Tu palabra en mi interior
Jeremías 20.1-11
“Pero ¿su llamamiento permanece?, me preguntó una mujer en el doloroso proceso que siguió al descubrimiento de la infidelidad de su marido, co-pastor de una creciente congregación metropolitana. “Y el tuyo también”, fue mi respuesta. Y, es que -me pareció-, la mujer sólo advertía la crisis del llamamiento en su marido porque identificaba el mismo como el área de ministerio, la tarea específica que su marido había recibido para ministrar dentro del cuerpo de Cristo.
Pero, como hemos dicho, el llamamiento, la vocación cristiana, es el llamado que cada creyente recibe para vivir el todo de su vida honrando en todo a Dios. Tanto en sus aciertos como en sus errores, en la alegría como en la decepción, el creyente es llamado a vivir de tal manera que su vida dé testimonio de la realidad de Cristo en él y contribuya, de esa manera, a que el Señor sea glorificado. Es de esta manera en que los creyentes somos testigos de Cristo. Hechos 1.8 Como tales hacemos evidente su realidad, hemos dicho, pero también el poder regenerador de su presencia en el día a día de los hombres. 1 Juan 3.8; Juan 10.10
Somos diferentes, hemos dicho una y otra vez. También hemos dicho que serlo representa un alto costo en lo cotidiano y en lo excepcional. Más en lo primero que en lo segundo. Jeremías es buen ejemplo de ello. Apartado para ser profeta desde antes de nacer, nació siendo diferente. No sabemos exactamente en qué se evidenciaba su ser diferente mientras creció. Pero, de lo que sí podemos estar seguros es que él sabía que era diferente. Había una convicción interior que le llevaba a enfrentar la vida de manera diferente. Cuando se trataba de tomar decisiones trascendentes: relacionales, ocupacionales, políticas, religiosas, etc., él sabía. Se sabía diferente. Lo mismo cuando enfrentaba oportunidades y decepciones, satisfacciones y desencantos, se sabía diferente.
Pronto descubrió que la diferencia no estaba en lo cotidiano, ni siquiera en lo excepcional, estaba en él mismo. En su identidad, en su esencia. Y, desde luego, esto lo cansó, lo hartó. ¿Por qué tenía que ser él el diferente? ¿Por qué no podía responder como los demás a las circunstancias buenas y malas de la vida? ¿Por qué ante lo malo de los mismos él tenía que mantener su compromiso con lo bueno? Como muchos otros lo hemos hecho, Jeremías llegó al momento de querer dejar de ser diferente. De ser libre para ser quien él considerara convenía y debía ser de acuerdo con las circunstancias.
Y, entonces, se ocupó de su identidad contrastante. Fue a la raíz de su ser diferente y se propuso ignorar al Señor y dejar de servirlo negándole el recurso de su voz. Jeremías nos revela que la renuncia a nuestra condición de diferentes siempre pasa por nuestra disposición de hacer a un lado a Dios, por nuestra determinación de desobedecerlo. Por no pensar más en él, por no volver a hablar en su nombre. Y por eso hacemos y dejamos de hacer cosas. Pero, como Jeremías, descubrimos que lo que nos hace diferentes no es lo que hacemos o dejamos de hacer. Es lo que somos, lo que llevamos en nuestro corazón. Jeremías descubrió que, en su interior, la palabra se convierte en un fuego que le devora, que le cala hasta los huesos. Que trata de contenerla, pero no puede.
Jeremías descubre que el llamamiento recibido es, guardando todas las distancias, una especie de predisposición genética que le hace único y lo determina en esencia. En efecto, Dios nos marca con su Espíritu. Pablo asegura que en el bautismo hemos quedado unidos a Cristo de manera definitiva, tanto en la vida como en su muerte. Romanos 6.1.14 Jesús, en su oración por sus discípulos Jesús enfatiza el que ahora somos uno con él y con el Padre, porque Dios está en nosotros y nosotros en él. Juan 17 Pablo insiste en el hecho de nuestra peculiaridad cuando asegura que el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Romanos 8.14-17 Por cierto, los hijos pueden renegar de sus padres, pero no dejar de ser sus hijos.
Asumir tales cosas acerca de nuestro llamamiento produce un doble beneficio para nosotros. Adquiere tanto una dimensión preventiva como una correctiva. En el primer caso, nos ayuda a conservar el equilibrio propio porque el mantenernos enfocados en nuestro llamamiento, nos previene, nos hace tomar precauciones para evitar problemas y daños innecesarios. Y, en el segundo caso, el mantener nuestro enfoque en nuestro llamamiento nos permite responder apropiadamente a las propuestas y los estímulos que las actitudes y conductas de otros ejercen sobre nosotros.
En el caso de la esposa de pastor antes referida, ella enfrentó diferentes alternativas. La violenta, tenía hermanos y familiares en las fuerzas armadas, dispuestos a darle un escarmiento al esposo infiel. La complaciente, aprender a hacerse a la idea y mantener una relación indigna por los temores y los beneficios que la relación con el marido le proveían. La acorde al llamado, animada por la dignidad que le es propia, perdonar, pero no a costa de su dignidad, asumiendo la conveniencia de la separación que evita el volverse cómplice y promotora de una conducta que ofende a Dios; pagando sí, el precio de su fidelidad a Cristo y la responsabilidad de su testimonio ante los suyos, la iglesia y la sociedad. Sólo cuando el llamamiento es lo que da sentido a nuestra vida podemos enfrentar las circunstancias adversas sin ser derrotados por ellas y sin convertirnos en detractores de nosotros mismos.
Jeremías pudo comprobar que su llamamiento no lo liberaba de los conflictos, más bien los provocaba. Pero, también comprobó que su fidelidad le permitía permanecer en comunión con Dios y, entonces, abundar en los recursos que le permitían alcanzar aquello para lo que había sido llamado. Ante el llamado, nosotros respondemos. Y ante las consecuencias de nuestra respuesta, somos llamados nuevamente a permanecer firmes en la misma. A, teniendo la cruz delante, no volver atrás.
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Etiquetas: Costos de Ser Llamados, Fidelidad a Cristo, Llamamiento Cristiano
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