Santiago 3.13-16 TLAD
Empecemos diciendo que los celos no tienen que ver, necesariamente, con el amor. Mucho menos, cuando se trata de los celos obsesivos, de la celotipia. Desde la perspectiva neo testamentaria, los celos son una excitación de la mente, fervor en favor de alguien o algo, o una envidiosa y contenciosa rivalidad que busca castigar a alguien. Desde luego, el fervor que favorece a alguien lleva a desear a la persona y a experimentar dolor cuando esta se distancia afectivamente o, de plano, traiciona a quien le ha entregado su amor. Tal el caso de Dios, que entre sus atributos tiene el de ser celoso con los que ama. Éxodo 20.5, esto implica que dado que nos ama él no está dispuesto a compartirnos con nadie más.
Desafortunadamente, los celos que nos agobian, insisto, poco tienen que ver con el amor. Antes que ver con el ser amado (pareja, hijos, hermanos, amigos, etc.), tiene que ver con las inseguridades y prejuicios de quien cela a otros. Los celos obsesivos poco tienen que ver con la actitud o conducta del otro, son resultado de los temores, la experiencia de vida y la necesidad de explicarse a uno mismo en función de los demás. Los relatos bíblicos que tratan de los celos como factor de relación entre las personas: Caín y Abel, Jacob y Esaú, Lea y Raquel, etc., así lo confirman. En la historia bíblica, como en la historia de muchos, quienes resultan animados por los celos son personas que llevan a sus relaciones actuales las amarguras, las heridas y los temores resultado de experiencias vitales desafortunadas.
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