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Serán mis Testigos

29 agosto, 2009

Pastor Adoniram Gaxiola

Hechos 1.8

En nuestro pasaje destaca el hecho de que Jesús, el Cristo resucitado, necesita de testigos para ser creíble entre las personas. Hace algún tiempo, en su reflexión de Semana Santa, Horacio Ocampo nos enfrentó con el hecho de que las tragedias, el dolor, la decepción y el sufrimiento humano, llevan no solo a la desesperanza sino hasta la incredulidad respecto de la existencia y del interés de Dios en nuestra persona y circunstancias. En efecto, cada vez más, la gente parece tener menos razones para creer en el evangelio de Jesucristo.

En las palabras “serán mis testigos”, encontramos tanto una promesa como una exigencia. La promesa surge del privilegio de ser nuevas criaturas en Cristo, somos nuevos, somos otros. Gozamos de privilegios particulares que exaltan a Jesús y hacen evidente la gracia divina en nuestras personas… independientemente de nuestra débil condición de humanos.

La exigencia tiene que ver con nuestra disposición a vivir de tal manera que el Cristo resucitado se manifieste en nosotros y al través nuestro. El término elegido por Cristo para indicar el modo en que podemos hacerlo presente es rico en significado. En efecto, Jesús dice literalmente, “ustedes serán mis mártires”, los que dan testimonio mediante su muerte. La manifestación plena de la vida de Cristo requiere de nuestra muerte. Es decir, de nuestro desaprender lo que es propio de nosotros mismos y crecer en la identificación con Cristo: siendo cada día más como él es. De nuestro disminuir, para que él crezca en nosotros. En este sentido, tres son las áreas de testimonio que nos son reclamadas:

  • Nueva mentalidad. El creyente enfrenta el reto de dar vida a la cosmovisión de Cristo. Al principio integral e integrador de la mente de Cristo respecto del todo lo creado, sujeto al señorío de Dios. Donde el Espíritu-Mente de Cristo significa dominio propio (sobre los deseos, las motivaciones más profundas, etc.). Al recuperar la imagen y semejanza de Dios en él, el creyente recupera su gobierno interior, su punto de equilibrio. Así, da testimonio de que el caos que caracteriza la conducta de los individuos y los pueblos, no solo es ajeno a su identidad, sino superable en Cristo.
  • Nuevas relaciones. Mientras que, cada vez más, las relaciones humanas se caracterizan por un principio de utilitarismo, el creyente es llamado a hacer evidente el amor ágape que Cristo mismo encarna. Como Cristo, somos llamados a vivir para la edificación del otro… aún a costa de nuestra propia pérdida. El pensar como Cristo piensa, implica que, en nuestra relación con el otro partimos de un principio de servicio encaminado a buscar, propiciar, el bien integral del otro: “Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros”. (Fil 2.4).
  • Nuevo fruto. Vivimos una era de esterilidad en la que poco produce fruto y más poco de este fruto perdura. Vivimos entonces una era de escasez. Somos llamados a ser testimonio de la vida abundante, de la plenitud de Cristo y del significado de la misma en lo cotidiano de la vida. Pero también somos llamados a vivir de tal manera que nuestro fruto permanezca. A hacer lo que conviene, no involucrándonos en empresas o tareas a las que no somos llamados, y a hacer de tal manera que nuestro fruto permanezca. El fruto abundante y permanente glorifica al Padre.

La Presencia del Espíritu Santo

El testimonio-marturion, es privilegio de quienes tenemos el Espíritu Santo. Vivir desde nuestro morir –a nuestra manera de pensar, de relacionarnos y de producir-, requiere de la llenura del Espíritu Santo. No se trata solo de disposición, capacidades y recursos. Se trata, también, de presencia, de la presencia de Cristo en nosotros, manifestada por el poder de su Espíritu. El cristiano es llamado a desear, buscar y conservar el Espíritu Santo. Lamentablemente, dedicamos más tiempo, recursos y esfuerzos para alcanzar nuestras metas personales, temporales. No siempre nos ocupamos en la misma proporción al propósito de ser llenos de su Espíritu. El testigo se ofrenda a sí mismo para que Cristo se manifieste en él y al través suyo.

Dios da su Espíritu a quien se lo pide. Así que tarea nuestra no es producir ni el Espíritu, ni sus frutos. Tarea nuestra es pedir ser llenados con su Espíritu Santo. Así estaremos en condiciones de hacer creíble a Cristo a aquellos que actualmente viven “sin Dios y sin esperanza.” Ef 2.12

Que la promesa del Señor en el sentido de que nosotros habremos de hacerlo creíble, así como el llamado a ser sus testigos requiere del compromiso que surge de la sensibilidad ante el deterioro de las personas y la sociedad toda, así como de nuestra inconformidad militante ante el triunfo del mal. De ahí que convenga que hagamos nuestras las palabras de Bertolt Brecht:

No aceptes lo habitual como cosa natural,
pues en tiempo de desorden sangriento, de confusión organizada,
de arbitrariedad consciente de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer imposible de cambiar.

A Punto de Ahogarme

28 agosto, 2009

Pastor Adoniram Gaxiola

Salmo 69

El silencio, la pasividad de Dios, su lejanía, se convierten en la mayor causa de nuestro dolor. Además, el sufrimiento propio de los creyentes se caracteriza por ser, en principio, injusto. No hay, o cuando menos no resulta evidente, una razón justa que lo explique, que lo haga lógico. Al contrario, las dificultades parecen crecer en proporción inversa a nuestra búsqueda y servicio cristianos. Mientras más nos acercamos a Dios, más son nuestras dificultades. Más crece el número de nuestros enemigos. Más razones para el desánimo aparecen dentro de nosotros.

Los momentos de prueba, sea cual sea la expresión de los mismos: enfermedad, pobreza, rompimiento de relaciones, son, siempre, momentos de definición.

El camino más fácil es alejarse de Dios y de su iglesia. De jure o de facto. Algunos se alejan tratando de evitar el sufrimiento.

El salmista David, por su lado, como prototipo de Cristo, nos enseña que el momento de la prueba es la ocasión para radicalizar nuestra fidelidad. En primer lugar, dejando a un lado su dolor y derecho a la lástima propia, para encarar su realidad: es pecador. «Dios mío, tú sabes cuán necio he sido; no puedo esconderte mis pecados.»

En segundo lugar, desviando el centro de su atención de sí mismo a sus hermanos en la fe. «Que no pasen vergüenza… que no se decepcionen» Por mi causa, por mi culpa.

En tercer lugar, reconoce la razón de sus sufrimientos: «Por ti he soportado ofensas; mi cara se ha cubierto de vergüenza.»

Si los momentos de prueba son momentos de definición, ¿cómo podemos definirnos de la manera apropiada?

En primer lugar, estando preparados para la prueba. El Eclesiástico dice:

«Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba. Fortalece tu voluntad y sé valiente, para no acobardarte cuando llegue la calamidad. Aférrate al Señor, y no te apartes de él… Acepta todo lo que te venga, y sé paciente si la vida te trae sufrimientos.»

El Apóstol Pedro, por su parte, dice (1Pedro 4.12ss):

«Queridos hermanos, no se extrañen de verse sometidos al fuego de la prueba, como si fuera algo extraordinario. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también se llenen de alegría cuando su gloria se manifieste.»

En segundo lugar, abundando en nuestra fidelidad. Nosotros decidimos respecto de nuestra fidelidad, no las circunstancias. Aunque generalmente hagamos a las mismas las responsables de nuestros altibajos espirituales. A la iglesia de Esmirna, después de que el Señor le dice que no tenga miedo de lo que va a sufrir, la anima a que se mantenga fiel hasta la muerte.

Fieles hasta el extremo de la muerte. A diferencia de los que creen que la felicidad, o la paz, mañosamente ofrecidas son suficientemente valiosas para justificar el hecho de su infidelidad. Se engañan y son engañados. El mismo que reclama la fidelidad hasta el extremo de la muerte, es el que otorga «la vida como premio».

Jesús, que dijo, «en el mundo tendréis aflicción». También dijo: «Pero confiad, yo he vencido al mundo.»

Fíjate bien donde pones los pies

21 agosto, 2009

Pastor Adoniram Gaxiola

El camino de la vida se transita paso a paso. Cada decisión, cada palabra, cada acción, cada relación, etc., constituyen los pasos que nos encaminan a nuestro destino. Así, resulta de especial importancia el fijarnos donde ponemos los pies, pues de ello depende si estaremos pisando terreno firme o no.

Desde luego, esto de fijarnos bien donde ponemos los pies, tiene una aplicación inmediata y objetiva en lo que se refiere a nuestro caminar físico, al trasladarnos de un lado a otro. El consejo también resulta válido en la esfera de lo espiritual. Ante el número creciente de ofertas religiosas atractivas y seductoras, resulta difícil escoger cuáles son “terreno firme” y cuáles no lo son. La Biblia previene que “en los últimos tiempos”, se multiplicarán los maestros que enseñarán las cosas que la gente quiera oír. Siempre resulta agradable que le digan a uno lo que uno espera, desea o necesita. Lamentablemente, no siempre a lo que se nos invita, ni lo que se nos propone, es terreno firme. De ahí la necesidad de “fijarnos bien”, es decir, de probar los espíritus (1 Juan 4.1), dado que “muchos falsos profetas han salido por el mundo”.

Otra esfera donde conviene tomar en cuenta la propuesta de Proverbios 4.26. Se trata de la esfera de las relaciones humanas. Estas son “como la casa del jabonero, donde el que no cae, resbala”. Sea que se trate de relaciones afectivas, familiares, laborales, amistosas, etc., es de suma importancia fijarse bien “donde se ponen los pies”. Esto tiene que ver tanto con quién se relaciona uno, como el modelo de relación del que se participa. Antes de iniciar una relación, conviene evaluar si conviene o no hacerlo. Y, cuando ya se está participando de una relación, conviene considerar si vale si no sería bueno replantearla y modificar su dinámica, terminando así un modelo relacional no adecuado; llegando aún a valorar si no conviene terminar con la relación misma.

Finalmente, siempre conviene fijarse bien donde se ponen los pies, cuando se trata de tomar decisiones. Las buenas decisiones siguen a la reflexión, al análisis cuidadoso de los pros y los contras. Desde luego, nada mejor que tomar una decisión en un espíritu de oración sincera y humilde, dirigidos por el consejo de la Palabra de Dios. Generalmente, quien así lo hace, comprueba que ello le permite pisar terreno seguro.