Job 7.13-15
Tener consciencia de nuestra muerte da sentido a nuestra vida. Saber que la vida tiene un límite, que se trata de una oportunidad temporal, nos permite replantear los dones que la misma nos ofrece y dimensiona la importancia del propósito de nuestra vida dado que el tiempo para nuestra tarea es finito. Juan Ramón de la Fuente cita a San Agustín: Sólo la aceptación de la muerte hace posible dar a la vida su verdadero valor. Y, ante la finitud de la vida y la importancia de la tarea recibida, el Salmista pide a Dios: Enséñanos a entender la brevedad de la vida, para que crezcamos en sabiduría. Salmos 90.12
Uno de los engaños que frecuentemente asumimos como verdad vital es que la vida, nuestra vida, es un fin en sí misma. Hemos aprendido a creer que vivimos para vivir. Así, el sentido de la vida es la vida. Sin embargo, la razón de ser de nosotros está fuera de nosotros. Como creyentes creemos que hemos sido creados para honrar y alabar a Dios. Como discípulos de Cristo asumimos que vivimos para cumplir la tarea que él nos encargó: predicar su evangelio y multiplicarnos en otros discípulos. Esto es de suma importancia porque el sentido, la razón de la vida, que asumimos como propio determina la dirección que damos a nuestra existencia. Es decir: las tareas que asumimos como propias, las alianzas que consideramos adecuadas, las prioridades de nuestra inversión vital, los sacrificios que estamos dispuestos a hacer y, sobre todo, la inversión que hacemos en nosotros mismos para seguir viviendo.
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