Romanos 11.29
Todos los creyentes llevamos en nosotros la convicción del llamamiento recibido. Sabemos que, cuando conocimos al Señor, vino a nosotros un deseo, la necesidad, de hacer algo que nunca se nos habría ocurrido. Nos vimos a nosotros mismos sirviendo de una manera especial: predicando, misionando, consolando, ayudando, etc., a otros. Era como un fuego interior que nos consumía, queríamos hacer lo que, sabíamos, era el llamado de Dios a participar en su obra. Tales sueños tienen su razón de ser. De acuerdo con la Biblia, quienes hemos nacido de nuevo estamos reconciliados con Dios. Romanos 5.1 Ello significa que estamos en comunión, en sintonía, con él y por lo tanto el deseo de su corazón y la obra que él realiza se vuelven nuestro deseo y nuestra tarea.
Nuestro pasaje forma parte de la oración de Jesús por sus discípulos. Además del hecho mismo de su extensión (más de 600 palabras, según NTV), resalta la preocupación que el Señor expresa de distintas maneras por la permanencia de los mismos en la fe. Ora pidiendo al Padre que haga todo lo que sea necesario para mantenerlos la comunión hasta ese momento lograda por su vida y su presencia entre ellos. La razón de tal preocupación resulta del hecho de que al igual que Jesús vino al mundo, él envía a los suyos al mundo y con ello los coloca en una condición de riesgo puesto que, al no ser del mundo, tendrán que enfrentar el odio del mundo.
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