Con frecuencia, y sobre todo alrededor del 12 de diciembre, a los cristianos-evangélicos se nos acusa de no creer en la Virgen o de no ser buenos mexicanos por no reconocer como su madre a Guadalupe. El hecho es que tal acusación o reclamo es fruto de la ignorancia acerca de lo que los cristianos-evangélicos creemos en acuerdo con lo que la Biblia enseña respecto de la Virgen María.
Para empezar, y hay que insistir en ello, los cristianos-evangélicos creemos todo, y nada más, lo que la Biblia enseña acerca de María, la madre de nuestro Señor Jesucristo. En primer lugar, creemos que María era una mujer temerosa de Dios, piadosa y sumamente conocedora de las Sagradas Escrituras. La razón para creer tal cosa la encontramos en el llamado Cántico de María, mismo que aparece en el Evangelio según San Lucas, capítulo dos, versos 46 al 55. Este es un recuento certero de los hechos de Dios a favor de la liberación de su pueblo; pero, también es una admirable interpretación acerca del significado de la salvación que el Mesías habría de traer a quienes pusieran su fe y confianza en él.
La Biblia también enseña, y nosotros lo creemos, que el embarazo de María fue un hecho extraordinario que manifiesta el poder de Dios. La enseñanza bíblica nos dice que María era una mujer virgen, a la que cuando pregunta cómo es que podrá dar a luz a un hijo sin haber tenido relaciones con ningún hombre, el ángel Gabriel le explica que el Espíritu Santo vendría sobre ella, y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra y entonces ella quedaría embarazada de aquél que sería llamado Hijo de Dios.
Pero, la Biblia también enseña que, una vez que el niño Jesús naciera, María y José practicaron el tipo de relación que es propia de todo matrimonio consagrado a Dios. En efecto, el evangelista Mateo, en el capítulo uno, verso 25 de su evangelio, explica que José y María no tuvieron relaciones conyugales hasta que dio a luz al niño Jesús.
Detrás de la hiperdulía (veneración o culto extraordinario), a María de Guadalupe, se encuentra todo un sistema de enseñanza respecto de la Virgen María, que ha sido cambiante a lo largo de la historia de la misma iglesia mayoritaria. Los principales dogmas marianos, es decir aquellas enseñanzas que deben ser aceptadas para poder ser salvos, aún cuando no se comprenda, son, además de todo, relativamente recientes. Estos dogmas son cuatro:
- El Dogma de María, como Madre de Dios y de la Iglesia, acordado en el Concilio de Éfeso en 431.
- El Dogma de la Perpetua Virginidad de María, aprobado en el IV Concilio de Letrán, en 1215.
- El Dogma de la Inmaculada Concepción, decretado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
- El Dogma de la Asunción de María al Cielo, decretado por Pío XII, en noviembre de 1950
Además de tales dogmas, la iglesia romana enseña que María es corredentora, junto con nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No deja de ser complicado para el razonamiento humano que se enseñe que María se ha aparecido en tres distintos lugares y momentos: Tepeyac, Lourdes y Fátima y que, sin dejar de ser una sea venerada con distintos énfasis y merecimientos; más aún, hasta en competencia consigo misma.
Además de los problemas derivados de la inconstancia de la doctrina mariana, cabría preguntarse qué de aquellos que se murieron sin saber que María era perpetuamente virgen; o que María hubiera ascendido al cielo, está un hecho por demás relevante: ninguno de tales dogmas tiene sustento bíblico. Es más, los dogmas y la enseñanza de María como corredentora, no solo son diferentes a la enseñanza bíblica, sino que contradicen lo que la Palabra de Dios enseña respecto de la obra redentora de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Por ejemplo, la doctrina del pecado original no tiene fundamento bíblico. La Biblia nos enseña que María era virgen cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y concibió a Jesús en su vientre. Pero, también enseña que María y José tuvieron relaciones sexuales después de que Jesús nació. Además, diferentes pasajes bíblicos se refieren a las hermanas y los hermanos de Jesús, hijos de María y de José. También la Biblia nos enseña que Dios es, sin principio ni fin. Destaca que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, siempre distinguiendo la doble naturaleza de Cristo. Y enseña que María es madre del niño Jesús, es decir, este en cuanto hombre y no en tanto Dios. No hay sustento bíblico para el mito de que María fuera arrebatada al cielo. María, al igual que los que “durmieron en el Señor”, resucitará cuando Jesús venga por segunda vez a la tierra. Finalmente, la Biblia enseña que solo Dios es nuestro redentor.
Toda propuesta idolátrica contiene en sí misma consecuencias, muchas veces irreversibles, en contra de quienes las practican y promueven. El fruto del error solo puede ser más error. Así como del grano de maíz que se siembra, brota una planta que contiene muchas mazorcas con muchos más granos; así, de la semilla de la idolatría brotan muchas semillas más de error y castigo. México padece tantos males: corrupción, violencia, machismo, pobreza, etc., entre otras cosas, por la ignorancia idolátrica en la que siglos y siglos de engaño se ha sumido a nuestro pueblo. Guadalupe, se asegura es el factor de identidad del pueblo mexicano. Antes guadalupanos que mexicanos, se presume. Y, sí, tal propuesta idolátrica ha provisto una identidad a muchos mexicanos, pero es esta una identidad deformada, contraria a aquella con la que fueron creados: la imagen y semejanza de Dios.
“Mi pueblo perece [dice el Señor] por falta de conocimiento”. ¿De qué clase de conocimiento? ¿Qué es lo que el pueblo que perece desconoce? Desconoce al Dios de Jesucristo. La mentira idolátrica en la que vive atrapado le impide reconocer al único y verdadero Dios, le impide relacionarse con el único que puede darle vida, porque él mismo es la vida: Jesucristo.
La Biblia enseña que “el cazador tiende la trampa y cae en ella”. Así sucede con las propuestas idolátricas. Aún aquellos que las promueven, sabiendo que son falsas, resultan esclavos de las mismas. Vaya si no la experiencia quien fuera Abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulemburg quien, en privado y en público expresaba su convicción de que nada era cierto de la enseñanza guadalupana. Pero, su convicción no resultó suficiente para liberarlo del poder de ese sistema de mentira que, además de enriquecerlo, lo mantuvo a su servicio por muchos años y lo expulsó cuando dejó de serle útil.
La idolatría de los gobernantes, nos enseña la Biblia, termina por dañar al pueblo. Este, sobre todo cuando es abusado en su ignorancia, sufre las consecuencias de la rebeldía de los poderosos ante las enseñanzas y mandamientos divinos. Muchos casos en la historia de Israel, el pueblo de Dios, nos muestran como la ira del Señor se volvió contra su pueblo cuando este, siguiendo a sus líderes rebeldes, se alejó de los mandamientos recibidos. Pobreza, opresión, destierro, destrucción de las familias, etc., fueron las consecuencias resultantes de la idolatría.
Hoy, nuestro país paga, indudablemente, la idolatría de sus gobernantes. Cuando, lejos de buscar a Dios, estos mismos gobernantes consultan a adivinos y hechiceros, los males del pueblo todo irán en aumento. México vive hoy las consecuencias del pecado de aquellos hombres y mujeres en eminencia que, lejos de servir a Dios, le desobedecen y retan con su idolatría.
Nosotros sí creemos en María: la madre de Jesús, nuestra hermana en la fe. María de Guadalupe no es ni reina, ni camino a Jesús. Jesucristo es el único camino, es la verdad y es la vida. Solo en él y al través suyo podemos conocer a Dios. Tarea de quienes profesan creer y honrar al único y verdadero Dios, es animar a quienes padecen bajo el peso de la idolatría a que se vuelvan al Dios de Jesucristo. Con firme caridad y con compasión perseverante debemos proclamar en todo tiempo y lugar que solo Jesucristo es Rey, que solo él ha pagado el precio de nuestra redención. Que su sacrificio es suficiente para que podamos acercarnos confiadamente al trono de Misericordia de nuestro Dios.
Cuando Pablo estuvo en Atenas, “su espíritu se enardecía viendo a la ciudad entregada a la idolatría”. Algunos de nosotros podemos identificarnos bien con el Apóstol. Pero, les animo a que veamos más allá, con los ojos de la fe. México tiene que cambiar; cada día más y más personas están saliendo de la oscuridad a la luz admirable de Cristo. Oremos, intercedamos por el bien de nuestra nación. La perseverancia en la intercesión y en el anuncio del evangelio son las armas con las que, en el nombre del Señor, habrá de ser vencida toda clase de idolatría.
Quiero terminar con una palabra de esperanza, haciendo mía la visión de Isaías: “Solamente el Señor mostrará su grandeza en aquel día, y acabará con todos los ídolos. Isa 2.17
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