Solo como una concesión

Marcos 10

Mucha de la comprensión que tenemos del carácter y del mensaje de Jesús se lo debemos a los fariseos. Si estos no hubieran cuestionado tanto al Señor quizá no tendríamos respuestas y explicaciones tan claras y aplicables como la que ahora nos ocupa: el divorcio. Divorciar es: Separar, apartar personas que vivían en estrecha relación, o cosas que estaban o debían estar juntas. Como podemos ver, el divorcio requiere de una condición previa: una estrecha relación. Así, empecemos por proponer que lo que separa a las personas no es el acta de divorcio o la orden extendida por un juez. De hecho, el juez sólo legitima (la hace conforme a las leyes), una realidad en la que la pareja ha dejado de estar unida, aunque debiera estarlo. En otras palabras, la disposición judicial es al divorcio lo que el acta de defunción es al cadáver: la certificación legal de su carencia de vida.

Leí en estos días un pensamiento que indica la importancia y la actualidad del tema del divorcio: No importa qué tal civilizado resulte el divorcio, los hijos de los divorciados siguen sufriendo las consecuencias del mismo. Podríamos agregar a los hijos, a los abuelos, a los tíos, a los amigos, etc. El divorcio no es una cuestión entre dos. Tiene el desafortunado efecto dominó, en el que la caída de la primera ficha (los que se divorcian), provoca la caída, la pérdida de muchos otros. Así, podemos entender que los fariseos escogieran un tema tan importante para provocar a Jesús. De entrada, se trata de un tema en el que la elección no es entre lo mejor y lo malo. Sino entre lo malo y lo más malo. No hay divorcio saludable, aunque en no pocos casos debamos asumir que este es la menos mala de las opciones.

Ante el cuestionamiento que resulta connatural a tantos procesos de divorcio y que se pregunta: ¿cómo es que Dios puede permitir tal cosa?, nuestro Señor Jesús nos da una respuesta clara acerca de la causa última de los divorcios. Les dice a los fariseos que: Moisés escribió ese mandamiento [la ley sobre el divorcio] solo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes. Concesión, palabra interesante. Dios está de acuerdo en ir contra lo que ha establecido como lo justo: que el hombre y la mujer permanezcan unidos, sin separarse cuando han establecido una relación conyugal, todo por causa de la dureza de corazón de los participantes en tal relación o de alguno de los dos.

Jesús establece que Dios tolera el divorcio: lo sufre, lo lleva con paciencia. Lo permite aunque no lo tiene por justo, y sin aprobarlo expresamente. De tal suerte, podemos proponer temerariamente que ningún divorcio se origina en el corazón de Dios.

Ahora bien, la expresión dureza de corazón es una expresión sumamente importante. Primero, porque la relación matrimonial implica un proceso, mismo que conlleva tiempos y acciones encauzados en una misma dirección. De acuerdo con Jesús, el hombre deja a su padre ya su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Convertir es transformar y transformar es: Hacer cambiar de forma a alguien o algo. Además, porque las parejas que se separan se han separado de, han perdido, su condición de seres capaces de percibir espiritualmente. Es decir, de pensar, sentir, juzgar y hacer de acuerdo con lo que Dios ha establecido como bueno.

En el primer caso, el del proceso de la relación matrimonial, sucede con frecuencia que las parejas se separan antes de llegar a ser uno solo. Su proceso estuvo viciado de origen. Por ignorancia, soberbia o falta de sensibilidad espiritual no atendieron los elementos fundacionales de su relación matrimonial. Siguieron siendo lo que eran antes de casarse, siguieron viéndose a sí mismos como los que eran cuando solteros. Siguieron cultivando relaciones, actitudes y conductas propias de su condición de no casados, cuando ya lo eran. Con frecuencia, ante la insatisfacción resultante optaron por aferrarse más y más a lo que eran y a su condición de singles, de solos. De ahí el permiso para el adulterio, la traición, la no colaboración, el distanciamiento, etc.

Así como el hacerse uno solo es un proceso, así también lo es el separarse. Amaya Terrón identifica hasta siete etapas del proceso del divorcio. Interesante resulta el que estas empiezan cuando la pareja está casada, antes del inicio del procedimiento judicial, y terminan cuando uno o ambos ex cónyuges se han vuelto a casar. Jesús dice que fue necesario que Moisés legitimara este proceso de separación, repetimos, por la dureza de corazón de las personas, porque han dejado de comprender espiritualmente lo relacionado a su unión. Más aún, han dejado de comprender la dimensión espiritual de su relación.

El que hombres y mujeres se casen responde a un propósito divino, el que se complementen mutuamente y entonces puedan ser lo que son: imagen y semejanza de Dios. Por el matrimonio, el hombre y la mujer se añaden uno al otro permitiendo así que cada uno sea íntegro o perfecto. Que no le falte nada para ser. Además, el matrimonio es espiritual porque es místico. Ello porque expresa y contribuye a formar el cómo de la relación de los cónyuges y de los suyos con Dios. El matrimonio acerca o aleja a las personas de Dios. En el matrimonio descubrimos que no seguimos teniendo la misma relación con Dios que la que teníamos antes de empezar a deslizarnos respecto de nuestra pareja. Sin embargo, si no rompemos la inercia de alejamiento de nuestro cónyuge, nuestro entendimiento espiritual se atrofia y da como resultado el endurecimiento de nuestro corazón.

Sin embargo, en medio del fastidio implícito en la respuesta de Jesús a los fariseos, encontramos lugar para la esperanza. En efecto, Jesús dice: Como ya no son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido. Aquí encontramos lo que yo llamaría una puerta de oportunidad. Independientemente del por qué y del cómo del inicio de nuestra relación, ya nos estamos haciendo uno… en algún grado. Nos conocemos, hemos invertido, hemos creado juntos una familia y quizá hasta hemos procreado hijos. Así que podemos traer esto a Jesús, lo que tenemos, para que él le de forma y consistencia. El Señor dijo que él había venido para traernos vida en abundancia. Además, Juan asegura que el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo. 1 Juan 3.8 Reina Valera dice que vino para deshacer las obras del diablo.

Destruir, deshacer las obras del diablo. Hacer nuevas todas las cosas, es la especialidad y el propósito de Dios en Jesucristo. Apocalipsis 21.5 Pero, obviamente, Dios no lo va a hacer a fuerzas. No nos va a imponer un matrimonio renovado. Sí nos da la oportunidad y los recursos, si es que estamos interesados en permanecer en una relación digna, complementaria y, sobre todo, que honre al Señor. Estos pueden venir al Señor y pedirle que él junte lo que ambos han roto para que así nadie [ni siquiera ellos mismos] separen lo que Dios ha unido.

Pero, aquí debo ser muy enfático al aclarar que la restauración matrimonial es un asunto que requiere de la disposición y el compromiso de ambos esposos. No basta con que uno de ellos esté dispuesto a pagar los precios de la restauración de su matrimonio. Nadie puede ofrecer sacrifico a Dios en nombre de otro. Nadie puede traer la ofrenda del otro (su vida), para que Dios la santifique. En el matrimonio y respecto de Dios cada quién responde de sí mismo. Cuando mucho, su testimonio y fidelidad podrán contribuir a que el cónyuge se vuelva a Dios. A este respecto, San Pablo nos llama a vivir de tal manera que podamos animar a nuestros cónyuges a servir a Dios: ¿Acaso ustedes, esposas, no se dan cuenta de que sus maridos podrían ser salvos a causa de ustedes? Y ustedes, esposos, ¿no se dan cuenta de que sus esposas podrían ser salvas a causa de ustedes? 1 Corintios 7.16 Pero, no da lugar al engaño cuando usa el condicional podrían ser salvas a causa de ustedes.

Hay procesos que terminan, contra la voluntad inicial de Dios y por causa de la dureza del corazón, en fracaso, en divorcio. Cuando esto es así, hay que asumirlo, hacerlo propio y actuar en consecuencia. Siempre procurando que, en todo el nombre del Señor sea glorificado.

Hay quienes están en un nuevo proceso matrimonial. Me temo que siempre tendrán preguntas para las que ninguna respuesta será satisfactoria. Pero, déjenme animarlos para que su actual proceso matrimonial se sustente en Dios y lo tenga a él como propósito último. A que no esperen, ni permitan, que esta relación se les rompa. Por lo tanto, les invito a que se conviertan al Señor y a que dejen de ser lo que fueron y los llevó al fracaso de su anterior matrimonio. Les animo, también, a que en la relación íntima con el Señor encuentren la razón de su valía como personas. A que en la comunión con él sanen sus heridas y recuperen sus pérdidas. A que, como resultado de su honrar al Señor en su aquí y ahora, descubran que son nueva creación y que todas las cosas viejas han quedado atrás, porque ahora, en él y para él, todas las cosas son nuevas.

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