Romanos 12.6-8; 1 Corintios 12.1-11
Tres dones que complementan de manera significativa a los que hemos denominado dones espirituales trascendentes, son: el don de la profecía, el don del discernimiento de espíritus y el don de la exhortación. Paradójicamente, la cultura propia de este mundo, del orden ajeno al reino de Dios, está permeando a la Iglesia. El hedonismo, es decir, la búsqueda del placer como el fin supremo de la vida, pervierte aún los conceptos bíblicos y, en particular, deforma el ser y propósito de los dones espirituales asumiendo que los mismos están diseñados para garantizar la comodidad, el éxito y la complacencia de quienes los han recibido.
Cuando las personas deciden que sólo es real aquello que pueden ver, oír, medir y, sobre todo, entender, limitan el sentido último de la vida y terminan por acotar su propia vida. Es decir, terminan por cortar aquellas ramas que, pretenden, no tienen por qué permanecer en su árbol, las podan y acaban por privarse a sí mismos de los beneficios que tales recursos pudieran significarles. David Herbert Lawrence, representa bien a quienes así piensan cuando asegura: Lo que los ojos no ven y la mente no conoce, no existe.
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