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Lo que Creemos Acerca de la Virgen María

6 diciembre, 2010

Con frecuencia, y sobre todo alrededor del 12 de diciembre, a los cristianos-evangélicos se nos acusa de no creer en la Virgen o de no ser buenos mexicanos por no reconocer como su madre a  Guadalupe. El hecho es que tal acusación o reclamo es fruto de la ignorancia acerca de lo que los cristianos-evangélicos creemos en acuerdo con lo que la Biblia enseña respecto de la Virgen María.

Para empezar, y hay que insistir en ello, los cristianos-evangélicos creemos todo, y nada más, lo que la Biblia enseña acerca de María, la madre de nuestro Señor Jesucristo. En primer lugar, creemos que María era una mujer temerosa de Dios, piadosa y sumamente conocedora de las Sagradas Escrituras. La razón para creer tal cosa la encontramos en el llamado Cántico de María, mismo que aparece en el Evangelio según San Lucas, capítulo dos, versos 46 al 55. Este es un recuento certero de los hechos de Dios a favor de la liberación de su pueblo; pero, también es una admirable interpretación acerca del significado de la salvación que el Mesías habría de traer a quienes pusieran su fe y confianza en él.

La Biblia también enseña, y nosotros lo creemos, que el embarazo de María fue un hecho extraordinario que manifiesta el poder de Dios. La enseñanza bíblica nos dice que María era una mujer virgen, a la que cuando pregunta cómo es que podrá dar a luz a un hijo sin haber tenido relaciones con ningún hombre, el ángel Gabriel le explica que el Espíritu Santo vendría sobre ella, y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra y entonces ella quedaría embarazada de aquél que sería llamado Hijo de Dios.

Pero, la Biblia también enseña que, una vez que el niño Jesús naciera, María y José practicaron el tipo de relación que es propia de todo matrimonio consagrado a Dios. En efecto, el evangelista Mateo, en el capítulo uno, verso 25 de su evangelio, explica que José y María no tuvieron relaciones conyugales hasta que dio a luz al niño Jesús.

Detrás de la hiperdulía (veneración o culto extraordinario), a María de Guadalupe, se encuentra todo un sistema de enseñanza respecto de la Virgen María, que ha sido cambiante a lo largo de la historia de la misma iglesia mayoritaria. Los principales dogmas marianos, es decir aquellas enseñanzas que deben ser aceptadas para poder ser salvos, aún cuando no se comprenda, son, además de todo, relativamente recientes. Estos dogmas son cuatro:

  • El Dogma de María, como Madre de Dios y de la Iglesia, acordado en el Concilio de Éfeso en 431.
  • El Dogma de la Perpetua Virginidad de María, aprobado en el IV Concilio de Letrán, en 1215.
  • El Dogma de la Inmaculada Concepción, decretado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
  • El Dogma de la Asunción de María al Cielo, decretado por Pío XII, en noviembre de 1950

Además de tales dogmas, la iglesia romana enseña que María es corredentora, junto con nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No deja de ser complicado para el razonamiento humano que se enseñe que María se ha aparecido en tres distintos lugares y momentos: Tepeyac, Lourdes y Fátima y que, sin dejar de ser una sea venerada con distintos énfasis y merecimientos; más aún, hasta en competencia consigo misma.
Además de los problemas derivados de la inconstancia de la doctrina mariana, cabría preguntarse qué de aquellos que se murieron sin saber que María era perpetuamente virgen; o que María hubiera ascendido al cielo, está un hecho por demás relevante: ninguno de tales dogmas tiene sustento bíblico. Es más, los dogmas y la enseñanza de María como corredentora, no solo son diferentes a la enseñanza bíblica, sino que contradicen lo que la Palabra de Dios enseña respecto de la obra redentora de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Por ejemplo, la doctrina del pecado original no tiene fundamento bíblico. La Biblia nos enseña que María era virgen cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y concibió a Jesús en su vientre. Pero, también enseña que María y José tuvieron relaciones sexuales después de que Jesús nació. Además, diferentes pasajes bíblicos se refieren a las hermanas y los hermanos de Jesús, hijos de María y de José. También la Biblia nos enseña que Dios es, sin principio ni fin. Destaca que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, siempre distinguiendo la doble naturaleza de Cristo. Y enseña que María es madre del niño Jesús, es decir, este en cuanto hombre y no en tanto Dios. No hay sustento bíblico para el mito de que María fuera arrebatada al cielo. María, al igual que los que “durmieron en el Señor”, resucitará cuando Jesús venga por segunda vez a la tierra. Finalmente, la Biblia enseña que solo Dios es nuestro redentor.

Toda propuesta idolátrica contiene en sí misma consecuencias, muchas veces irreversibles, en contra de quienes las practican y promueven. El fruto del error solo puede ser más error. Así como del grano de maíz que se siembra, brota una planta que contiene muchas mazorcas con muchos más granos; así, de la semilla de la idolatría brotan muchas semillas más de error y castigo. México padece tantos males: corrupción, violencia, machismo, pobreza, etc., entre otras cosas, por la ignorancia idolátrica en la que siglos y siglos de engaño se ha sumido a nuestro pueblo. Guadalupe, se asegura es el factor de identidad del pueblo mexicano. Antes guadalupanos que mexicanos, se presume. Y, sí, tal propuesta idolátrica ha provisto una identidad a muchos mexicanos, pero es esta una identidad deformada, contraria a aquella con la que fueron creados: la imagen y semejanza de Dios.

“Mi pueblo perece [dice el Señor] por falta de conocimiento”. ¿De qué clase de conocimiento? ¿Qué es lo que el pueblo que perece desconoce? Desconoce al Dios de Jesucristo. La mentira idolátrica en la que vive atrapado le impide reconocer al único y verdadero Dios, le impide relacionarse con el único que puede darle vida, porque él mismo es la vida: Jesucristo.

La Biblia enseña que “el cazador tiende la trampa y cae en ella”. Así sucede con las propuestas idolátricas. Aún aquellos que las promueven, sabiendo que son falsas, resultan esclavos de las mismas. Vaya si no la experiencia quien fuera Abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulemburg quien, en privado y en público expresaba su convicción de que nada era cierto de la enseñanza guadalupana. Pero, su convicción no resultó suficiente para liberarlo del poder de ese sistema de mentira que, además de enriquecerlo, lo mantuvo a su servicio por muchos años y lo expulsó cuando dejó de serle útil.

La idolatría de los gobernantes, nos enseña la Biblia, termina por dañar al pueblo. Este, sobre todo cuando es abusado en su ignorancia, sufre las consecuencias de la rebeldía de los poderosos ante las enseñanzas y mandamientos divinos. Muchos casos en la historia de Israel, el pueblo de Dios, nos muestran como la ira del Señor se volvió contra su pueblo cuando este, siguiendo a sus líderes rebeldes, se alejó de los mandamientos recibidos. Pobreza, opresión, destierro, destrucción de las familias, etc., fueron las consecuencias resultantes de la idolatría.

Hoy, nuestro país paga, indudablemente, la idolatría de sus gobernantes. Cuando, lejos de buscar a Dios, estos mismos gobernantes consultan a adivinos y hechiceros, los males del pueblo todo irán en aumento. México vive hoy las consecuencias del pecado de aquellos hombres y mujeres en eminencia que, lejos de servir a Dios, le desobedecen y retan con su idolatría.

Nosotros sí creemos en María: la madre de Jesús, nuestra hermana en la fe. María de Guadalupe no es ni reina, ni camino a Jesús. Jesucristo es el único camino, es la verdad y es la vida. Solo en él y al través suyo podemos conocer a Dios. Tarea de quienes profesan creer y honrar al único y verdadero Dios, es animar a quienes padecen bajo el peso de la idolatría a que se vuelvan al Dios de Jesucristo. Con firme caridad y con compasión perseverante debemos proclamar en todo tiempo y lugar que solo Jesucristo es Rey, que solo él ha pagado el precio de nuestra redención. Que su sacrificio es suficiente para que podamos acercarnos confiadamente al trono de Misericordia de nuestro Dios.

Cuando Pablo estuvo en Atenas, “su espíritu se enardecía viendo a la ciudad entregada a la idolatría”. Algunos de nosotros podemos identificarnos bien con el Apóstol. Pero, les animo a que veamos más allá, con los ojos de la fe. México tiene que cambiar; cada día más y más personas están saliendo de la oscuridad a la luz admirable de Cristo. Oremos, intercedamos por el bien de nuestra nación. La perseverancia en la intercesión y en el anuncio del evangelio son las armas con las que, en el nombre del Señor, habrá de ser vencida toda clase de idolatría.

Quiero terminar con una palabra de esperanza, haciendo mía la visión de Isaías: “Solamente el Señor mostrará su grandeza en aquel día, y acabará con todos los ídolos. Isa 2.17

Un Eterno Peso de Gloria

27 noviembre, 2010

Romanos 8.16-18; 2 Corintios 4.16-18

Entre 1997 y 2005, la venta de los analgésicos en los Estados Unidos aumentó un 90%. Uno solo de los cinco más vendidos, la oxicodona, incrementó su venta seis veces en el mismo período. Es tal la demanda de la misma que, a cincuenta centavos de dólar por miligramo, resulta de 30 a 60 veces más cara que el oro. Una de las razones que explican tales cifras es, en mi opinión, que para las generaciones presentes el dolor, el sufrimiento y aun la mera incomodidad resultan ser los principales enemigos de la humanidad. La propuesta hedonista que nos asegura que hemos venido a la vida para ser felices, reduce de manera significativa nuestra disposición y capacidad para enfrentar las dificultades de la vida.

Diversos estudios han demostrado que el umbral del dolor, es decir, la intensidad mínima de  un estímulo que despierta la sensación de dolor, es similar a los seres humanos sin importar las diferencias de raza, nacionalidad o cultura. Lo que sí varía de persona a persona es la reacción que se tiene ante el dolor. Lo que afecta a unos no necesariamente conmueve a otros. Al lugar que los factores sicológicos, culturales y aun físicos que explican el que unos enfrenten las desgracias con mayor coraje y éxito que otros, quiero anteponer la primacía de un factor determinante que explica tales diferencias: El factor de la fe.

En la carta a los Romanos encontramos un nuevo par de conceptos a los que conviene prestar atención. En efecto, el Apóstol contrapone a las aflicciones, lo que él llama la gloria venidera. A los corintios, les recuerda que el sufrimiento presente es pasajero, comparado con la gloria eterna (lo presente es una tribulación momentánea, que produce un eterno peso de gloria). Cabe destacar que de ninguna manera el Apóstol menosprecia la importancia y el grado del dolor que las desgracias presentes acarrean. Tampoco propone que, en razón de su fe, el creyente se complazca en los maltratos o humillaciones. Lo que el Apóstol hace es animar a sus lectores a que comparen las circunstancias presentes, su grado de tribulación y el tiempo de las mismas, con aquello que da testimonio de la presencia de Dios en el pasado, en el futuro y, desde luego, en el aquí y ahora de los creyentes.

A los romanos Pablo les asegura que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. En su carta a los corintios amplía y explica mejor su idea cuando asegura que esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. El término peso, utilizado por el Apóstol mantiene el sentido hebreo de la palabra que se refiere a la presencia de Dios. Así que, podemos concluir, la propuesta paulina consiste en el hecho de que las leves y momentáneas tribulaciones que enfrentamos en el tiempo presente, provocan una manifestación mayor y más significativa de la presencia de Dios en nosotros. Por lo que, comparadas con el poder, la consolación y el perfeccionamiento que Dios nos da mientras sufrimos, nuestras tribulaciones son apenas leves y momentáneas.

Leves y momentáneas. Términos que, indudablemente, pocos podrían utilizar para explicar o calificar las tragedias y desgracias que enfrentan. Hay quienes han padecido toda la vida. Otros, no salen de una cuando ya están en otra. Y, otros más, acuden incapaces al permanente y hasta acelerado deterioro integral de su ser persona: enfermedad, pérdida de las capacidades mentales, afectación de las relaciones familiares primarias. ¿Cómo puede llamarse a esto leve (ligero, de poco peso e importancia), y considerarlo momentáneo (que solo dura un momento)?

A lo que Pablo nos invita es a que comparemos. Comparar no es otra cosa sino fijar la atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o semejanza. La invitación es a que enfrentemos nuestra realidad presente desde la perspectiva correcta. La perspectiva correcta es la perspectiva de la fe. Si tu fe no te alcanza para mantenerte firme en las circunstancias que estás viviendo, tienes que examinarte a ti mismo para saber si estás firme en la fe. 2 Corintios 5.13 ¿Por qué?, porque la fe nos ayuda a saber quiénes somos, cuáles son los propósitos implícitos en nuestras experiencias vitales y qué es aquello que nos espera y que debemos anhelar.

En Romanos, Pablo, destaca el quehacer del Espíritu Santo en nuestras vidas. Este es quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y, por lo tanto, herederos de Dios y coherederos de Cristo; por lo que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.  Nosotros, como el mismo Cristo, también al través del sufrimiento aprendemos la obediencia. Hebreos 5.9 La razón es que el sufrimiento coadyuva a nuestra perfección por cuanto nos libera de aquello que nos estorba al obligarnos a tomar conciencia de nuestra fragilidad y, por lo tanto, de la importancia de vivamos limpia y santamente para Dios. Puesto que, si alguno se limpia de estas cosas,  será instrumento para honra,  santificado,  útil al Señor,  y dispuesto para toda buena obra. 2 Timoteo 2.21

La fe, también, nos capacita para ver más allá de nuestras circunstancias actuales. El eterno peso de gloria se hace visible cuando vemos lo que generalmente no se puede ver en medio de las dificultades. Lo que Dios ha hecho y está haciendo, así como lo que Dios ha prometido que hará a favor nuestro. Y resulta que esto, las obras de Dios y no las circunstancias que enfrentamos, es lo que da sentido a nuestra vida. Ni la más terrible de nuestras desgracias es capaz de borrar la realidad de las bendiciones que hemos recibido, ni de disminuir importancia de estas. El tiempo de nuestras tribulaciones ha sido, también, el tiempo de la misericordia. Bien cantaba el salmista: Mas Jehová me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza. Salmos 94.22

Y la fe también nos ayuda a recordar que la vida es más, más que la comida, más que el vestido; sí, pero también más que la vida terrenal. En este sentido, la fe es el sustento de nuestra esperanza bienaventurada. La fe cristiana nos asegura la realidad de la eternidad, entendida esta como una forma de existencia plena, perfecta y gozosa en la presencia y compañía del Señor. A Timoteo se le recuerda que este mensaje es digno de crédito: Si morimos con él, también viviremos con él; si resistimos, también reinaremos con él. 2 Timoteo 2.11,12

Y, cabe destacar aquí, la Biblia indica que estando en Cristo, es precisamente el deterioro de nuestro cuerpo la evidencia irrefutable de la renovación ya iniciada de nuestra alma eterna. Por eso es que podemos creer lo que la Palabra promete a futuro, porque ya ha empezado a cumplirse en nuestro aquí y ahora. Por lo que Dios está haciendo en medio de nuestras tribulaciones presentes, podemos aceptar como cierta la promesa del Apocalipsis: Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.» El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.» Apocalipsis 21.3-5

Esta es nuestra fe y por ello es que podemos enfrentar nuestras desgracias sabiendo que somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Paz y Santidad

14 noviembre, 2010

Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor. Hebreos 12.14

Paz y santidad es la dupla que nos ocupa esta ocasión. Como muchas otras cuestiones importantes de la Biblia, esta combinación de paz y santidad, tiene que ver con el cómo de nuestra vida en el aquí y ahora; así como el de nuestra comunión eterna con Dios, nuestro Señor. Resulta importante destacar esto pues, la fe, hemos de decirlo una vez más, alimenta nuestra esperanza, cierto, pero, sobre todo, da sentido y dirección a nuestra vida.
Prueba de ello es el sentido del término paz, en nuestro pasaje. Eirene es el término bíblico traducido como paz. Su primer significado es el de tranquilidad y sosiego. Fijémonos que ambos significados tienen como elemento común el permanecer en control. Sosiego, nos dice el diccionario, es, cuando se trata de una persona: Que se toma las cosas con tiempo, sin nerviosismos ni agobios, y que no se preocupa por quedar bien o mal ante la opinión de los demás. Los creyentes somos llamados a ser pacificadores; es decir, promotores y constructores de la paz. La expresión usada por el autor sagrado en nuestro pasaje: Procuren estar en paz con todos, resulta de por sí interesante.
Cada vez más, los conflictos relacionales tienen que ver con la incapacidad de las personas para producir sosiego con su forma de vida. Una de las razones para ello es que las personas esperan que los demás fabriquen la paz que ellas desean. Es el caso, por ejemplo, de muchos hombres que reclaman a sus esposas que ellas sean la causa de su desasosiego y que no se interesen en producirles paz. Cualquier persona que así actúa, demuestra su inmadurez emocional y espiritual. Son como niños, afectados por el ambiente emocional que les rodea e incapaces de encontrar sosiego en sí mismos, así como de producir la tranquilidad que la situación amerita.
La exhortación bíblica resulta contrastante, pide a quienes viven la realidad de las relaciones humanas que procuren estar en paz con todos. Procurar es hacer diligencias o esfuerzos para que suceda lo que se expresa. Las situaciones de conflicto, las relaciones desgastantes, son resultado del hacer lo equivocado. Alguien ha dicho que todas las empresas hacen lo debido para encontrarse en la situación en que se encuentran. Lo mismo cabe para cualquier tipo de relaciones humanas: estas son el resultado de lo que quienes las construyen han hecho y han dejado de hacer. En cierta manera, podemos decir que quienes viven situaciones de conflicto han procurado el mal que les aqueja. Es decir, han hecho aquello que les ha traído a la situación que tanto malestar les provoca.
Mantenerse procurando el mal, hace nulo cualquier esfuerzo para vivir en paz y desarrollar relaciones satisfactorias. Esto nos lleva a considerar otra acepción del término eirene: armonía. La paz no es otra cosa que armonía y esta es, en tratándose de la música, la unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes. Es decir, del arte de unir, combinar y sacar lo mejor de instrumentos y voces diferentes. Y, cuando a las relaciones humanas se refiere, la armonía es la conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras.
Quien procura la paz, busca mantener una proporción conveniente en el ejercicio de sus obligaciones y derechos respecto de las otras personas. No ve sólo su propio interés; se ocupa de él, cuestión que es de por sí legítima, pero también se ocupa del interés del otro. Por ello actúa de manera convenientemente proporcional, estando dispuesto a favor del otro y de la relación misma, hace sólo y lo que resulta conveniente para la relación. Además, aprovecha todas las oportunidades para abundar en el bien de la relación y de quienes la componen.
Una persona así está en armonía consigo misma; en equilibrio y, por lo tanto, no le afecta ir adelante, o ceder cuando así conviene. El resultado es que anima y provoca la armonía con el otro, aún cuando la otredad del otro siga siendo una realidad permanente. Porque armonía no es invalidar la identidad del otro, sino aprender a convivir, adaptarse y a complementar lo que el otro es y hace. Desde luego, esta resulta una tarea difícil y es por ello que debemos considerar la segunda parte de la mancuerna paz y santidad.
Santidad es, literalmente, separación para Dios y el estado que de ella resulta. Nuestro pasaje asegura que sin santidad no podemos ver a Dios. Optomai se refiere a mirar fijamente, por lo que podemos considerar que quien no vive en santidad no puede ni entender, ni comprender, ni seguir a Dios. Vive en tinieblas y sus ojos están ciegos. Es decir, no puede saber lo que necesita para hacer la vida correctamente.
Vivir separado para Dios significa comprometerse en el propósito de honrar a Dios en todo lo que se hace. Cuando este propósito se refiere al cómo de nuestras relaciones, significa que vemos y nos relacionamos con los otros al través del filtro de Dios. Es decir, que nuestra intención de agradar y, por lo tanto, adorar a Dios, es la que permite el paso de aquello que es propio de Dios, al igual que impide lo que no corresponde.
Ello nos lleva al segundo aspecto del término santidad: Pureza. Quien es puro está libre y exento de toda mezcla de otra cosa. Porque es libre, puede mantenerse independiente ante el poder de sus propios deseos desordenados. El esposo santo no sólo no ofende a su esposa con un trato inmoral; también, el esposo santo, procura no hacer víctima a su esposa de sus complejos, necesidades existenciales y frustración. Es decir, se compromete consigo mismo y con Dios a madurar para, de esa manera, poder relacionarse en pureza con su esposa y con las demás personas. No mezcla en sus relaciones lo que no es propio de ello.
Desde luego, su carácter de santo lleva a los cristianos a ser sensibles ante cualquier expresión de impureza y a esforzarse continuamente para no contaminarse con aquello que Dios aborrece.
Paz y santidad son dos condiciones que debemos procurar en el día a día de nuestra vida. Esforzarnos para alcanzarlas nos libera del tener que esforzarnos para mantener una forma de vida que ni nos da paz, ni nos hace santos. Por ello conviene que, en toda relación, sigamos la paz y la santidad.