Para salvarles la vida

Génesis 45.4-9

La vida es la vida, es lo que es. No es todo la justa que uno deseara (y ¡qué bueno!), no es lo que creemos, ni mucho menos, lo que nos gustaría. Sí, la vida es lo que es. La nuestra está influenciada, casi determinada, por elementos endógenos y exógenos. Es decir, por cuestiones que se bien se originan en nuestro interior o que son generados por personas y situaciones ajenas a nosotros. Tal el caso de José.

Sabemos de las convicciones más íntimas y fuertes de José. Cómo es que gracias a ellas pudo salvar sus circunstancias. Descubrimos en José un hombre recto, temeroso de Dios, sensible a los afectos familiares, al grado de su propia vulnerabilidad. También reconocemos en él una fuerte identidad, sabe quién es y cuál es el papel que ha de jugar en la historia de su familia. Pero, también vemos en José la historia de un hombre en la que su vida no fue la que se esperaba. Un hombre que fue sorprendido y marcado por la disfuncionalidad de su familia. Un hombre que, de protagonista pasó a ser víctima. Una persona que dejó de ser el sujeto de su vida para convertirse en el objeto que otros quisieron hacer de él.

Pero, la vida, como los partidos de béisbol, no termina hasta que termina. La vida está llena de puntos de inflexión, de hitos. Un antes y un después. Es decir, de personas, cosas o hechos clave y fundamentales que alteran el curso de nuestra vida. Muchos de ellos esperados, previsibles. Otros más, inesperados, inexplicables y, en apariencia, carentes de lógica alguna. De cualquier forma, hitos que redirigen, redimensionan y recomponen el todo de nuestra vida.

Cuando nacieron los hijos de José, este entendió que iniciaba en su vida una nueva etapa. Llamó al primero Manasés porque dijo: «Dios me hizo olvidar todas mis angustias y a todos los de la familia de mi padre». Génesis 41.51 Es decir, lo asumió como un hito, como un antes y un después. Sin embargo, tiempo más tarde descubriría que ni había olvidado todas sus angustias ni a todos los de la familia de su padre. Cuando sus hermanos llegaron hasta él para comprar alimentos, los reconoció y de inmediato recordó sus sueños infantiles: él en medio de sus familiares y estos arrodillados frente a él. Llegó al extremo en que rompió a llorar y tuvo que ocultarse de sus hermanos para que no lo descubrieran.

Las cosas que hace José con sus hermanos no parecen tener sentido ni propósito alguno. Si lo que quería era reencontrarse con su padre, pierde el tiempo. Entre Egipto y Canaán había unos cuatrocientos kilómetros de distancia, dos meses de ida y vuelta. Si lo que quería era castigarlos, su mensaje se vuelve confuso porque mezcla castigos y recompensas. Me parece que José sólo vive la emoción confundida de quien, después de una experiencia negativa, se reencuentra con los que ha amado a pesar de que le han lastimado tanto.

¿Cómo reencontrarte con los que te han expulsado de sus vidas? ¿Cómo hacer saber que amas a quien no quiso amarte? Creo que José vivió un proceso dramático que le permitió llegar a la conclusión de que todo lo que había pasado tenía, en alguna forma, su origen en Dios. Me parece que hay una evolución en tal percepción porque, cuando se revela a sus hermanos les asegura que fue Dios quien le envió a Egipto y no ellos. Sin embargo, a la muerte de su padre Jacob y ante el temor de sus hermanos de que hubiera llegado el tiempo la venganza, José les asegura: Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas. Génesis 50.20

Steve Jobs propone una teoría de interpretación de la vida interesante y valiosa. Podríamos llamarla, la teoría de conectar los puntos. Se refiere a la necesidad de interpretar los hitos de la vida desde la perspectiva del presente. Es decir, preguntarnos cómo es que lo vivido, tanto lo endógeno como lo exógeno, explican que el que estemos en nuestro aquí y ahora. Es la perspectiva del presente lo que nos permite determinar lo bueno o malo de tales hitos. Ejemplifica, su madre decidió darlo en adopción. Ello le permitió ser parte de una familia interesada y dispuesta en que él ingresara en una de las mejores universidades. Por razones económicas tuvo que abandonar la universidad. Durmió en el piso, vendió botellas de vidrio. Caminaba siete kilómetros los domingos para comer gratis. Aprendió caligrafía. Todo ello, asegura, contribuyó al éxito de Apple y al suyo propio. En consecuencia, propone que no podemos conectar los puntos mirando hacia el futuro; sólo podemos conectarlos mirando hacia el pasado… teniendo que confiar en que los puntos, de alguna manera, se conectarán en nuestro futuro. Para hacerlo, asegura, tenemos que confiar en algo, lo que sea.

Muchos tenemos muchos hitos que, a simple vista, parecieran una sucesión de pérdidas: Nos fallaron nuestros padres, nuestra pareja. Crecimos solos, nos divorciamos, abusaron de nosotros, somos pobres, estamos solos, etc. Acercarnos a cada hito de manera individualizada, sin considerar ni su contexto ni los otros puntos de inflexión de nuestra vida, quizá sólo tengamos eso: puntos sin referencia, sin sentido. Pero, si empezamos a unirlos y consideramos las consecuencias que tuvieron y cómo estas se convirtieron en causas de mejores tiempos, tendremos una perspectiva diferente. Como José, que concluye: Dios me hizo llegar antes que ustedes para salvarles la vida a ustedes y a sus familias, y preservar la vida de muchos más.

Sin perspectiva, los hitos de la vida pueden ser considerados como lo peor que nos ha pasado. La perspectiva los convierte en lo mejor que me ha pasado. Como aquella hija que me aseguró que lo mejor que le había pasado a su familia había sido la muerte de su padre. Porque este, un abusador, estaba degradando y castrando a los suyos. Sí, hay la posibilidad de que lo mejor que nos ha pasado es lo que más dolor nos ha provocado: abandono, separaciones, bancarrotas, fracasos, etc. Porque, con toda seguridad podremos advertir que dado que nos hemos conservado fieles a Dios y a que hemos preservado nuestra identidad, Dios ha podido disponer todo para bien nuestro, de los nuestros y de muchas otras personas.

Cabe hacer una observación. Los hitos de la vida hacen imposible que esta vuelva a ser lo que fue. Tanto los que sufren como los que provocan los momentos dramáticos de la vida sufren de un mismo síndrome, el del excarcelado. Quienes están en prisión anhelan regresar con los suyos, pero asumen que regresarán al lugar, momento y modo en que dejaron de estar presentes. Cuando regresan descubren que las cosas no siguen igual, que todo ha cambiado: las personas, los lugares, los momentos y los modos. No pocos hombres que se han separado de la familia por distintas razones, se decepcionan cuando regresan y la familia no los tratan como antes de que se fueran. Madres que encargaron a sus hijos al cuidado de la sirvienta, o de alguna otra persona, descubren que no son lo que eran para sus hijos antes de encargarlos. Como José y sus hermanos, tenemos que aprender que a cada nueva etapa corresponden modelos diferentes de relación. Que lo que fue no siempre es útil ni apropiado para lo que hoy se es, se hace… se vive.

Finalmente, si la vida es una sucesión de hitos y cada uno de estos representa una forma diferente de vivir, ¿qué es lo que permanece? ¿Cuál el factor común que debemos fortalecer? La respuesta es obvia: Dios. En el caso de José fue la única relación que permaneció estable. Se mantuvo confiando en Dios. Por ello, cada vez que llamaba a su hijo Efraín, recordaba: Dios me hizo fructífero en esta tierra de mi aflicción.

Que lo mismo sea con nosotros. Que el Efraín que nos acompaña constantemente como testimonio del amor y del poder de Dios, nos permita, al conectar los puntos de nuestra vida, recordar en que nuestros tiempos de aflicción Dios nos ha hecho fructíferos.

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