Filipenses 4.11-13 TLAI
Cuando iniciamos este ciclo de reflexiones, La Familia Bajo Fuego, propuse a ustedes la importancia de considerar qué de lo nuestro provoca, facilita o redimensiona las actitudes y los eventos que favorecen la disfuncionalidad de nuestras familias. En tal sentido les planteé considerar tres espacios de participación fundamentales: nuestra espiritualidad, nuestros valores y lo que llamé, nuestras expectativas relacionales. Si expectativa es aquello que tenemos la esperanza de conseguir, se trata entonces del tipo de relaciones familiares, primariamente, de las que esperamos participar.
La clave de nuestra comunión con Dios es el amor y la confianza que del mismo resulta. Nos sabemos amados, Cristo es nuestro principal argumento, y, por lo tanto, podemos estar seguros de su interés, comprensión y su ayuda en nuestro favor. Nunca será suficiente el recordar que la esencia de nuestra comunión con Dios es su amor y no nuestros méritos. Que la intimidad de nuestra relación con él es fruto de su amor y se fortalece con nuestra confianza en él. Dios nos ama y su amor es nuestro principal recurso para enfrentar todos los retos de la vida.
Cuando se ocupa uno del tema de la crisis que la familia como institución y las familias en lo particular enfrentan, surge una pregunta casi en automático: ¿hay esperanza para la familia? El peso de tal pregunta lo revela el hecho de que después de los libros de auto ayuda dirigidos al rescate de las personas como individuos, los más vendidos en el segmento son los que tienen como tema el rescate de la familia. El de la familia es un tema que engancha, que vende. Pero, cuando se habla del rescate de la misma, ¿nos estaremos acercando al tema de manera estratégica? Es decir, haciendo lo que conviene, adecuada y oportunamente.
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