Efesios 2.10
Volvemos a uno de los pasajes más reveladores del sentir de Dios acerca de nosotros. Desde el contraste de su perfección Dios no nos menosprecia, nos considera su obra maestra, según el testimonio de Pablo. Es esta una declaración sólo comprensible a la luz de la gracia divina, pues se refiere a la obra salvífica de Dios en Cristo. Dios nos ha rehecho, nos ha vuelto a crear. En Cristo y por él hemos dejado de ser y hacer lo que éramos antes de ser redimidos por su sangre preciosa.
Pablo destaca que la característica principal de nuestro antes de Cristo es que seguíamos los deseos de nuestras pasiones y la inclinación de nuestra naturaleza pecaminosa. Aquí Apóstol explica lo que significa vivir animados por la inercia, esa resistencia que oponen los cuerpos a cambiar el estado o la dirección de su movimiento. De un plumazo, Pablo revela la incapacidad de que padecíamos antes de Cristo para sobreponernos a las presiones internas y externas que nos mantenía esclavos de nuestros temores, deseos desordenados y heridas. Sin Cristo, asegura el Apóstol, estábamos muertos por causa de nuestros pecados. Es decir, viviendo sin vivir, sepultados en vida, incapaces de ser los que Dios creó a su imagen y semejanza. Vivíamos llevados por la inercia de nuestros sentidos y nuestros deseos desordenados.
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