan claras y aplicables como la que ahora nos ocupa: el divorcio. Divorciar es: Separar, apartar personas que vivían en estrecha relación, o cosas que estaban o debían estar juntas. Como podemos ver, el divorcio requiere de una condición previa: una estrecha relación. Así, empecemos por proponer que lo que separa a las personas no es el acta de divorcio o la orden extendida por un juez. De hecho, el juez sólo legitima (la hace conforme a las leyes), una realidad en la que la pareja ha dejado de estar unida, aunque debiera estarlo. En otras palabras, la disposición judicial es al divorcio lo que el acta de defunción es al cadáver: la certificación legal de su carencia de vida.

Leí en estos días un pensamiento que indica la importancia y la actualidad del tema del divorcio: No importa qué tal civilizado resulte el divorcio, los hijos de los divorciados siguen sufriendo las consecuencias del mismo. Podríamos agregar a los hijos, a los abuelos, a los tíos, a los amigos, etc. El divorcio no es una cuestión entre dos. Tiene el desafortunado efecto dominó, en el que la caída de la primera ficha (los que se divorcian), provoca la caída, la pérdida de muchos otros. Así, podemos entender que los fariseos escogieran un tema tan importante para provocar a Jesús. De entrada, se trata de un tema en el que la elección no es entre lo mejor y lo malo. Sino entre lo malo y lo más malo. No hay divorcio saludable, aunque en no pocos casos debamos asumir que este es la menos mala de las opciones.

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Yo, Tú, Nosotros

24 febrero, 2013

Génesis 2.18

En la relación matrimonial, en el día al día de la misma, los malentendidos son fuente de graves y dolorosos conflictos. Del poder de los malentendidos se puede decir lo mismo que se dice del poder de la lengua: He aquí,  ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Santiago 3.5 Desde luego, hay de malentendidos a malentendidos, uno de ellos, poderoso y definitorio de la relación es el que tiene que ver con la identidad y los patrones de relación entre los esposos.

Identidad es la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. Y, si conciencia es la propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. Resulta entonces que el malentendido respecto de quién soy como persona y cuál es mi papel en este matrimonio; así como el quién es mi cónyuge como persona y cuál es su papel en este matrimonio, resulta la fuente generadora de conflictos, fruto, estos, del desajuste existente entre quienes, al no saber quiénes son, terminan no sabiendo qué es lo que se espera de ellos. Sí, mi propuesta es que muchos y los más serios problemas de las parejas se originan en conflictos de identidad (cómo me veo y cómo veo al otro), y del consiguiente malentendido respecto de las obligaciones y derechos de uno y otro.

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