Lucas 13.34
Nunca será suficiente lo que se diga en reconocimiento a las madres. Ellas encierran el misterio de la vida misma y son, junto con Dios, co-creadoras de la humanidad. De distintas maneras y, siempre animadas por su amor, forman y deforman a los hijos. Detrás de cada una de sus acciones, aún detrás de aquellas que puedan confundir y doler, está siempre presente el propósito de que la vida de sus hijos sea, si no mejor, sí diferente a la de ellas mismas.
Como sabemos, existe un menosprecio a las mujeres que hacen de la maternidad la tarea principal de su vida. Tener, educar y formar hijos parece una tarea menor, por lo tanto, no significativa. Para muchos, los hijos parecieran ser una carga, un obstáculo en la búsqueda de la realización femenina. Personalmente pienso que quienes así piensan están equivocados. Creo firmemente que no hay tarea más trascendente, importante y valiosa que la de traer al mundo hombres y mujeres que impacten y transformen a la sociedad. Como creyente, considero que no hay nada más grande que tener y formar hijos que, temerosos de Dios, se sepan llamados y capaces de transformar a los hombres y mujeres que les rodean, con el poder del evangelio de Jesucristo.
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