Jeremías 1.1-10; 18,19 TLA
Conocí a una muchacha que descubrió, ya adolescente, que su madre trató de abortarla. Como muchas otras personas en tales circunstancias iba por la vida sintiéndose miserable, poca cosa. Asumió el rechazo inicial de su madre como la constante en su relación con los demás. No sólo se consideraba rechazada por unos y otros, sino que se rechazaba a sí misma.
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Todos los creyentes llevamos en nosotros la convicción del llamamiento recibido. Sabemos que, cuando conocimos al Señor, vino a nosotros un deseo, la necesidad, de hacer algo que nunca se nos habría ocurrido. Nos vimos a nosotros mismos sirviendo de una manera especial: predicando, misionando, consolando, ayudando, etc., a otros. Era como un fuego interior que nos consumía, queríamos hacer lo que, sabíamos, era el llamado de Dios a participar en su obra. Tales sueños tienen su razón de ser. De acuerdo con la Biblia, quienes hemos nacido de nuevo estamos reconciliados con Dios.
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