Piedra Viva, Piedras Vivas

1 Pedro 2:1-12

Cuando la Biblia se refiere a la Iglesia como la comunidad de creyentes, siempre lo hace utilizando figuras en proceso de crecimiento: labranza, cuerpo, edificio. De ello podemos deducir que la vida cristiana es, siempre, una vida de oportunidades. Que nada es definitivo, por cuanto gracias a la obra redentora de Cristo y a la comunión con Dios mediante el Espíritu Santo, el creyente siempre puede “ir a más” en todas las áreas de su vida.

Jesucristo, la Principal Piedra del Ángulo

La comparación de la Iglesia con un edificio pasa por la consideración de un tema fundamental en el mensaje bíblico: Jesucristo es la piedra angular del edificio que es la Iglesia. Es decir, Jesucristo no solo es el sustento de la Iglesia, sino quien le da forma, sentido y consistencia. La Iglesia no puede ser otra sino aquella que Jesucristo ha establecido y a la que está edificando actualmente. Así que Jesucristo es esta clase de piedra, la primera y la que sirve de referencia única para la construcción toda del edificio.

Pedro se refiere a Jesucristo como “piedra y viva” y a continuación hace una interesante e importante traslación. En efecto, haciendo un giro discursivo se dirige a los creyentes y también a ellos los define como “piedras vivas” y los anima a que sean edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, ya que así podrán “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”.

Casa Espiritual y Sacerdocio Santo

Las expresiones casa espiritual y sacerdocio santo resultan de por sí interesantes y retadoras. La primera (oikos), se refiere a la influencia espiritual que los creyentes unidos a Cristo pueden ejercer en su entorno social. Esta influencia no depende de sus conocimientos, habilidades o recursos. Es, simple y llanamente, la expresión del Espíritu de Cristo que habita en ellos. Mientras más Cristo en sí mismo, el creyente tiene una mayor influencia positiva, regeneradora, entre quienes convive.

Al ser una influencia espiritual, esta se caracteriza por ser invisible e intrínsecamente poderosa. El creyente no tiene que pregonar lo que está en él, de ahí la cuestión de la invisibilidad; pero, lo cierto es que el creyente tiene el poder para vivir de tal manera que quienes están a su alrededor sean afectados positivamente por el Espíritu que está en él. Este poder tiene que ver tanto con el liderazgo espiritual que el creyente ejerce de manera natural, como con la capacidad para llevar a Cristo hasta las personas y al entorno en que se desarrolla cotidianamente.

La segunda expresión, sacerdocio santo, también resulta importante. La función o tarea sacerdotal consiste en acercar a Dios a los hombres y a estos a Dios. El sacerdote acerca a Dios a los hombres haciéndolo comprensible y creíble. El sacerdote, es decir el creyente que tiene la mente de Cristo, revela la verdad de Dios a quienes están en oscuridad. Dios ha sido falsificado ante los ojos de los hombres. Eso explica tanto rechazo e incredulidad de muchos. Entre ellos, algunos de los que nos resultan cercanos. Por ello somos nosotros, que estamos unidos a Cristo, los que podemos ministrar a los incrédulos y los rebeldes para que se vuelvan a Dios.

Además, el sacerdote intercede ante Dios a favor de los hombres. La sanidad de la tierra, entendiendo esta como la regeneración integral de los hombres, depende, en buena medida, de la oración de los creyentes, tal como lo establece 2 Crónicas 7.14.

En Conclusión

Empezamos diciendo que, en Cristo, “el creyente puede ir a más”. Habiendo sido edificados en el fundamento de apóstoles y profetas, del cual Jesucristo es la principal piedra del ángulo, nosotros, como piedras vivas podemos crecer en nuestra fe al grado de poder ofrecer a Dios sacrificios espirituales que le sean agradables.

Podemos influenciar positivamente a quienes están en nuestro derredor y así convertirnos en agentes de cambio que contribuyan a la transformación de los individuos y aún de la sociedad. Es decir, podemos contribuir al establecimiento del Reino de Dios entre los hombres.

Además, podemos acercar a Dios a los hombres. Es decir, podemos hacer creíble a Dios y animar a quienes han perdido, no han hallado, la fe, a que se vuelvan a Dios y reciban la gracia redentora de nuestro Señor Jesucristo.

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