Conforme nos hacemos más viejos resulta que el conocimiento, es decir el ejercicio de nuestras facultades intelectuales y de pensamiento, va cediendo el paso a la importancia que damos a nuestra experiencia personal. Entendemos como experiencia personal todo aquello que hemos sentido o practicado. Así, conforme pasan los años cada vez estamos más convencidos de lo que sentimos, de lo que creemos, de lo que nos parece lo correcto, lo apropiado y lo oportuno.
Cuando sucede que lo que sentimos o lo que creemos entra en conflicto con la realidad, por ejemplo, cuando físicamente nos sentimos bien pero la lectura de nuestros signos vitales muestra que nuestra presión arterial es superior a los 100-160; o cuando insistimos en asumir como propias las responsabilidades económicas o familiares de nuestros hijos y descubrimos que cada día son más irresponsables y en consecuencia cada vez tenemos que dar o hacer más, generalmente optamos por privilegiar lo que sentimos o creemos por sobre lo que la realidad nos está mostrando.
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