Efesios 2.10
Pablo destaca que la característica principal de nuestro antes de Cristo es que seguíamos los deseos de nuestras pasiones y la inclinación de nuestra naturaleza pecaminosa. Aquí Apóstol explica lo que significa vivir animados por la inercia, esa resistencia que oponen los cuerpos a cambiar el estado o la dirección de su movimiento. De un plumazo, Pablo revela la incapacidad de que padecíamos antes de Cristo para sobreponernos a las presiones internas y externas que nos mantenía esclavos de nuestros temores, deseos desordenados y heridas. Sin Cristo, asegura el Apóstol, estábamos muertos por causa de nuestros pecados. Es decir, viviendo sin vivir, sepultados en vida, incapaces de ser los que Dios creó a su imagen y semejanza. Vivíamos llevados por la inercia de nuestros sentidos y nuestros deseos desordenados.
Cuando nos acercamos a la vida de Jesús descubrimos muy pronto que él no vivía para sí mismo. Sus prioridades no eran ni su felicidad personal, ni su familia, ni su prosperidad material, etc. En fin, esas cosas que son las que explican y dan sentido a la vida de muchos. Dos cosas eran las determinantes en Jesús: Su comunión su Padre y la realización de la tarea que le había sido encomendada. En tal sentido, Jesús no tenía vida propia. No vivía para sí, sino para el Padre. Y, no lo hacía porque no le quedara otra, él mismo aseguró: Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad.
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