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Para salvarles la vida

26 abril, 2015

Génesis 45.4-9

La vida es la vida, es lo que es. No es todo la justa que uno deseara (y ¡qué bueno!), no es lo que creemos, ni mucho menos, lo que nos gustaría. Sí, la vida es lo que es. La nuestra está influenciada, casi determinada, por elementos endógenos y exógenos. Es decir, por cuestiones que se bien se originan en nuestro interior o que son generados por personas y situaciones ajenas a nosotros. Tal el caso de José.

Sabemos de las convicciones más íntimas y fuertes de José. Cómo es que gracias a ellas pudo salvar sus circunstancias. Descubrimos en José un hombre recto, temeroso de Dios, sensible a los afectos familiares, al grado de su propia vulnerabilidad. También reconocemos en él una fuerte identidad, sabe quién es y cuál es el papel que ha de jugar en la historia de su familia. Pero, también vemos en José la historia de un hombre en la que su vida no fue la que se esperaba. Un hombre que fue sorprendido y marcado por la disfuncionalidad de su familia. Un hombre que, de protagonista pasó a ser víctima. Una persona que dejó de ser el sujeto de su vida para convertirse en el objeto que otros quisieron hacer de él.

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El Perdón, Testimonio del Amor

24 marzo, 2013

Efesios 4.32; Colosenses 3.13

Al inicio de la Semana Santa podemos cuestionarnos respecto de lo que la misma representa, significa, nos dice a cada uno de nosotros. Desde luego, más allá de los detalles cruentos a los que acostumbramos prestar atención, el hecho es que esta conmemoración hace evidente el amor incomparable de Dios por la humanidad, por nosotros. Pero, contra lo que podría suponerse, la expresión del amor no es ni la entrega, ni el sufrimiento de Cristo. Lo que hace evidente el amor de Dios es que, en Cristo, él ha dispuesto todo lo necesario para que nosotros alcancemos su perdón.

Sí, el resultado final de los acontecimientos de Semana Santa es que quienes hacemos nuestro el sacrificio de Jesucristo y nos identificamos con él en el bautismo, somos reconciliados con Dios y participamos de una relación de amor. Esto es posible porque Dios ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho hijos suyos. Sabemos que el amor de Dios le ha llevado a tomar la iniciativa en su acercamiento a nosotros. Pero, también sabemos que él ha hecho la provisión de los recursos necesarios para que su propósito pudiera cumplirse y, sabemos también, que Dios ha estado dispuesto a pagar grandes precios para estar en relación con nosotros.

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Para Dirigir Nuestros Pasos

26 diciembre, 2010

Lucas 1.68-79

Nuestra vida está llena de hitos, es decir, de marcas que sirven para indicar la dirección que hemos seguido o la distancia que hemos recorrido en nuestro caminar diario. Siendo así las cosas, podemos detenernos en circunstancias tales como el fin de un año para preguntarnos si hemos alcanzado lo que alguna vez nos propusimos o lo que resulta necesario que alcancemos y, sobre todo,  si hemos caminado en la dirección correcta.

La Biblia enseña, y en particular el nacimiento de Jesús lo destaca, que Dios está dispuesto a guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Tal disposición, además de hacer evidente el amor e interés divinos en nuestra condición, también hace evidente el hecho de que todos, en mayor o en menor medida, hemos equivocado nuestro caminar y necesitamos ser guiados en la dirección correcta. Basta con hacer un análisis superficial de nuestra vida para descubrir que hay cosas que no son de la manera que conviene que sean, sobre todo nuestras relaciones más cercanas y significativas.

Dada la importancia que tiene el caminar por caminos de justicia, es decir, de hacer la vida con sabiduría y caminar en la dirección correcta; pues en ello está la sanidad integral de la misma, conviene que consideremos tres condiciones que debemos cumplir para que el propósito divino de guiar nuestras vidas pueda cumplirse:

Humildad. Esta consiste en el reconocimiento de las propias limitaciones y debilidades. Resulta notorio cómo la ignorancia se vuelve un nutritivo caldo de cultivo de la soberbia. Mientras más equivocados, más soberbios. Es decir, más convencidos de nuestra propia razón y dispuestos a culpar a los otros de los errores y fracasos en que participamos. De ahí la importancia de que seamos humildes y reconozcamos que nos hemos equivocado; más aun, que no sabemos lo que necesitamos saber y, por lo tanto, necesitamos que alguien que sí sepa, nos dirija en la dirección correcta.

Arrepentimiento. En la Biblia, arrepentirse es cambiar de opinión, de manera de pensar. Hay una estrecha correlación entre fracaso y auto-victimización. Especialmente cuando participamos de dinámicas relacionales erradas y dolorosas, tendemos a asumir el papel de víctimas. Pero, para que Dios pueda dirigirnos en la dirección correcta, debemos asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde respecto de la culpa y el dolor de los cuales participamos. Nuestra ignorancia, nuestra soberbia, nuestra terquedad, etc., engendran culpas y daños que debemos asumir y lamentar, al mismo tiempo que debemos vivir de tal manera que, en lo que a nosotros toque, los podamos evitar.

Compromiso de conversión. La frustración de la vida produce cansancio y este produce desapego, es decir la falta de interés, alejamiento, desvío. Mientras más equivocadamente hacemos la vida, más nos desviamos y alejamos de nuestros propósitos iniciales y de las personas que amamos. Es notorio que quienes participan de dinámicas relacionales insanas tienden al desapego. El budismo asegura que la clave de la felicidad se encuentra en el desapego; que mientras menos nos comprometamos con los que amamos, seremos más felices. Esta, desafortunadamente, es la conclusión a la que muchos llegan cuando caminan por caminos de error. Se trata, entonces, que caminar en sentido contrario y asumir la obligación de la conversión. Primero, de la conversión a Dios y, en segundo lugar, de la conversión a aquellos que hemos hecho partícipes de nuestros errores y nuestras equivocaciones. Sólo puede cambiar quien se obliga a hacer lo justo y a seguir la dirección correcta. Quienes más lejos se sienten, pero más se obligan a volver al lugar y dirección correctos, son quienes están en camino del cambio.

Cuando nosotros, al hacer el balance de nuestra vida, dejamos de caminar caminos de oscuridad y nos volvemos a la luz que es Cristo y venimos a él trayendo, a la manera de los sabios de Oriente, estos tres presentes, esta ofrenda compuesta de humildad, arrepentimiento y compromiso de conversión, abrimos la puerta para que Dios pueda obrar en nosotros y pueda, entonces, dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.