Una de las doctrinas bíblicas más importantes y menos comprendidas es la doctrina, o enseñanza, acerca de la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida? ¿Todo lo que pasa, sucede porque así es la voluntad de Dios? ¿Cómo puedo conocer la voluntad de Dios para mi vida? Tales serían las preguntas con las que, generalmente, nos acercamos a tan importante tema.
La Biblia nos enseña que sí hay un propósito divino, una intención inalterable, para nuestra vida. En 1ª Timoteo 2.4, encontramos una de las más claras expresiones del mismo: Dios, nuestro Salvador… quiere que todos [los seres humanos] se salven y conozcan la verdad. Tal es la intención divina para todos y para cada uno de nosotros, misma que explica dos grandes fundamentos de la vida cristiana: primero, la obra redentora de Jesucristo, pues gracias a ella es que los hombres podemos vivir en comunión con Dios y podamos, también, hacer las buenas obras a las que él nos llama, convirtiéndonos así en colaboradores suyos en la tarea redentora. Y, en segundo lugar, el fundamento de la vida consagrada a Dios. Es decir, al reconocer que somos del y para Dios, vivir santa y puramente, cumpliendo con los presupuestos morales y éticos por él establecidos.
Como podemos ver, aunque la intención inalterable de Dios es nuestra salvación y, por lo tanto, el que estemos en comunión con él, no se trata de una imposición divina a nosotros. El que tal intención divina se cumpla requiere de nuestra participación. En este sentido, la voluntad de Dios sólo se cumple en aquellos que responden al estímulo de su amor en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador.
Una segunda cosa que la Biblia nos enseña es que uno de los valores fundamentales del ser humano es, precisamente, la libertad. Esta facultad natural de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, conlleva el principio de responsabilidad respecto del quehacer propio, así como el principio del riesgo ante el quehacer de terceros y/o las circunstancias imprevisibles de la vida. Es cierto que Dios es el Señor de todo y que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que el Padre lo permita. Mateo 10.29 Pero, ello no significa que todo lo que sucede en nuestras vidas responde a lo que algunos estudios han llamado la voluntad intencional de Dios. Estos estudiosos han acuñado también el término voluntad permisiva de Dios, para referirse a aquellas cosas, buenas o malas, que son fruto no de la intención específica del Señor, sino del ejercicio de la libertad personal y social de las personas.
Resulta importante considerar que Dios, quien sabe que las consecuencias del ejercicio de la libertad humana conllevan el riesgo del sufrimiento, del menoscabo de la dignidad, de la pérdida de la fe y la esperanza, etcétera, dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. Romanos 8.28 De acuerdo con Pablo, cuando las circunstancias en nuestra vida atentan contra la intención inalterable de Dios, nuestra salvación y comunión con él: en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Romanos 8.26,27 De tal suerte, aún en los casos extremos en los que haya sido nuestro pecado o nuestra ignorancia, o la dureza de nuestro corazón, la causa de nuestras tragedias y fracasos, Dios, quien por respeto a nosotros ha tenido que permanecer como espectador dolido ante nuestras circunstancias, obra sin violentar nuestra libertad personal. No impide nuestra tragedia, pero dispone que de todas las cosas, buenas o malas, resulte el bien para nuestra vida. De esta manera él sigue realizando su propósito en aquellos que viven en acuerdo con el mismo.
¿Cómo podemos conocer la voluntad de Dios para nosotros? Lo primero a tener en cuenta ante esta inquietud es el hecho de nuestra libertad. Una libertad delegada, ciertamente, pero, al fin, libertad. Ello significa que Dios no va a ir dando instrucciones precisas en cada paso de nuestra vida. También significa, como algunos estudiosos de la Biblia destacan, el que no hay una sola respuesta apropiada para cada circunstancia de la vida. Y que el secreto para una buena vida consiste en el desarrollo de la expresión máxima de la libertad humana: la libertad de elegir. Elegir no es otra cosa sino preferir a alguien o algo para un fin. Así que, ¿cómo elegir, escoger, aquello que está de acuerdo con el propósito de Dios para nosotros? Tal es la cuestión.
Los personajes bíblicos enfrentan tal cuestión utilizando términos tales como, enséñame, guíame, hazme saber. Los mismos revelan, primero el que tales personajes asumen (hacen propia), su propia ignorancia e incapacidad para escoger lo mejor. De ahí que requieran de la ayuda divina para saber qué y a quién preferir. Lo segundo que está implícito en tales términos es el principio de relación con Dios que tales personas guardan y cultivan. Tales términos están asociados a la práctica de la oración, al estudio de la Palabra de Dios revelada en las Sagradas Escrituras y al cultivo de una vida de santidad y consagración a Dios. Es decir, quienes están interesados en saber escoger de acuerdo con la voluntad de Dios, viven en comunión estrecha con su Señor.
A esto se refiere el Apóstol Pablo cuando llama a los romanos a que se presenten a sí mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ya que, les dice, este es el auténtico culto que podemos ofrecer al Señor. En consecuencia, asegura Pablo, sabremos apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto. Romanos 12.1,2 El conocimiento de la voluntad divina para nosotros, de lo que es bueno para cada uno y que agrada a Dios (lo perfecto), es resultado de la comunión con el Señor. Del conocerlo y del permanecer en él.
En conclusión
Al asumir que entender a Dios, saber lo que él piensa y quiere es una tarea difícil, la Biblia aclara que sólo los espirituales pueden comprender las cosas del Espíritu, las cosas de Dios. Y concluye asegurando que nosotros, quienes tenemos el Espíritu de Dios, tenemos la mente de Cristo. Lo que otra versión traduce más claramente: ¡… nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo! 1 Corintios 2.16
Saber lo que Dios quiere para nosotros, distinguir el origen y las razones de las cosas que nos pasan y saber elegir de acuerdo con la voluntad de nuestro Señor, da a nuestra vida claridad, fortaleza y cimientos suficientes para que permanezcamos firmes tanto en la abundancia como en la escasez, en la alegría y en el dolor, en la certeza y en la incertidumbre. Podemos ir por la vida sabiendo que el propósito de Dios para nosotros es nuestro bien y que él se ocupa de cumplir su intención en nuestra vida. Con el Salmista podemos concluir diciendo: Jehová cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, Jehová, es para siempre; ¡no desampares la obra de tus manos! Salmos 138.8
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