La historia que Juan nos relata sobre el ciego sanado por Jesús contiene todos los elementos que rodean eso que llamamos milagro[1]. Para empezar, la interrupción misteriosa de un hecho natural, la ceguera de aquel hombre. Los recursos utilizados por Jesús para sanarlo: saliva y lodo. La reacción de los fariseos, representantes en ese momento de los incrédulos por la razón que sea, y, finalmente, la ignorancia de unos y otros ante un hecho incuestionable, el que antes estaba ciego ahora podía ver.
Conviene aquí enfatizar que los milagros son hechos no explicables por las leyes naturales, lo cual no implica que no sean cosas que suceden. El conflicto de la ciencia, entonces, no tiene que ver con la realidad o no de tales hechos sino con la explicación posible de los mismos. Dado que la ciencia es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente, la misma resulta insuficiente para la comprensión cabal de los milagros dado que no puede comprobarlos experimentalmente. Es decir, no los puede recrear y, por lo tanto, no los puede comprender ni explicar satisfactoriamente con el recurso de las leyes naturales.
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