Lucas 11.1; Hechos 2.47
Ser salvo significa estar en comunión con Dios. Esta es una comunión real, personal con Cristo. Pero también es una comunión que se vive en la compañía de otros creyentes, la iglesia. Nadie ha sido llamado a salvación en soledad o aislamiento. Por el hecho mismo de la salvación, quien es salvo es incorporado a la comunión de los creyentes. El individuo, la persona, es hecho pueblo. Por lo tanto, es convocado a vivir en conformidad con su llamamiento, privilegiando la comunión con sus hermanos, pues esta es evidenciadora de la comunión íntima que el creyente tiene con Dios. No es creíble el amor a Dios que no pasa por el amor a los hermanos en la fe (1Juan 4.19).
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Ser cristiano es ser diferente. Es decir, es pensar la vida y vivirla a la manera de Cristo. Ello implica que la cosmovisión, es decir, la manera de interpretar el mundo del cristiano estará definida por tres principios fundamentales: El señorío de Dios, la condición de pueblo del Señor y la Biblia como la única regla de fe. Si Dios es el Señor, luego entonces a nosotros, su pueblo, nos toca honrarlo obedeciendo sus mandamientos y colaborando en la obra que él realiza. Dado que somos pueblo del Señor, creemos en el Dios de Jesucristo, por ello nos toca ser testigos de Cristo, es decir, ser aquellos que hacen visible y creíble a Cristo y sus enseñanzas en medio de los que no conocen ni temen a Dios. Que la Biblia sea nuestra única regla de fe, significa que en ella nos es revelado lo que necesitamos saber de Dios, de su carácter y su propósito, así como la inspiración y el alimento espiritual necesarios para hacer la cotidianidad de la vida honrando y glorificando a Dios, así como para nuestra edificación y la de aquellos a los que somos llamados a servir.
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