Archivo de agosto 2009

Cuando los Padres se Llenan de Dios

14 agosto, 2009

Tener hijos es, al mismo tiempo, bendición, oportunidad y reto. Es una tarea difícil de llevar a cabo. Mucho más cuando se es padre o madre de más de un hijo. Cada uno de estos demanda de un tratamiento particular, cambiante y al mismo tiempo firme en cuanto a los principios que animan y guían a los padres.

Desde luego, el ejercicio de la tarea paterna requiere de algunos recursos indispensables. Entre estos destacan: la sabiduría para guiar y acompañar a los hijos en las distintas etapas de su vida; el valor para “dejarlos ser”, es decir, para respetar sus decisiones; el coraje para aceptar los propios errores y volver a empezar todas las veces que sea necesario; el conocimiento para entenderse a sí mismos y poder saber qué es lo que los hijos necesitan. Dado que esta lista es apenas enunciativa, cabe enfatizar la importancia de un recurso al que no siempre se le dedica la atención debida: la espiritualidad.

La espiritualidad es el cultivo de la relación personal con Dios. Esta se da en lo privado, pero también en la compañía de otros creyentes. La relación con Dios es cimiento y fuente. Cimiento, por cuanto provee a los padres y a los hijos del equilibrio necesario en cualquier circunstancia de la vida. Fuente, porque lo que hay de Dios en uno fluye, como el agua de los ríos, y termina bendiciendo a los demás. Cuando los padres “se llenan de Dios”, se convierten en cauces de la bendición que el Señor tiene para los hijos. Por ello, conviene que los padres se esfuercen, día a día, en estar llenos de Dios; serán benditos ellos y de bendición para sus hijos.

Bendecirá a los que temen a Jehová, a pequeños y a grandes. Aumentará Jehová bendición sobre vosotros; sobre vosotros y sobre vuestros hijos. Salmos 115:13,14

La Fe y las Enfermedades Mentales

3 agosto, 2009

Con frecuencia creciente escuchamos a diversas personas decir “que se encuentran en la depre”. Es decir, se asumen depresivas y aseguran que lo que hacen y dejan de hacer es consecuencia de la depresión que experimentan. Sorprende, no solo el número de quienes se asumen en depresión, sino la ligereza con la que se auto diagnostican. También sorprende el que, especialmente madres de adolescentes y jóvenes justifican las conductas de sus hijos con el argumento de que “están deprimidos”.

Lo cierto es que los especialistas previenen sobre el riesgo de caer en el error de llamar depresión a lo que no lo es. Vivir episodios de tristeza, melancolía, infelicidad, o sentirse miserable y desanimado, no significa necesariamente que se esté enfermo de depresión. La depresión es eso, una enfermedad que afecta tanto al organismo, como al estado de ánimo y a los patrones de pensamiento de la persona. Como todas las enfermedades, el diagnóstico de la depresión requiere de la valoración médica. Y no de cualquier médico, sino de los especialistas en siquiatría.

Dado que se trata de una enfermedad que afecta al organismo de las personas, la depresión, como todas las enfermedades mentales, no puede ser superada solo con la determinación de la persona de “echarle ganas”. Animar a quien sufre de depresión, o alguna otra enfermedad mental, para que “se proponga salir adelante”, que “decida ponerse bien” o que “declare su sanidad”, etc., no le ayudará a superar su padecimiento. Al contrario, puede ello provocar un recrudecimiento del mismo gracias al sentimiento de culpa que el paciente asume al sentirse responsable de no “echarle las ganas suficientes” para superar su estado de ánimo.

Desafortunadamente, las enfermedades mentales son campo propicio para prejuicios y mitos que, lejos de ayudar a los enfermos, los perjudican. En particular, ciertas aproximaciones parciales y sin sustento en el campo de la fe bíblica, contribuyen a hacer más complejos los padecimientos mentales. Por ejemplo, hay quienes pretenden identificar toda enfermedad mental con posesiones satánicas. Así, el número de hombres y mujeres, con diversos tipos de enfermedades tales como la sicosis, la esquizofrenia, la depresión, el trastorno bipolar, la ansiedad, el Alzheimer, etc., que van, o los llevan, de una iglesia a otra buscando “liberación”, resulta alarmante. Tan alarmante como la ligereza e irresponsabilidad con la que algunos líderes religiosos, sean pastores, profetas, líderes de células, maestros, etc., acusan a quienes padecen algún tipo de enfermedad mental de ser los responsables de su supuesta posesión pues, o no han confesado sus pecados, o no han renunciado a las llamadas maldiciones generacionales resultantes del pecado de sus antepasados, o, peor aún, “no tiene la fe suficiente” para que Dios los escuche.

Desde luego, aquí debemos reiterar nuestra convicción en la realidad presente de la sanidad divina. También creemos en la liberación de los endemoniados, mediante la oración y la invocación del nombre que es sobre todo nombre, el nombre del Señor Jesús. No solo creemos en ello, lo practicamos y son muchos los testimonios de lo que hemos visto y de lo que el Señor nos ha permitido hacer mediante la práctica de la oración por los enfermos y la liberación. Pero, no es esta la cuestión. Más bien se trata de que tanto los ministros como los miembros de la Iglesia seamos llamados a discernir los espíritus. Es decir, a distinguir entre lo que son enfermedades mentales y las posesiones demoniacas. La razón es sencilla, unas y otras requieren de aproximaciones y tratamientos distintos.

Así que a quienes padecen alguna enfermedad mental, o a los familiares de enfermos mentales, permítanme decirles que las enfermedades mentales no son denigrantes ni motivo de vergüenza alguna. El enfermo mental merece el respeto de los demás y aún cuando le resulte difícil, por los síntomas y la problemática de su propia enfermedad; merece también apreciarse y respetarse a sí mismo. Quienes padecen enfermedades mentales deben estar seguros de que Dios los ama, los comprende y se ocupa de ellos. Que su enfermedad no los hace ser menos que el resto de los mortales. Sí, no deben olvidar que, como enfermos, son dignos de respeto y merecedores del aprecio y cuidado de los demás.

Pero también deben tomar en cuenta que su enfermedad debe ser atendida debida y oportunamente por los médicos apropiados. Que no les denigra ser atendidos por un siquiatra, ni tomar los medicamentos que su médico les indique. Desafortunadamente, hay quienes piensan que la fe y la medicina están reñidas. No hay tal, la ciencia y la sabiduría que comparten los médicos les ha sido dada por Dios. Proverbios nos recuerda que: “Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia”. Quienes aconsejan a quienes padecen esquizofrenia, ansiedad, trastorno bipolar, Alzheimer, etc., que dejen de tomar los medicamentos indicados por su médico, son irresponsables y habrán de responder por los daños que contribuyen a crear en el enfermo.

Desde luego, la atención médica de quienes padecen enfermedades mentales puede y debe ser acompañada de la oración. La búsqueda confiada que resulta de nuestra fe en el poder y el amor de Cristo, deben ayudarnos a perseverar en oración hasta que la respuesta determinada por Dios se haga evidente. Hemos acompañado y sido testigos de sanidades extraordinarias de quienes padecieron esquizofrenia, por ejemplo. Pero, también hemos comprobado, aún personalmente, cómo es que la gracia divina opera aún cuando los nuestros sigan padeciendo tales enfermedades. Hemos podido comprobar cómo en nuestra debilidad se hace manifiesto el poder de Dios y cómo, también, se hace evidente la suficiencia de su gracia.

Déjenme terminar reiterando a los familiares de pacientes con enfermedades mentales, que estas no nos disminuyen en dignidad. Es decir, que tener familiares mentalmente enfermos, aún en casos extremos de demencia, no significa que la vergüenza haya caído sobre nosotros. Por el contrario, este tipo de enfermedades es, siempre, una oportunidad de bendición pues permite a las familias abundar en la confianza en Dios, pero también en el cultivo de la caridad, la compasión y la paciencia. Los enfermos mentales pueden carecer de la capacidad para ejercitar su área cognitiva, cierto, pero aún pueden expresar y sentir afecto y distintas manifestaciones de cariño. Gracias a ello, aún cuando ni los podamos entender, ni ellos lo puedan hacer con nosotros, la comunión espiritual es posible si perseveramos en el propósito de vivir llenos del Señor. Porque él en nosotros permitirá que su presencia fluya hasta el espíritu de los nuestros, sin importar su condición espiritual, como ríos de agua viva que transmiten bendiciones abundantes.

Piedra Viva, Piedras Vivas

1 agosto, 2009

1 Pedro 2:1-12

Cuando la Biblia se refiere a la Iglesia como la comunidad de creyentes, siempre lo hace utilizando figuras en proceso de crecimiento: labranza, cuerpo, edificio. De ello podemos deducir que la vida cristiana es, siempre, una vida de oportunidades. Que nada es definitivo, por cuanto gracias a la obra redentora de Cristo y a la comunión con Dios mediante el Espíritu Santo, el creyente siempre puede “ir a más” en todas las áreas de su vida.

Jesucristo, la Principal Piedra del Ángulo

La comparación de la Iglesia con un edificio pasa por la consideración de un tema fundamental en el mensaje bíblico: Jesucristo es la piedra angular del edificio que es la Iglesia. Es decir, Jesucristo no solo es el sustento de la Iglesia, sino quien le da forma, sentido y consistencia. La Iglesia no puede ser otra sino aquella que Jesucristo ha establecido y a la que está edificando actualmente. Así que Jesucristo es esta clase de piedra, la primera y la que sirve de referencia única para la construcción toda del edificio.

Pedro se refiere a Jesucristo como “piedra y viva” y a continuación hace una interesante e importante traslación. En efecto, haciendo un giro discursivo se dirige a los creyentes y también a ellos los define como “piedras vivas” y los anima a que sean edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, ya que así podrán “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”.

Casa Espiritual y Sacerdocio Santo

Las expresiones casa espiritual y sacerdocio santo resultan de por sí interesantes y retadoras. La primera (oikos), se refiere a la influencia espiritual que los creyentes unidos a Cristo pueden ejercer en su entorno social. Esta influencia no depende de sus conocimientos, habilidades o recursos. Es, simple y llanamente, la expresión del Espíritu de Cristo que habita en ellos. Mientras más Cristo en sí mismo, el creyente tiene una mayor influencia positiva, regeneradora, entre quienes convive.

Al ser una influencia espiritual, esta se caracteriza por ser invisible e intrínsecamente poderosa. El creyente no tiene que pregonar lo que está en él, de ahí la cuestión de la invisibilidad; pero, lo cierto es que el creyente tiene el poder para vivir de tal manera que quienes están a su alrededor sean afectados positivamente por el Espíritu que está en él. Este poder tiene que ver tanto con el liderazgo espiritual que el creyente ejerce de manera natural, como con la capacidad para llevar a Cristo hasta las personas y al entorno en que se desarrolla cotidianamente.

La segunda expresión, sacerdocio santo, también resulta importante. La función o tarea sacerdotal consiste en acercar a Dios a los hombres y a estos a Dios. El sacerdote acerca a Dios a los hombres haciéndolo comprensible y creíble. El sacerdote, es decir el creyente que tiene la mente de Cristo, revela la verdad de Dios a quienes están en oscuridad. Dios ha sido falsificado ante los ojos de los hombres. Eso explica tanto rechazo e incredulidad de muchos. Entre ellos, algunos de los que nos resultan cercanos. Por ello somos nosotros, que estamos unidos a Cristo, los que podemos ministrar a los incrédulos y los rebeldes para que se vuelvan a Dios.

Además, el sacerdote intercede ante Dios a favor de los hombres. La sanidad de la tierra, entendiendo esta como la regeneración integral de los hombres, depende, en buena medida, de la oración de los creyentes, tal como lo establece 2 Crónicas 7.14.

En Conclusión

Empezamos diciendo que, en Cristo, “el creyente puede ir a más”. Habiendo sido edificados en el fundamento de apóstoles y profetas, del cual Jesucristo es la principal piedra del ángulo, nosotros, como piedras vivas podemos crecer en nuestra fe al grado de poder ofrecer a Dios sacrificios espirituales que le sean agradables.

Podemos influenciar positivamente a quienes están en nuestro derredor y así convertirnos en agentes de cambio que contribuyan a la transformación de los individuos y aún de la sociedad. Es decir, podemos contribuir al establecimiento del Reino de Dios entre los hombres.

Además, podemos acercar a Dios a los hombres. Es decir, podemos hacer creíble a Dios y animar a quienes han perdido, no han hallado, la fe, a que se vuelvan a Dios y reciban la gracia redentora de nuestro Señor Jesucristo.