Yo, Tú, Nosotros

Génesis 2.18

En la relación matrimonial, en el día al día de la misma, los malentendidos son fuente de graves y dolorosos conflictos. Del poder de los malentendidos se puede decir lo mismo que se dice del poder de la lengua: He aquí,  ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Santiago 3.5 Desde luego, hay de malentendidos a malentendidos, uno de ellos, poderoso y definitorio de la relación es el que tiene que ver con la identidad y los patrones de relación entre los esposos.

Identidad es la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. Y, si conciencia es la propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. Resulta entonces que el malentendido respecto de quién soy como persona y cuál es mi papel en este matrimonio; así como el quién es mi cónyuge como persona y cuál es su papel en este matrimonio, resulta la fuente generadora de conflictos, fruto, estos, del desajuste existente entre quienes, al no saber quiénes son, terminan no sabiendo qué es lo que se espera de ellos. Sí, mi propuesta es que muchos y los más serios problemas de las parejas se originan en conflictos de identidad (cómo me veo y cómo veo al otro), y del consiguiente malentendido respecto de las obligaciones y derechos de uno y otro.

Desafortunadamente, una mala exégesis de nuestro pasaje ha servido como fuente de infinidad de malentendidos y confusiones. La expresión ayuda idónea, al ser mal comprendida, da lugar a un prejuicio respecto del quién y del qué de la pareja. En efecto, si del término ayuda se desprende que el papel de la mujer consiste en servir a su marido; luego, entonces, se asume que la mujer es un ser subordinado, hasta inferior, que sólo es en función del marido. De ahí que se asuma que las mujeres solteras, separadas o viudas, sean de una calidad inferior por cuanto no están completas, dado que no tienen a su lado al hombre que las hace ser. Dicho en otras palabras, se pretende que la mujer es, en la medida que tiene a un hombre al cual servir.

Nada más lejos de la verdad bíblica. Para empezar, tanto el hombre como la mujer hemos sido creados en una igualdad esencial, mujeres y hombres somos imagen y semejanza de Dios. Luego, entonces, no son uno en función del otro, sino individuos, seres completos, capaces, libres y dignos. La relación matrimonial no cambia esta realidad fundacional de la identidad humana. Es decir, al casarse, ni la mujer pierde en su identidad, ni el hombre adquiere un status superior respecto de su esposa. Siguen siendo igualmente dignos (merecedores y responsables), igualmente capaces e igualmente libres. Entonces, ¿qué es lo que el matrimonio aporta a la identidad de sus integrantes?

De acuerdo con nuestro pasaje, la relación matrimonial aporta un principio de complementariedad. A quienes ya son completos en sí mismos, los complementa. Es decir, los perfecciona, los hace íntegros, perfectos. De acuerdo con los estudiosos del lenguaje bíblico, la palabra idónea debe ser traducida no sólo como adecuada y apropiada para algo, sino también como frente a él y/o enfrentada a él. La idea es que Dios pone a Eva frente a Adán para que este, en una relación armoniosa, contribuya a que su marido pueda ser plenamente él, y viceversa. En la armonía de su relación encuentran ambos el espacio y los recursos necesarios para llegar a ser lo que son. Pero, la frase también contiene la advertencia de que la falta de armonía, que se traduce en un desequilibrio personal y de pareja, transforma a los cónyuges en contrarios, en enemigos uno del otro. En consecuencia, la relación deja de ser complementaria para convertirse en una de competencia. Literalmente se convierte en una guerra doméstica en la que, conciente e inconcientemente, se trata de anular al otro, signifique lo que signifique eso de anular al otro.

Así, lo que la relación matrimonial hace es contribuir a que cada uno de sus integrantes alcance su plenitud, desarrolle al máximo su potencial integral como persona, sean plenamente él, plenamente ella. La tarea de la mujer consiste en facilitar, empoderar y contribuir a la realización de su marido. Pero, también la tarea del hombre consiste en lo mismo: facilitar, empoderar y contribuir a la realización de su esposa. No se trata de hacer del otro, de la otra, lo que uno quiere o necesita que sea, sino contribuir a que sea quien realmente es.

Como podemos ver, ser esta clase de esposos requiere del desarrollo de una tríada: conciencia, respeto, libertad responsable. Este conjunto de cosas estrechamente relacionadas entre es aplicable tanto de manera personal, como respecto del otro. Cada uno de los cónyuges debe, respecto de sí mismo, tener conciencia de su propia identidad, estar dispuesto a respetarse y a respetar al otro, así como a asumir responsablemente su condición de libre. De la misma manera, debe tener conciencia de quién es su cónyuge, respetar su derecho a ser él mismo y reconocer su condición de persona libre.

El matrimonio no anula la condición de individuos de sus integrantes. Sin embargo, los malentendidos respecto del ser y quehacer de los cónyuges atenta contra la condición de individuos de los mismos. Pero, si bien es cierto que prestamos mayor atención a los intentos de dominación, generalmente masculinos, del otro, la verdad es que tales intentos de manipulación sólo prosperan cuando quien es víctima de la misma no tiene conciencia de su propia identidad. No se ama a sí mismo, a sí misma. Por lo tanto, ni se aprecia ni se respeta. Abre así la puerta para que su contrario se apodere de su identidad.

La falta de identidad pervierte el sentido del amor y lo transforma en codependencia. A la mujer se le advierte en Génesis 3.16, que su deseo –no su amor-, la mantendrá atada al señorío de su marido. NTV da un sentido especial a tal situación cuando traduce: … desearás controlar a tu marido, pero él gobernará sobre ti. Así, se trata, entonces, de que la mujer y el hombre recuperen su sentido de identidad y reconozcan la identidad del otro, como la base que propicia el desarrollo del amor. Erich Fromm viene a nuestro auxilio cuando nos recuerda que la paradoja del amor es, ser uno mismo, sin dejar de ser dos.

Difícil cosa resulta el estar dispuestos a respetar el derecho de nuestro cónyuge a ser él mismo y no lo que nosotros queremos que sea. Resulta que el problema no se origina en lo que el otro es, sino en lo que nosotros no somos. Pero, quien está en equilibrio personal puede enfrentar las tensiones que representan tanto el crecimiento, como de las incongruencias del otro. La razón es sencilla, lo que el otro es o hace no determina lo que yo soy. Mi condición de esposo no invalida mi condición de ser humano, con las capacidades, derechos y obligaciones que tal condición implican. Así, puedo darme el lujo de reconocer y respetar los derechos del otro pues estos no condicionan los míos propios. Además, dada nuestra relación de esposos, cuando el otro se sirve de su derecho para crecer como persona, también contribuye a mi propio crecimiento.

El reconocimiento de la condición del cónyuge como persona libre se dificulta porque conlleva el riesgo de la zozobra personal. Resulta interesante que el diccionario define la palabra zozobra, también como: Lance del juego de dados. Cuando uno está dispuesto a dejar que el otro sea él, no sabe lo que le espera. Esto provoca inquietud, aflicción y congoja del ánimo. Congoja: tortura, ahogo, tormento. La libertad del otro nos pone en riesgo, nos hace vulnerables. Sin embargo, para que el otro pueda ser quien es y esté, entonces, en condiciones de complementarnos, necesita ser libre y actuar libremente.

¿Cómo poder soportar tal ahogo, tal inquietud y aflicción? Lo primero es tomar en cuenta el hecho de que, dada nuestra relación matrimonial, nuestro pacto como pareja, el que el otro sea él no significa, necesariamente, que seamos menos nosotros. No significa, necesariamente, que nuestra unidad como pareja se debilite. Porque lo que nos une no es lo que el otro es o hace. Ni siquiera lo que yo soy o yo hago. Nuestro punto de referencia está más allá de nosotros. En el matrimonio, nuestro punto de referencia es Cristo. Siempre y cuando hayamos consagrado nuestra vida personal y nuestra relacional matrimonial a él y, por lo tanto, hayamos invocado de su bendición sobre nosotros.

En la película Lincoln, se atribuye al protagonista una cita de Euclides, el reconocido matemático griego: Cosas iguales a una tercera, son iguales entre sí. Permítanme proponer que el factor común que privilegia la estabilidad matrimonial y, por lo tanto, la capacidad para vivir la libertad del otro, es la relación que cada uno de los esposos tiene con Cristo. Porque, al estar unidos a Cristo, gozamos de la unidad subyacente que es fruto del Espíritu que habita en uno y en otro. Así, al ser iguales a Cristo (Juan 17.21, 23), somos iguales entre nosotros. No importa qué tan diferentes seamos o actuemos, seguimos siendo uno.

Desde luego, la ausencia de Cristo explica el fracaso de muchas parejas que no pueden soportar el peso de la libertad, de la identidad del otro. Y, no se trata sólo de las parejas a las que clasificamos como no cristianas. Sino aún a aquellas que profesando su fe en Cristo, no viven a Cristo ni en su persona, ni en su relación matrimonial.

Lejos de la pretensión de haber agotado el tema, podemos contribuir esta propuesta de reflexión asegurando que el éxito de la relación matrimonial pasa por el fortalecimiento de la individualidad de cada uno de sus integrantes, del fortalecimiento del yo. Que tal fortalecimiento propicia el desarrollo de nuestra capacidad para respetar la individualidad del cónyuge. Tal respeto no consiste sólo en la expectación pasiva de lo que el otro es y hace, sino en la colaboración comprometida que nos lleva a facilitar tanto el descubrimiento como el fortalecimiento de su propia identidad.

Finalmente, el éxito de la relación matrimonial pasa por desechar un conocido malentendido. Se trata de aquel que nos lleva a aproximarnos al matrimonio como una realidad represiva, limitante, coercitiva de nuestra libertad personal. No, el matrimonio no es la cárcel de la que tenemos que escapar, aunque a veces parezca serlo. El matrimonio es un espacio de libertad. Es el espacio donde yo puedo ser yo, sin tener que avergonzarme de ello. Como Adán y Eva, quienes andaban desnudos, pero no sentían vergüenza de andar así. Génesis 2.25

Mientras más yo, mientras más tú, más nosotros.

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