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Somos Iglesia

17 julio, 2011

Romanos 12.1-10

Ser Iglesia es un gran privilegio. Ser “miembros los unos de los otros”, también lo es. Por ello, precisamente, el Apóstol Pablo nos previene sobre la singular importancia que tiene el que, al referirse a la Cena del Señor, nos llama a discernir el cuerpo de Cristo. Esto significa, fundamentalmente, que al participar del símbolo de nuestra comunión con, y en, Cristo, tengamos conciencia de lo que significa ser Iglesia, miembros del cuerpo de Cristo.

La Iglesia es mucho más que una organización humana. Es el pueblo de Dios. Es un cuerpo místico, santo y sumamente valioso para el Señor. Quien viene a Cristo, viene a la Iglesia. Ambas incorporaciones son gracia, porque es por la misericordia divina que somos salvos e insertados en el cuerpo de Cristo. Quien recibe tal gracia es llamado a vivir de una manera especial, honrando a Dios en todo lo que es y hace, y, sobre todo, haciendo suyo el propósito mismo del Señor: la redención de quienes vagan sin Dios y sin esperanza.

A diferencia de la gran mayoría de las organizaciones sociales, la Iglesia no tiene como razón de ser a sus propios miembros. La Iglesia es, ante todo, un espacio de servicio. En ella, los miembros son capacitados, fortalecidos y entrenados en aras de que, individual y corporativamente, cumplan la tarea que se les ha encargado. Es este, por lo tanto, el primer espacio de discernimiento al que somos llamados.

En efecto, no debemos olvidar que el cuerpo de Cristo está al servicio de Cristo. Que la Iglesia no es un espacio confortable, ni una organización dedicada al bienestar de sus miembros. No, la Iglesia es ese ejército al servicio de Dios, dedicado, en cuerpo y alma, a anunciar las obras maravillosas de Dios. Quienes olvidan esto encuentran que permanecer en la Iglesia, haciendo de su propio bienestar la razón de su permanencia y servicio, terminan confundidos, decepcionados y llenos de amargura. Es que están fuera de lugar. Hay una contradicción en ellos mismos y entran en contradicción con el resto del cuerpo de Cristo.

Somos Iglesia para servir, siendo el primer espacio de nuestro servicio la proclamación del evangelio de Jesucristo. El segundo espacio de tal servicio es el que se ocupa de la edificación del cuerpo de Cristo. Es decir, todo aquello que hacemos, animados por el Espíritu Santo, para que nuestros hermanos en la fe crezcan en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Efesios 4.15ss

En algún momento de su ministerio a los corintios, el Apóstol Pablo confesó su preocupación por la salud de la Iglesia, diciéndoles que, en su opinión, sus reuniones les hacían daño en vez de hacerles bien. 1 Corintios 11.17. Comprendo bien el dolor y la frustración que llevaron al Apóstol a decir tal cosa, porque yo pienso lo mismo de algunos de los miembros de mi iglesia. Me temo que su asistencia dominical les hace más daño que bien. Que batallan para asistir (por eso es que faltan con tanta facilidad); y que, en no pocos casos, habiendo superado distancias, costos y otros problemas, cuando regresan a casa se sienten incómodos, insatisfechos y, quizá, hasta defraudados… por Dios… por su pastor, por los demás hermanos.

Como en Corinto, hay entre nosotros quienes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto. La razón es una, participamos de la comunión de los santos sin fijarnos que se trata del cuerpo del Señor. Es decir, nos acercamos a la comunión de la iglesia como la hacemos con cualquier otra agrupación social: buscando nuestro confort, comprometiéndonos lo menos posible en la tarea común, responsabilizando a los otros de nuestra propia condición y del estado general de la iglesia.

Dios, por su Palabra, nos llama a examinarnos a nosotros mismos. 2 Corintios 13.5 ¿Por qué y para qué eres y estás en la Iglesia? ¿Cómo estás cumpliendo la tarea que Dios te ha encomendado? ¿Qué clase de mayordomo eres respecto de los dones que has recibido? ¿Cuál es tu aporte cotidiano a la edificación del cuerpo de Cristo, de tus hermanos en la fe?

La iglesia la formamos todos. Cada quien aporta a la salud o a la enfermedad de la misma. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es mucho más que nosotros. Es también espacio del quehacer divino. Dios conoce nuestra condición, sabe de nuestro cansancio, de nuestra pérdida de fe, de nuestras luchas cotidianas, sí. Pero, él no ha renunciado a su propósito con y al través de la Iglesia. Sigue trabajando para presentársela a sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga. Efesios 5.25ss

Toca a nosotros tomar una decisión vital respecto de nuestro ser Iglesia. O entramos en sintonía con el Señor, o nos rebelamos a su autoridad y propósito. Nada va a destruir a la Iglesia. Ni siquiera nuestra falta de discernimiento, mucho menos nuestra falta de compromiso, fidelidad y santidad. Somos nosotros los que necesitamos de la Iglesia, por lo que, para permanecer en ella debemos estar dispuestos a la negación de nosotros mismos. Hablo a cada uno de ustedes en particular y les exhorto: disciernan correctamente el cuerpo de Cristo. Aprecien el privilegio que han recibido al formar parte del cuerpo de Cristo. Asuman la tarea específica que Dios les ha encargado al injertarlos en la Iglesia. Vuélvanse a Dios y hagan lo que él es ha llamado a hacer. No vale la pena permanecer en la Iglesia si no estamos dispuestos a servir al Señor en lo que, y como, él nos ha llamado a servir.

Tampoco sería sabio el decidir apartarse de la Iglesia, para evitar el conflicto de permanecer a contra corriente en la misma. No, es este un tiempo de conversión, de volvernos a Dios, de ocuparnos de recuperar nuestro primer amor. Son estos tiempos de oportunidad para nosotros, y el que podamos comer el pan y beber el vino de la alianza, así lo demuestra. Dios, en su amor, compasión y paciencia, hoy nos da la oportunidad de venir a él y unirnos en él. Nos da, entonces, la oportunidad de comprobar que permanecer en la Iglesia, sirviendo, es fuente de bendición, regocijo y gratitud creciente ante el hecho de su fidelidad.

Jesús los convence, pero la Iglesia no*

15 enero, 2011

Juan 13.15; Hebreos 10.23-25

Dan Kimball ha escrito un libro con el título Jesús los convence, pero la iglesia no. Kimball verbaliza la que para muchos resulta una experiencia difícil, conflictiva y aun enajenante: La asistencia a iglesias que cada vez menos, resultan relevantes para la vida diaria de las personas. Diversos estudios muestran que el número de asistentes a las reuniones congregacionales está disminuyendo significativamente, especialmente entre los hombres y los jóvenes. Dichos estudios también muestran que un alto porcentaje de quienes todavía asisten a la iglesia se han convertido en consumidores pasivos de los bienes religiosos. Buscan diversos beneficios pero están lejos de comprometerse vitalmente con la vida congregacional. Como buenos consumidores y ante la variedad de ofertas religiosas a su alcance, cuando su congregación no recompensa sus expectativas, simplemente la cambian por otra. Muchos están más dispuestos a dar su dinero que su tiempo. Así, la pertenencia a una congregación suele convertirse en un problema complejo, costoso y no siempre satisfactorio.

¿Por qué habrían de comprometerse las personas con su congregación? ¿Qué razones podría tener un cristiano para hacer de su iglesia una de sus prioridades vitales? Desde luego, el Nuevo Testamento nos da muchas razones para ello. La primera tiene que ver con una cuestión ontológica, del ser mismo de la Iglesia: Esta es el cuerpo de Cristo quien al través de la misma actúa entre los hombres. Donde Cristo, la Iglesia; donde la Iglesia, Cristo. Además, la Iglesia es el espacio primario de servicio de los discípulos; en la misma crecen, maduran y se capacitan en el ejercicio de los dones espirituales, para así estar en condiciones de servir con el evangelio a los no creyentes e incorporarlos a la Iglesia. También, al contribuir de manera comprometida con sus recursos intelectuales, sociales, económicos, etc., los miembros de la Iglesia sirven como vasos comunicantes de la gracia divina, propiciando así la capacidad y la disposición de la comunidad de creyentes para realizar las tareas que se le han encomendado: la evangelización, el trabajo pastoral, la asistencia a los necesitados, el testimonio profético ante la injusticia social, etc. Una última razón a mencionar aquí es que la hermandad, otro nombre para congregación, facilita el fortalecimiento mutuo, es decir, para que los cristianos se animen (acicateen), mutuamente en la lucha espiritual a que son llamados.

Sin embargo, hay una razón fundamental para el compromiso congregacional. En Juan 13.35, nuestro Señor Jesús previene: Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos. El contexto del dicho de Jesús es de por sí relevante y revelador, Jesús está a punto de ser entregado a sus asesinos y, por lo tanto, la comunidad de sus discípulos surge como una comunidad distinta y alternativa a las multitudes que se ocuparán de destruir a Jesús y su obra. Como nunca antes en la vida y el ministerio de Jesús se hace evidente el contraste entre la luz y las tinieblas, entre el reino de este mundo y el Reino de Dios.  De ahí que Jesús encomiende a los suyos que desarrollen y fortalezcan un modelo de vida y de relaciones que, como hemos dicho, los distinga de, y sirva como a quienes viven sin Dios y sin esperanza.

La comunidad cristiana en general y cada congregación cristiana en particular tienen una doble tarea: Anunciar la realidad de Cristo, tanto de palabra como por obra; y, atraer a Cristo a quienes viven en tinieblas y bajo el poder del pecado. El Apóstol Pablo exhorta a los filipenses (2.15,16): Para que nadie encuentre en ustedes culpa ni falta alguna, y sean hijos de Dios sin mancha en medio de esta gente mala y perversa. Entre ellos brillan ustedes como estrellas en el mundo, manteniendo firme el mensaje de vida. Según el Apóstol, los cristianos brillamos como estrellas en el mundo; con tan poética frase, Pablo actualiza el dicho de Jesús, quien nos asegura (Mateo 5.13,14): Ustedes son la sal del mundoustedes son la luz del mundo. Resumiendo así a la doble función de la Iglesia: Su ser diferente y su encarnación en medio de los sin luz, para traerlos a Cristo.

Schökel y Mateos, en las notas de su traducción de la Biblia, salen al paso de quienes presumen que dado que la experiencia salvífica es una cuestión intimista e individual, el Reino de Dios no tiene por qué afectar el todo de nuestra vida, ni el de la comunidad en la que estamos insertos. Tales autores aseguran: El Reino de Dios no es pura interioridad, sino un hecho social con exigencias muy definidas; no se trata de proponer una ideología, sino de realizar un modo nuevo de vida… Jesús quiere realizarlo en un grupo que refleje las características del Reino de Dios, para que sea sal de la tierra y luz del mundo, por presentar de hecho la meta que él propone. Así, “entrar en el Reino de Dios” y hacerse discípulo de Jesús llegan a ser equivalentes.

Retomemos el núcleo de tal declaración: Un hecho social con exigencias muy definidas… [se trata] de realizar un nuevo modo de vida. Como creyentes somos llamados a ser agentes de cambio en un ambiente distinto y hostil a Cristo; y, para lograrlo debemos constituirnos en una comunidad alternativa cuya característica principal es el amor. El amor como mandamiento, como compromiso y no como mera sensación o sentimiento; mucho menos que como mera amistad. Juan 13.34,35

El amor de los creyentes es fruto de su unidad con Cristo y del cultivo de la unidad entre la comunidad cristiana. De ahí que el amarse de los discípulos no es otra cosa sino el que estos, procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Efesios 4.3 Desde luego, esto sólo es posible en la medida que los discípulos, (1) permanecen juntos (congregados); (2) en unidad de propósito; y, (3) procurando mutuamente el bien de cada uno. Hebreos 10.23-25 Es decir, los creyentes son llamados a desarrollar entidades sociales que contrasten con aquellas agrupaciones u organizaciones sociales carentes de Cristo; procurando convertirse en modelos alternativos y atractivos para estas últimas.

La actividad de la iglesia no puede limitarse exclusivamente a las reuniones de la misma. Los creyentes agrupados en cada congregación son llamados a desarrollar redes relacionales incluyentes de todos y cada uno de los espacios vitales de unos y otros. Pero, desde luego, resultan fundamentales para el desarrollo de tales redes relacionales, las reuniones cultuales, sociales y de crecimiento de la congregación. Mientras menos se reúna la iglesia, más débiles los cimientos del modelo alternativo. De hecho, los cristianos que tiene como costumbre el no congregarse, pueden, y en muchos casos sucede, terminar siendo asimilados por los modelos de vida ajenos a Cristo.

Es un hecho que a menor compromiso, menor fruto y, por lo tanto, mayor insatisfacción. Así que podemos sintetizar nuestra respuesta a las preguntas planteadas diciendo que hemos de comprometernos con la congregación a la que pertenecemos porque sólo así podremos ser el tipo de personas y de comunidad que puedan brillar como estrellas en medio de una generación perversa; al mismo tiempo que resultaremos un testimonio viviente de la realidad de Cristo y, por lo tanto, su palabra se volverá relevante y atractiva para quienes ahora viven vacíos de él.

En la medida que crezcamos en el propósito de ser cada vez más miembros los unos de los otros (Romanos 12.5); y en la medida que nos esforcemos para permanecer unidos, sostenidos y ajustados por todos los ligamentos, realizando la actividad propia de cada miembro, (Efesios 4.16), habremos de comprobar el valor y la importancia del compromiso con nuestra congregación y podremos alegrarnos al comprobar que honramos a Dios con nuestro fruto abundante y permanente. Juan 15.16

* Esta frase corresponde al libro del mismo nombre, escrito por Dan Kimball, Editorial VIDA

Vamos Adelante a la Perfección

30 agosto, 2010

Hebreos 5.11-6.9b

Nuestro pasaje resulta, de inicio, difícil de ser abordado. Se aproxima peyorativamente a los lectores, los califica de inmaduros e incapaces para comprender las cosas más profundas de la fe cristiana. Sin embargo, más allá de la forma que evidencia la frustración típica de un pastor, lo importante es el llamado implícito y explícito a ir adelante, a la perfección. Destaca la necesidad de que los creyentes pasen de los rudimentos (los primeros y más sencillos principios de una ciencia, literatura o doctrina religiosa),  y se ocupen de la perfección, es decir de madurar para tener el conocimiento completo, mismo que les permita vivir y servir conforme al llamado que han recibido. El autor no menosprecia lo rudimentario, pero asume que no es suficiente para cumplir con el encargo de ser colaboradores de Dios en la tarea de la redención humana. 1Co 3.9

Resulta interesante el que, en este contexto de la tensión entre rudimentos y perfección, el autor sagrado se refiera al peligro de la apostasía. Relaciona la falta de crecimiento con el mantenerse aparte. ¿Aparte de qué? En primer lugar, del quehacer divino. El creyente que no hace la obra de Dios, se aparta de Dios. No solo en el sentido de que mantenerse ajeno a lo que el Señor está haciendo, sino que toma distancia, deja de estar en comunión con Dios mismo. Así que, la falta de crecimiento es causa y efecto del alejarse de Dios y, por lo tanto, de dejar de participar en lo que él está realizando cotidianamente.

Hay un primer estadio en la experiencia de los creyentes que dejan de crecer en las cuestiones de la fe. Su aproximación a Dios y a su Iglesia se caracteriza por un sentido utilitarista. Es decir, la relación con el Señor y la Iglesia está determinada por el provecho, la conveniencia, el interés o el fruto que se saca de algo. Así que, como Dios no es una máquina tragamonedas, que responde mecánicamente a los estímulos interesados de las personas, estas pronto dejan de encontrar redituable su servicio. Por lo tanto, terminan alejándose de Dios, perdiendo paulatinamente el interés y el sentido de compromiso en su vida cristiana.

Esto que se da inicialmente en el ámbito privado, puede darse en el todo congregacional. La Iglesia tiene una tarea y un papel determinantes en el establecimiento del Reino de Dios en el mundo. No sólo da testimonio de la realidad y presencia de Cristo entre los hombres, sino que sirve como un instrumento en la tarea evangelizadora y redentora que el mismo Señor hace al través y por medio de ella. Cuando las expresiones locales de la Iglesia, las congregaciones o iglesias locales, dejan de crecer y se mantienen en el nivel de lo rudimentario, pierden la razón de su ser y, aunque sigan realizando tareas rituales, se alejan más y más de Cristo; es decir, apostatan.

Siendo este un tema difícil, podemos observar en el estudio del contexto de nuestro pasaje, que si bien el autor escribe motivado por su frustración pastoral, no es esta la razón de su exhortación. Heb 6.9 Más bien, anima a los creyentes para que vayan adelante a la perfección. En pleno Siglo XXI, los creyentes contemporáneos debemos, y podemos hacer nuestra tal exhortación. En primer, porque Dios, que no es injusto, toma en cuenta todo aquello que hacemos para su gloria. Además, porque tenemos el ejemplo de otros a quienes podemos imitar y, como ellos, heredar por la fe y la paciencia las promesas que hemos recibido. Vs 12

Fe, se refiere al conocimiento de la doctrina de Cristo, la enseñanza de Cristo. Mt 28.20 El creyente debe crecer en la lectura, el estudio, la comprensión y la aplicación a su vida diaria toda, los principios del Reino de Dios contenidos en la Biblia. Pero, conocimiento-fe sin longanimidad (paciencia), ni es suficiente, ni es relevante. No alcanza y no impacta. Por ello, es que somos llamados a imitar a quienes han mantenido grandeza y constancia de ánimo en las adversidades.

Si las necesidades lacerantes de la sociedad a la cual somos llamados a dar testimonio de Cristo y a servir en nombre de él, marcan nuestra agenda de trabajo como cristianos y como Iglesia, tenemos que dejar los rudimentos y avanzar adelante a la perfección. Debemos buscar la sabiduría divina, misma que nos hará saber y comprender lo que debemos hacer en lo general y en las circunstancias particulares que enfrentamos en el día a día. Pero, también, debemos empeñarnos en el propósito de perseverar y ser constantes de ánimo para así ser hallados fieles administradores de la gracia que hemos recibido. A ello les invito, a ello les exhorto.