Salmo 69.1-19
Ayer, Ana Delia, mi esposa, me decía de su no saber cómo orar ante tantas situaciones difíciles y complejas que estamos viviendo, nosotros y muchos otros. Sin darse cuenta, su comentario fue un clavo más en el ataúd de mi propia confusión y tristeza. Ello porque con frecuencia me he preguntado, en los últimos días, en las últimas horas, qué es lo que impide o explica la aparente pasividad de Dios ante el tamaño de la tragedia que el mundo está enfrentando. Creo que es el silencio, la pasividad de Dios, su lejanía, lo que se convierte en la mayor causa de nuestro dolor. Duele desde luego, el sufrimiento de tantos, pero, más duele el saber que quien podría evitarlo no parece estar ocupado en detenerlo.
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