Archive for the ‘Día del Padre’ category

Eso de ser un padre viejo

20 junio, 2016

Uno de los problemas más frecuentes, angustiantes y complejos en la vejez es el que resulta del dolor causado por los hijos. Muchas veces, al escuchar las quejas, los lamentos y aún lo que se dice acerca de lo que enfrentan muchos ancianos, resulta difícil sustraerse del juicio fácil y condenatorio en contra de los hijos que parecen ser la fuente del dolor que viven sus padres. Sin embargo, la simpatía que podemos tener para los ancianos solos, incomprendidos y abandonados, no debe llevarnos a ignorar tanto las causas como las circunstancias que propician la difícil relación entre estos y sus hijos.

En cierta manera, la vejez viene a consolidar los modelos de relación establecidos desde la juventud de los padres y la niñez de los hijos. Consolidar es, según el diccionario, el dar firmeza o solidez a algo. La vejez afirma la forma en que padres e hijos aprendieron a relacionarse. Así que, en la vejez, se ve cumplida la ley de la siembra y la cosecha: el final de la vida es el tiempo en que se recoge mucho de lo que se ha sembrado.

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Las Virtudes de los Padres

22 junio, 2014

Ser padre es una bendición y un reto. Cuando Jacob se bendijo a su primogénito, Rubén, le llamó “el principio de mi vigor” (de mi poder generativo). En cierto sentido, el hombre sólo es tal cuando genera otras vidas. Desde luego, ser hombre es mucho más que ser padre, pero hoy hablamos de los padres.

La Biblia nos muestra los aciertos y errores de muchos padres. Hoy quiero destacar algunos de los retos de la paternidad haciendo referencia a ciertos personajes bíblicos. Quizá no solo quienes ya son padres quieran oírme, sino también aquellos que contemplan la posibilidad de llegar a serlo.

Primera virtud deseada: Visión[1].

Los hijos son “flechas en manos de valientes”. Las flechas se disparan, se envían más allá de donde se encuentra el arquero. Igual pasa con los hijos, vienen a la vida para ir más allá de sus padres. Llegar a su destino es responsabilidad de los hijos, sin embargo, “dispararlos” en la dirección correcta y con la fuerza adecuada es responsabilidad de los padres.

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En el Día del Padre

19 junio, 2011

Pensando en Manuel, mi amado padre

La paternidad es una institución en crisis. Entre otras razones, porque aunque cada día aumenta el número de los que procrean hijos, cada día hay menos padres. Es decir, cada día hay menos hombres que aman a sus esposas, lideran a sus familias y que forman a sus hijos. Las consecuencias de ello son evidentes, dolorosas y con un potencial de dolor y daño que provoca temor y tristeza. Al mismo tiempo que, a quienes hemos tenido el privilegio de un padre amoroso, fiel y congruente, nos mueve la gratitud por tan precioso don recibido.

Tres son las principales causas que explican la crisis de la institución paterna:

Inmadurez del padre. La Biblia muestra diversos ejemplos de cómo padres inmaduros condujeron a sus familias al fracaso. Abraham, Isaac, Jacob, David, etc., son muestra de ello. Algo que tal tipo de padres tiene en común es que provienen de entornos familiares disfuncionales. De familias que no animaron en sus hijos un carácter firme, responsable y comprometido. Lo mismo vemos en nuestros días. Cada vez más, quienes forman una familia provienen de familias disfuncionales. Van por la vida carentes de identidad y, por lo tanto, no tienen la capacidad para actuar de manera íntegra y son esclavos de sus temores y pasiones.

Menosprecio de la esposa. Alguien ha dicho que muchas mujeres han pasado de la sumisión al menosprecio del marido. El menosprecio es poco aprecio, poca estimación. No siempre, el poco aprecio es resultado del desamor o de la condición del menospreciado. Mical, la hija de Saúl, estaba enamorada de David –héroe valiente, hombre con fama y poder, exitoso por sobre todos-, y, sin embargo, lo menospreciaba. En términos generales el menosprecio del marido tiene que ver más con la mujer que con este. Muchas mujeres han mamado el menosprecio al marido de sus propias madres. Dado que les resulta tan natural, no sólo tienen dificultad para tomar conciencia de ello, sino que lo transmiten sistemáticamente a sus hijos. El esposo menospreciado termina siendo un padre menospreciado.

Ingratitud. La tarea de los padres y las madres, ni tiene precio ni debe ser pagada. Pero, se espera que sea agradecida. Es decir, que se responda debidamente al beneficio recibido. Muchos padres varones, si no la mayoría, llegan al momento en que perciben la ingratitud de los suyos. Hay señales, actitudes, sobre todo, que les muestran que lo que hacen ha dejado de ser correspondido por su familia. Como en el caso de Absalón, se trata de que el quehacer del padre se asume, por la esposa y por los hijos, como una obligación absoluta, no merecedora de aprecio y valoración. Lo cotidiano del servicio paterno, como del materno, provoca que se estime como natural, cuando es una expresión extraordinaria y valiosa del amor del esposo y del padre. Quizá en las familias en las que tanto la esposa como los hijos, desde edades tempranas, contribuyen al gasto familiar, las expresiones de ingratitud sean menores, dado que en razón de su esfuerzo pueden valorar mejor el significado del aporte paterno al bienestar familiar.

Cuando una, o las dos últimas causas se suman a la primera, no resulta raro que el padre entre en crisis. Su inmadurez empodera el efecto del menosprecio y la ingratitud percibidos. Pero, aún en el caso de los hombres maduros, el enfrentar el menosprecio y la ingratitud de los suyos les dificulta el mantener su entrega a la causa paterna. Quienes de plano no renuncian a ella la realizan cuesta arriba, desgastándose más y más cada día. ¿Qué es, entonces, lo que el marido y padre comprometido necesita hacer para cumplir con su tarea como cabeza de la esposa y la familia?

Caminar cotidianamente el camino de la conversión. El hombre sensible a la dirección del Espíritu Santo desarrolla una conciencia de Dios que le revela sus debilidades y le anima y dirige a abundar en sus fortalezas. Sin embargo, la acción del Espíritu Santo no es suficiente. Se requiere que el esposo y padre se convierta, haga lo que le corresponde. Que, siendo guiado por el SSTO, identifique las áreas que requieren de su madurez y se comprometa en la tarea de crecer integralmente. Toda crisis, aún aquellas que parecen ser, o son, fruto de la injusticia de los demás, conllevan el beneficio de la reflexión. Nos animan a reflexionar y, por lo tanto, a valorar la importancia y las áreas de la conversión requerida. Jacob se convirtió a Dios, luchó con él y se convirtió a él. Dejó de ser el usurpador, para ser uno que gobernara a su casa como Dios a su pueblo.

Asumir el reto de la autonomía. Somos lo que somos, no lo que los demás quieran hacer de nosotros.  El esposo y padre debe procurar pensar, sentir y actuar en función de lo que es y no estar sometido a los afectos y tratos circunstanciales de los suyos. Como líder de la familia enfrenta el reto de ejercer la doble tarea de marido y esposo animado por la visión que Dios le ha dado para los suyos. En tal tarea no siempre contará ni con la comprensión ni con el acuerdo de su familia, pero habrá de discernir con la ayuda del Espíritu Santo lo que mejor conviene. Por lo tanto, deberá asumir la cuota de incomprensión familiar resultante. Así como deberá asumir las inconsistencias afectivas y aún la soledad que es propia de su condición de líder.  Como David, el esposo/padre cristiano debe estar dispuesto a confesar sus faltas y a pedir fervientemente que Dios lo limpie de toda impureza y le de un espíritu (una manera de pensar), renovado cada día.

Permanecer fiel a la visión recibida. Los hijos son don de Dios, por lo tanto, quien los recibe también recibe una visión para ellos. El padre fiel ve en sus hijos lo que Dios ve en ellos y acompaña al Señor en la tarea de cumplir el propósito que él tiene para cada uno. En este sentido, el padre fiel es llamado a asumir la doble dimensión del discipulado cristiano. Él mismo debe permanecer siendo un discípulo de Cristo, amando aún a aquellos los de su familia que le son ingratos, que le lastiman, que se vuelven sus enemigos circunstanciales o permanentes. Ello, al mismo tiempo que no renuncia a la tarea de discipular a los suyos, a su esposa y a sus hijos. Puede hacerse esto aún en medio de la ingratitud y el cuestionamiento injustos, cuando se tiene presente el objetivo que Dios ha animado en el corazón del esposo/padre para cada uno de los suyos. Aquí resulta de especial valor comprender y tener presente lo que la Madre Teresa de Calcuta dice a los padres:

Para los padres

Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo.

Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.

Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.

Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.